Rolando Rosas Galicia

Tras el cerner del tiempo

 

 

 

TRAS EL CERNER DEL TIEMPO

 

*

 

Mi víbora era de dos cabezas

Pero a veces amanecía de tres o más

Luego eran cuatro o diez en la duermevela de dos

Porque el deseo crecía en cada parte

Cuando trozaba a machetazos de yo tener catorce

Y entonces el sueño era una cabeza asomándose

En el espejo múltiple

Era la vianda amarga en la charola de Salomé

Miraba hacia delante como una cabra al borde

En el otro extremo crepitaba el hueso

Y un poco el ruido de la infancia

 

*

 

Huérfano de ti vives en mi sueño

Sobre la polvorienta y ocre página

No te has ido, en algún lugar de mí

respiras y nada ha pasado. Nada

La luz polvosa del patio nos descubre

situados en la imagen silenciosa

Tú eres el inquisidor de las plántulas

del barbecho, la escarda y la cosecha

Yo el balbuceador aprendiz de padre

Crecen -te digo- apenas me oyes y ves

con tus ojos de cien años al mismo

niño, el que se ahogo en el arcoiris

y nunca lo olvidaste para que yo existiera

 

*

 

El nagual nace nagual, no lo aprende

Vive solo no tiene manada

Huele a cominos, a cilantro, a pascle

a guiso amoroso

En su cuerpo de ceniza respira un cíclope eterno

Todo tiene memoria. El tiempo huye por el mismo laberinto

Ruido de totomoxcle

 

El nagual perpetúa su sangre

Escribe en ríos profundos. Graba en su cuerpo

El ácido borra las líneas de sus manos

Carnicero al fin alarga las horas de la noche

 

Detenido en la pared no existe

Apenas simula un retazo de roída sepia

Ángel recortado en la textura del códice

 

*

 

En cuál sueño de cal hirviente se parte el corazón

cuando te vas y eres otra

Es de perro este dolor y no porque no me duelas

sino por el aullido que presiento

Porque no me rajo a la primera.

Porque aguanto una, dos, tres

todas las dentelladas que creas que merezco.

Soy curtido en vinagres espesos

y garantizo a pesar de tantas canas

 

*

 

No soy yo el que te seduce/es la escritura

Tus rasgos cuando los ves en la página en blanco

Es el miedo y su polvorín de mago

Son las ganas de beber el salitre tembloroso

Es la ceguera de dos

Una sola saliva con sus grumos y el gozo

Y ese saber el rostro que memoriza el cíclope

cuando el que escribe es alguien que desconoces

Un solo de sol en llamarada

La quemadura cuando inicia el desamor

 

*

 

Cuando puedas amarme Ven

Sin el miedo de otros cuerpos

El mío está curtido en ajenjos

En dolorosos azogues

Entrégate al mar/Soy la misma agua

Acaso tenga otro nombre

Pero soy el mismo

 

*

 

Voy por el filo de la anécdota

a rastras voy

Me ando muriendo de todo

hasta del gerundio que me dejó tu amor

Viejo estoy y tú tan lozana en mi memoria

No hago caso al decir de los amigos

Por pura envidia dicen algo de un tubo que tú acaricias.

O seguramente me recuerdas lejanamente

 

El que te mira es otro

sin muelas, con artritis, sin memoria

y pregunta por el precio del boleto

 

 

 

DE LA TIERRA Y LAS PALABRAS

 

En este pirú que no plantamos.

Bajo la sombra escuálida de este montón de costras

y ramas olorosas, vuelvo a sentarme

como lo hacíamos tu gesto mirando a nadie y mis nueve

que siempre querían cruzar la carrillera y amacizar tu máuser.

A solas echo el taco de sabrosura

que la abuela me prepara desde su más allá.

Aquí vuelvo a conversar contigo, a hablar de nuestro Hesíodo,

a tirarle piedras a la ciudad grisácea y reitero que la tierra que me diste es tuya.

Que otros son mis trabajos y mis días.

 

Tan sólo me quedo con tus palabras,

garritan en mi corazón. Son las que no dijiste.

Las que tuvieron forma en la comezón silenciosa de tu espalda.

Son las del perejil y sus jugos para hacer el río eterno de la sangre.

O las del cilantro y la sal a la mitad de la tortilla.

O el rozón de la ortiga en tanto envejecía mi infancia.

 

Abro la necesidad de abrir las cosas

el corazón de mis hijos, abro por abrir

el salitre donde la verdura ha de germinar.

Digo espinaca y escarbo en verde la imagen.

La oscuridad huele a semilla remojada.

Digo apio y mis dedos rugosos baten el cieno nutritivo.

Digo escarolas y la vértebra se tensa para llenar el buche del almácigo.

 

Las palabras que tatuaste en mí, crecen en la uña salitrosa.

En su hongo obstinado, en la verdolaga con salsa verde

y la costilla de cerdo frita a punta de manteca.

