Himno y otros textos
HIMNO
Se alza, en vilo, la luna.
En la ciudad que duerme,
mientras la gran testuz de la memoria,
rumia sombras de olvido,
bajo la densa pústula de asfalto,
brama una tierra viva.
Dulce, ardiente, Gea,
la del vientre virgen
que engendra y devora
al hijo engendrado:
Óyeme.
Madre de los muertos,
la del rostro oscuro,
la sierpe sagrada,
enlaza mi débil cintura
con tu seda fría
y guía mis pasos
hacia el hondo, prolífico seno.
Se embriaga en los giros
de un cálido viento derviche
quien oye nacer el gemido
que rasga el crepúsculo
cuando cae el cielo
rendido y amante,
agrio, verde y cómplice,
desnudo ante ti.
*
¿DÓNDE ESTÁ LA INOCENCIA?
¿Dónde está la inocencia
que grita: estoy herida
y no busca consuelo?
¿Por qué la sangre rompe
su fluir cristalino
y cuaja en trombos ácidos
que conservan la vida?
¿Dónde el fluir continuo
que lleva hacia la muerte,
la pálida caricia
de mi anhelante amada?
*
FAROL
Cuando todo, en torno a mí,
abandona,
el calor de tu cuerpo,
el aire espeso y áspero,
la sombra,
convertida en ardiente
balaustrada
de luz sin atributos,
tú lanzaste a mi espalda,
poesía,
el farol diminuto
para cruzar abismos.
*
LAS MONTAÑAS,
COMO PEZONES BLANCOS
Las montañas de nieve,
como pezones blancos,
erectos,
apuntando
hacia el pálido cielo.
Y el corazón que tiembla
cegado por su espesa
herida desvelada.
De Dominio de la noche
*
Y TÚ, GERARDO
Para Gerardo Diego
La palabra, Gerardo,
una barquilla,
endeble nuez
y junco contra el viento.
Soria, perdida
tras el horizonte,
—tan bajo, a ras de agua—.
Y tú, Gerardo, un muerto
adolescente,
que pasea su amor
por la cintura.
*
MAGNOLIO
La mañana crujía
como seda
sobre un seno desnudo.
Y, de repente, vi
—cuenco de carne y luz—
abrirse bajo el sol
la gloria inmaculada del magnolio.
*
PÁMPANOS DEL OTOÑO
El tórrido verano
se retira vencido.
Una lluvia menuda,
como piar de pájaro
me picotea el rostro.
Sobre el mandil del viento,
pámpanos del otoño.
*
TARTESSOS
Quiero decir la luz
que se adelgaza
entre los verdes dedos
de palmera.
Y la luna pequeña,
casi recién nacida,
como el anillo roto
de un corazón.
Y Huelva,
como nunca africana
en primavera
y las húmedas tumbas
de los viejos Tartessos,
que aún vibran
en la parte
más etérea del aire
que hoy respiro.
De Inocente ceniza