María Laura Pintos

Existen animales con dos bocas

 

 

 

 

tengo
una mesa china
dos sillones franceses
seis sillas americanas
un perro canadiense
dos hermanos argentinos
un vino chileno
unas botas peruanas.
un libro escrito en francés
otro en portugués.

una máscara sudafricana
candeleros del Ecuador
collar de plata mexicana
sangre portuguesa
abrigo italiano
aceitunas griegas

y el juego completo de porcelana inglesa
que mi abuela recibió como regalo de casamiento.

porqué será, sin embargo, que el mundo me es ajeno.

(inédito)

 

 

 

dónde están
esos oscuros bares
en los que una mujer pueda irse
de hombres y copas
y luego escribir canciones
que los demás escuchen asintiendo
conmovidos por una soledad
que jamás han vivido,
poemas que pinten un remedo de sonrisa,
unos ojos melancólicos,
un recuerdo de tiempos
en que se llevaba la tristeza
pegada en el vaso.
Dónde el oscuro vientre
de un Jesús
en el que cualquier Magdalena pueda
sumergir su hambre desatada,
su deseo irrefrenable de ignorar la muerte,
su destino de andar siempre de lutos,
No cargo ninguna bandera
sólo pregunto dónde
esos oscuros bares
en los que una mujer pueda irse
de vida y de olvido
en el ojo de una madrugada
en que todos somos iguales
frente a la boca del lobo.

(inédito)

 

 

 

 

Madre, soy una tonta.
bailé con lobos con piel de cordero,
no supe, madre, que no podía confundirlos
yo también era un lobo que bailaba
o  un cordero disfrazado de luna
dejé que olieran el miedo
que transpiraron mis pupilas
que lamieran las heridas
que ellos mismos dejaron en mis huellas,
lobos lágrimas de cocodrilo,
piel de gallina, pisada de pato.
baile con la jauría entera
y yo no era más que una mujer perpleja.
Madre, soy una tonta.

(inédito)

 

 

 

 

Cuando miro mi vientre en un espejo
allí dónde se comprime
se arruga como una vieja pasa
y el músculo se quiebra seco
me da por recordar a mis hijos
y estoy casi siempre en un cuarto de pensión
o cualquier habitación en ruinas
una cara y sus sombras sobre la almohada
– me gustan los hombres por sus sombras
y me gustan los que están locos de remate –
y esos ojos más indescifrables
que el cuerpo que acompañan
al que puedo describir con un fugaz y simple
ejercicio de la memoria reciente
y viene el recuerdo del rincón de mi casa
en el que ayer apenas coloqué un cuadro
y las plantas que riego cada mañana
algo como una mano leve se apoya en mi pecho
es el mea culpa y por mi culpa, por mi gran culpa
vibra el teléfono que he dejado en silencio
han de ser mis terneros, hombres ya
berreando su orfandad de madre
porque han pasado por mi habitación
y han visto la cama sin deshacer
y el perfume que usé al salir flotaba todavía
la cama tan lisa, sin vestigios ni olores
que acusen que hubo allí un cuerpo
que hundió de modo desparejo el colchón
– casi al amanecer vino el deseo en el sueño
y no hubo más que estarse boca abajo
y dejar que la mano encontrara su camino
masturbarse con urgencia primero y con rabia después
y al momento justo del orgasmo hundir la rodilla
arquear el lomo y dejar la marca desaparecida –
y han pasado esos hijos míos, sangre de mi sangre
es madrugada ya y dónde estará esta madre
el teléfono sigue sonando y no respondo
por pudor o miedo de quedarme sin excusas
para volver al lado de ese cuerpo
al que dije podía describir sin esfuerzo
la comba del omóplato, el rudo sostén de las piernas
columnas del tempo que visito esta noche
para implorar al dios que quiera escucharme
que no me deje a solas con mi deseo
paso por el espejo y me observo
y es entonces que veo mi cuerpo
más de veinte que nadie lo habita
por las nueve lunas del tiempo
voy con mi culpa a cuestas
y no es un lugar común
tiene la culpa su peso
camino hacia el altar
todavía hay tiempo para un rezo
y mientras camino pienso
cuánto me dolerá la cabeza
cuando en pocas horas sea plena la mañana del domingo
y yo regrese a mi casa a preparar el almuerzo.

(inédito)

 

 

 

y morirse
agotado así partir
hay que vaciarse primero
para saber 
el camino de regreso

tantas veces me fui
con las manos
vacías
tantas veces que pude
regresarme 
del tiempo

me arranqué las uñas
corté los cabellos
todo a su tiempo
floreció de nuevo
me corté las manos
arranqué el deseo
y así liberada
de torpe amuleto
recogí mis libros
me vestí de viento.

mas quiso la fiebre
la sangre
mi cuerpo
que nunca me olvide
del signo que llevo
grabado en la dermis
debajo del plexo
su aliento su pulso
su razón
su peso

este cuerpo mío
recobrado y viejo
será siempre la perra
lamiendo los huesos

en busca de carne
en busca de fuego

Mis pechos hierven y crecen hasta escaparse de mi ropa, de mi casa y de la ciudad en miniatura. Desbordan de leche con la que alimento generaciones enteras. Niños de barbas blancas, de andar cansino, de bocas desdentadas, de cuatro ojos amarillos. Niños con la piel cubierta de escamas y enormes falos que no pueden mantener erguidos. Niños caballo, niños cabra, niños oso. Niños de pies diminutos que hacen temblar la tierra a su paso. Niños con la cabeza más pequeña que la de un fósforo y niños con lenguas tan largas como las marinas.

