Francisco Trejo

Canto de un minotauro

 

 

Por Flor Venalonso Neri*

Canción de la tijera en el ovillo es un poemario que nos conduce a uno de los temas fundamentales no sólo de la poesía sino también de la literatura universal: la búsqueda de la identidad. Se trata de un viaje constante por el laberinto del lenguaje, la función de la poesía y la búsqueda del origen en los ámbitos recónditos de la memoria. A través de una figura emblemática de la mitología griega el poeta mexicano Francisco Trejo nos presenta al minotauro Asterión como un personaje real, cercano, casi reconocible por su humanidad y en la intimidad de su ritual doloroso nos reta a mirarnos a nosotros mismos en la mirada del personaje. Canción de la tijera en el ovillo está divido en cinco partes, cada una con 12 poemas: “Aposento de bicornes”, “Inscripción en los muros”, “Cuando el toro del mar embiste las orillas”, “Sal y carne” y “Dolora de los híbridos”.

En Aposento de bicornes encontramos un epígrafe de Jorge Luis Borges: “Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche”. En esta primera parte el minotauro se presenta para autonombrarse, al igual que en el cuento de Borges, Asterión, el personaje principal, comienza su discurso a partir de su casa, (el laberinto) y en cómo salir para ver el exterior. La primera parte es la toma de conciencia que hace de su propio encierro, no el encierro físico sino el mental en el que la pregunta existencial recorre estos doce poemas: “Mi nombre es Asterión”, “Soy el híbrido del agua y de las llamas”, dice. Más adelante plantea “voy a salir de la casa de mi cuerpo, la casa que habito o que me habita”. Es la Canción la que le infunde valor y hace posible este momento: “Hay canciones por cada llaga de la carne: el hombre herido es un laúd de múltiples acordes”. Porque, “somos millones con el mismo dolor que se advierte laberinto”. Porque el dolor: “baja y se repite en las vísceras, como la sal en los muros (o la primera llama en las manos de los hombres)”. Recurriendo a la memoria, el poeta recuerda: “En estos escenarios el llanto fue mi primera máscara”, “el taurombre que soy en la poesía”. En el poema VII sucede la metáfora terriblemente bella: “Si brama el minotauro…es porque alguien le contó que el sol destruye pájaros de cera”. Sin embargo, en el pensamiento solitario del minotauro nace la metáfora perfecta: “¿ocurre algo más que la tijera en el ovillo?” En esta casa tan fría la única salida es una puerta “profunda y sin retorno”. Piensa el minotauro en su origen, en su vida, en su realidad: “Cuando nace un hombre, antes de sentir el pecho de su madre, recibe un golpe: el llanto es la queja de estar vivo”. El laberinto es toda su realidad: “Laberinto origen, duda, lengua, poeta-minotauro”. “Mi libertad de piedra está en el polvo”, sentencia. Aquí es la búsqueda de la libertad a través de la constante indagación del origen.

Con un epígrafe de Friedrich Hölderlin comienza Inscripción en los muros: “Maravilloso es el favor de la sublime y nadie sabe en qué consiste lo que otorga ni de dónde proviene”. El poeta abre esta segunda parte con una pregunta: “¿Qué es el dolor?” y también “¿Qué es el canto?, para empezar su disertación sobre la poesía: “Es parvada la poesía, cuando se fuga por grietas abisales”. Las metáforas utilizadas por el poeta en el poema III dotan a la poesía de cualidades humanas: “Poesía ven, dame tu vientre”. “Permítele al canto hacerme hombre”. “Deja que te esperme”. El minotauro cree que solamente a través del canto es posible ser hombre. Porque la poesía es el vientre de descanso en el cual buscamos el origen. Además, el cree que: “La risa es la sabia espera de la muerte”. Y el poeta que hay en él lo sabe, sabe que: “Escribir es descifrar el sentimiento, (darle nombre) y presentarlo al mundo en enjambres de sonido”. Aunque la poesía no sólo es canto, también es silencio, por eso dirá más adelante: “Hay algo de mar en el mutismo: siento en sus aguas mi confusa humanidad”. “Oh, poesía, ariádnida voz de mis fragmentos: permanece mil años en las puntas del ovillo”. El canto es la única manera posible de habitar la soledad: “Se abre el hocico del poema y entro en él”. “Encuentro alivio en la sátira”. “Mi lengua es venenario. Y con ella te nombro, Ariadna, tejedora de tragedias.” La poesía es la única salida de este laberinto. Y el minotauro sentencia: “La palabra es la carne que me viste”.

Cuando el toro del mar embiste las orillas inicia con un epígrafe de Páladas de Alejandría “La tierra es un inmenso matadero. Allí aguarda la muerte a su rebaño lamentablemente: nosotros”. En esta tercera parte está lo que yo considero la parte más humana del libro: el agradecimiento a la madre por la vida, mas no la justificación sí la comprensión de sus hechos. El minotauro recuerda: “Al principio fui espuma en el piélago ansioso de mi madre”. “Ahora soy toro que se sueña pájaro”. Y luego la metáfora más desgarradora: “Nunca dijo mi madre por qué me abrió la puerta, pero me dio la vida”. Sin embargo: “A mi madre la habitan dos mujeres”. En el poema IV encontramos la terrible belleza de los hechos: “Ella me dio a luz siendo tan oscuro”. Por eso a mi madre: “Mar, sométela. Déjala morir en su adulterio”. Porque “el crimen de mi madre no fue su amor por el mar… fue traerme al matadero”. De igual manera la presencia desconocida de la figura paterna es símbolo de la búsqueda de la identidad. En el poema V, recuerda: “vi a distancia la figura de mi padre”. Y por eso: “quedé solo, hasta la orilla que soy en la nostalgia”, aunque “a veces me adentro en la corriente de mi padre para buscar mi niñez en su escílica memoria”. Para el minotauro, “cualquier punto del mar es el mismo, si no se halla tierra firme”, sentencia. Sin embargo, hay una constante necesidad por la presencia femenina: “Madre, ven a caer como lluvia en mi desierto. Háblame…Ven a refulgir la lengua de tu hijo: el hombre que soy, el toro embravecido con la vida”. El canto nuevamente como única salida: “¿He dicho lo que soy en la memoria? No soy más que hueso y océano, vértebra y saliva”.  Esta tercera parte del poemario recuerda a la búsqueda constante del poeta por su origen, y une este libro con la mayor parte de su obra:

Con un epígrafe de Julio Cortázar nos descubre Sal y carne: “Cuando el último hueso se haya separado de la carne, y esté mi figura vuelta olvido, naceré de verdad en mi reino incontable”. En esta parte, el minotauro se vuelve hacia el lenguaje, sus palabras más que aforismos son sentencias de una realidad que lo aqueja en su soledad, en su discurso de la carne su único medio de habitar el mundo es a través de la poesía: “La poesía es sacrificio”, “el amor no llena cavidades”, “ser es darse a los otros… cada día”. Si tal como lo dice el minotauro: “El poeta canta por las llagas de su carne”, entonces: “el nacimiento y el coito son las puntas del ovillo”. Porque para él: “vivir es encajar los dientes en la carne”. Para el minotauro, convertido ahora en el poeta, el cuerpo no es más que “el panteón de nuestras emociones”. En esta parte, el minotauro canta la vida y la muerte “con la carne y la poesía, porque sentir y decir son las cosas que ensortijan lo humano en mis entrañas”.

Con estas palabras de Adonis: “¿Acaso el hombre es sólo ilusión de carne y sangre? Estructuras óseas, calaveras, arterias y venas, ojos y oídos: objetos y máquinas que guarda el polvo, en sus ropas y bajo su almohada”, en Dolora de los híbridos, (al igual que en el cuento de Borges), Asterión se cuestiona acerca de su propia muerte, de su casa, del exterior y espera con ansias la muerte. Su disertación empieza con: “Sangre somos en el cuerpo” ¿o no somos más que sangre?”, el minotauro cree que sí y por eso asegura: “pero yo vine a salirme de la horma”. Para darnos así las metáforas más logradas de la tijera en el ovillo: “Se aprende a brillar con tanta noche oscureciéndonos la frente”. “Somos eclipse hasta que desbordamos las orillas”. Para el poeta la poesía necesita del silencio, para el minotauro el silencio es polvo, por eso dirá: “Mi casa es el polvo, la forma incuestionable de la muerte”. En el minotauro nos reconocemos todos los hombres y mujeres porque cada uno a su manera dice: “Yo soy el minotauro”, “Soy la tragedia más representada”. En el poema VII, vuelve la cuestión principal planteada en la segunda parte de esta Canción: el dolor. Para el minotauro “es doloroso salir de las habitaciones, pero duele más estar adentro”, sin embargo “su canto perdura como su propia calavera”. Ya en el poema XI vemos cómo el minotauro, tal cual relató Teseo a Ariadna, no opone resistencia a lo inevitable. Con voz imperativa, y con las palabras formadas ya por un verbo ya por un sustantivo con pronombres enclíticos, implora a Ariadna por dejar su canto en la memoria: invéntame, amóldame, fráguame, miélame, sediéntame, alborízame, otoñízame, desnúdame y huésame, víveme. Pero, por favor: “Volvamos al origen”.

Francisco Trejo nos muestra al minotauro más humano, no al Asterión que cree que la muerte es su liberación, sino al que cree que la única salida posible al laberinto es la poesía. En literatura hablamos de tres aspectos importantes de la obra poética: la inasibilidad que supone un débil acercamiento, la importancia y peso de la tradición y la contemporaneidad. Francisco Trejo escribe desde el lugar en el que nos reconocemos todos los seres humanos que habitamos este pequeño universo caótico, pues cada quien desde su más íntima individualidad se asume lleno de furia ante la cruel realidad. A través de metáforas de personajes mitológicos, el poeta busca personificar su dolor, para entender y amar la realidad, no para justificarla. Porque amar no significa ignorar lo terrible de ella, pues en ella convergen dolor y alegría. Ezra Pound en El arte de la poesía dice que “La poesía es un centauro. La facultad pensante, estructuradora y aclaradora de las palabras debe moverse y saltar con las facultades energetizantes, sensitivas y musicales. Es precisamente la dificultad de esta experiencia anfibia lo que mantiene bajo el número de buenos poetas de quienes se tiene noticia”. Yo creo que dentro de este bajo número de buenos poetas encontramos a Francisco Trejo para quien la poesía es esta Canción de la tijera en el ovillo.

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*Flor Venalonso Neri (Tierra Colorada, Guerrero, México, 1994). Es licenciada en Literatura hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Guerrero, actualmente estudia la Maestría en Humanidades en la Facultad de Filosofía y Letras de la UAGro. Ha participado como ponente con temas de poesía mexicana en el “XIX Congreso Internacional de Poesía y Poética” en la BUAP, en el “II Coloquio Hermenéutica de las humanidades” en el “V y VI Coloquio de Humanidades”, y en la primera jornada “Cultura y globalización en el siglo XXI” en la UAGro, así como en la “XXV Semana Nacional de Ciencia y Tecnología 2018”.

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Francisco Trejo (Ciudad de México, 1987). Estudió la licenciatura en Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), la es ... LEER MÁS DEL AUTOR