Son aquéllas que en la página arrugada de la acelga

gritan su deshoje para evitar el tallo semilludo.

 

Abro el verbo y voy con mi guadaña.

Ojo por hoja y ajo por ver.

 

Y aunque me tuerzo y me retuerzo, no me quiebro

Sé que la blancura anda tras mi sombra

cuando te llamo piquete, punzada o sesgo de cuchillo oxidado

Andamos juntos Procopio. Ya casi amanece.

 

 

 

COSAS DEL TIEMPO

para Eusebio Ruvalcaba

 

Todos los días al amanecer abandono el caparazón

y salgo a vivir un rato.

Cargo una carpeta donde registro mis acechanzas.

Calles y habitaciones efímeras, una cantina tras otra

y mujeres que dejan su música en las arenas movedizas de la escritura.

Bebo mi alcohol y la luz se enturbia cuando transpiro.

Un amigo va y otro se aleja, yo deambulo.

Al anochecer he de rehacerme en las tinieblas del sueño.

*

¿A dónde va el tiempo? Qué pedazo de su rabia se queda

a macerar la carne?

Acaso el instante y su garra modulan el somos en la huella de los hijos.

No hay atrás, solo la mirada de alguien que se aleja,

el otro que ya no somos, acaso un punto en la plenitud de nuestro cuerpo.

El tiempo se detiene en círculos alejándose.

Las cucarachas darán cuenta del resto por vivir.

*

Entre la sopa que llega y la que cae,

está el hambre del otro.

El que escupe al vidrio divisor la gelatinosa miseria,

la mía, en el guiño de un corazón enfermo,

el otro. La lengua astrosa con los dedos en V,

retando al trozo de lo que queda.

*

Vez que no ves

y no saber el cuándo de la última vez.

Y no ves el tamaño del grito.

A gatas llegas con sigilo ondulando el silencio.

Y las fauces abiertas, a punto los colmillos

con el veneno a punto. Chisguete

del cuerpo que va y no regresa.

*

Necesito una ciudad para escribirla.

Un aire turbio, casi irrespirable.

Mujeres hermosas por el tapiz de mi mirada

para sobar mi cuerpo,

pero estoy lejos, a dos metros de oscuridad

y el silencio es frío.

 

 

 

SALIVERO

para Arturo Trejo Villafuerte

 

Un ondulante brezo imaginario

que la turba ahume y el salivero brote amable.

Ámbar es la sombra

y la noche una cebada madura

sumergida en el agua sin fin de la memoria.

Que el grano germine al paleo de la anécdota,

que se destile o deshile

el luido traje del desamor,

(lo bueno es que ya no me acuerdo)

que escurra la trasparencia de esa mujer de incomparables senos,

(Y acotar que son dos)

y cada gota resbale por ese trasero que fácil

rebosaría las páginas de los libros compartidos.

A cada hervor el homenaje a los maestros

que conbeben de tanto mencionarlos.

Alguien dice Illescas y el eco interroga

por Rubén Bonifaz Nuño. Otro brinda por Lizalde

y al golpe azaroso de los dados se allegan José Emilio y Segovia.

Vapores y espumas carcomen el tiempo,

lo ahuezan, lo fermentan.

Y así nos vamos por ese río en que las anécdotas

son las piedras pulidas de lo irrecuperable.

Salivero espiral del que va y viene o ya fue o se ha perdido.

Y se encuentra en esa rueda de molino.

horno de malteado de la saliva con que vamos secando

los días sin vuelta.

 

 

 

LOS ZAPATOS

 

Andan juntos, a todas partes van

Uno solo es inservible, huérfano, cojo

Son humildes, soportan los hongos, la comezón

las heces de los perros

Al filo del cansancio caen donde sea

Como el agua al vaso

adquieren la forma del pie que los contiene

A veces los veo alejarse en busca de otro niño

el que se cortó el dedo gordo en un basural

En la crepitación de fuego

o bajo el salitre claustrofóbico

estarán conmigo

Ellos saben aquello de morder el polvo

 

 

 

CALZONES

 

Recuerdo el estampado, la bolsa de manta

El recipiente del salvado y la sema

Luego las tijeras y el trazo memorioso o la rasgadura

Calzones para mi hermana

y para ese Melitón que yo era por el 60 de otro siglo

Manta tiesa, ruidosa con sus manchas detrás

y el orín de la infancia que vaporiza la oscuridad del cobertor

Que dice que ya no soy niño, que ya canta el pájaro y escupe

Calzón de manta el de Procopio

la mugre trabajadora, el sudor que hila su pegoste de lodo

Un día la memoria olvida en el tendedero aquellos estampados

Manta que mis primas bajaban en tanto mi mano expiaba sus asuntos

Rolando Rosas Galicia (1954). Nació en San Gregorio Atlapulco, Xochimilco CDMX. Ha publicado los libros de poesía: En alguna parte ojos de mundo, Liber ... LEER MÁS DEL AUTOR