Agarran con fuerza, succionan, frotan sus narices contra mi piel enrojecida, tratan de abarcar el contorno de mis pezones con sus bocas. Lamen, mordisquean, huelen, acarician. Saciado su apetito, se duermen entre mis piernas. Entonces, los devoro. Es el ciclo de la vida, les digo, y trago.

(de La Jaula, 2015, editorial Paréntesis)

 

 

 

en el ojo de la madrugada
un pájaro profanó el silencio
y el ángel batió sus alas
llevándose al que no sería
mientras se le partía el cuerpo.

si entre las piernas se escurre
la vida que lleva dentro
en su memoria persiste ese maldito momento
cuando en el ojo de la madrugada
un pájaro profanó el silencio

Existen animales con dos bocas. Soy uno de ellos. Entre las piernas, mi vagina dentada se abre. Son sólo dos pastillas que intento tragar como una niña buena. Pero me atoro y acabo por escupir una de ellas que cae en la baldosa helada. Desde los pies, subiendo por las piernas, el frío congela mi segunda – ¿o será la primera? – boca en una mueca macabra. Respiro hondo por las manos, recojo la pastilla y la llevo hasta la raíz de una lengua que intuyo reposa dentro de la fosa. Una lengua carnosa y húmeda. He comido la última migaja que me han puesto en el plato.  Satisfecha hasta el hartazgo me acuesto a esperar quién sabe qué digestión imposible.  Horas después el dolor me quiebra en dos y mientras una boca solloza muy despacio, la otra vomita con brutalidad. Entre arcada y arcada termino por lanzar una rosa de fuego. Y después otra y otra más. Y las rosas caen en la baldosa helada y las lágrimas caen en la baldosa helada y se juntan unas con otras hasta formar un enorme ramo de rosas y cristales. Entonces recuerdo que es mayo y es domingo. Y nadie viene a decirme, feliz día de la madre.

(de La Jaula, 2015, editorial Paréntesis)

 

 

 

 

… y fue buscando un número al azar
que te estalló la cabeza
los recuerdos se volvieron misma
y vas y venís entre ayer y hoy, nunca mañana
cada día es un regalo y una ofensa
a lo que no volverás a ser

Entonces,
mirás por la ventana
y ves la gota deshacerse contra el vidrio.

Cargar la jaula. Cargarla hasta que se caiga de las manos. Hasta que el cuerpo se doble y se parta. ¿Alguna vez experimentaste la alegría de ser el elegido? ¿El elegido para cargar la jaula? El pájaro no sabe de su peso, de su peso junto con la jaula. Sólo sabe revolotear nervioso, pegarse a los barrotes, piar rogando por agua y alpiste. Vas a cargar esa jaula y darle la vuelta al mundo. Eso dice mi abuela. El mundo mide lo que mide la distancia entre la escuela y tu casa. Aprieto los dientes y las manos alrededor de la jaula. No me asusta el acertijo. Ni el peso ni la distancia. No le tengo miedo al dolor. Ni al miedo le tengo miedo. Cinco años de vida alcanzan para que no me paralice el miedo. Ni el dolor. La miro desafiante y empiezo a caminar. Son treinta cuadras lo que mide mi mundo. Nada podrá detenerme. Ni mis cinco años, ni la distancia, ni el miedo. Cuando mi madre pregunta como hice para llegar con la jaula, nadie dice nada. Nadie cuenta la historia del Atlas cargando en sus espaldas al mundo y una jaula. A la mañana siguiente vuelvo con la jaula en un auto y la cabeza de mi abuela se convierte en miasma candente. Cuando nací, vaticinó que sería la luz de los ojos de mi madre. Pero mi madre no está ciega. Se pudre en una silla y exige su caja de cigarros diarios. Yo cargo con su humanidad y con la jaula. Mi abuela es la Todopoderosa y yo el Atlas elegido para cargar el mundo y una jaula a mis espaldas. Por todo el camino de regreso. Hasta que la cabeza de mi abuela estalle y toda esa lava en la que se ha convertido su cerebro inunde las calles de esta ciudad en miniatura. Hace más de cien años que se resiste a la erupción y se ríe de verme seguir cargando con la jaula. El pájaro murió hace mucho tiempo, adentro sólo quedan restos de plumas y algunos huesitos rotos.

(de La Jaula, 2015, editorial Paréntesis).

María Laura Pintos Nació en Montevideo el 28 de octubre de 1971. Creció y estudió entre Buenos Aires y Montevideo, nieta de las dictaduras que golpearon Am ... LEER MÁS DEL AUTOR