Carlos Calero

Asuntos de minotauro

 

 

 

 

Asuntos de minotauro

 

Los toros me rodean

y el círculo del universo

se rompe en los hologramas de Borges.

Los potreros son botones del destino

y mi chaqueta, en este caso, carece de ellos.

Sus pezuñas exaltan

el ruido de las patas rotas

en las galerías subterráneas.

Y huelen a queso rancio

los cascos gruesos y sagrados.

De estos pasadizos

se dice y se describe

están cubiertos con espejos

que simbolizan

a quienes mueren en la calle

envueltos con papel periódico

y los ojos atascados con cielos

que repiten otros desvelos

de techo quebradizo y húmedo.

Y los toros llegan, los huelen,

lamen la grasa de las ingles

y los pómulos de esos seres

que respiran por los huecos

en las cloacas de los suburbios circulares.

Los toros braman por hambre.

Las malas lenguas dicen que se revuelcan

con travestis y putas indomables.

Los toros esparcen su semen.

Caen ciudades por el filo de sus cuernos.

Los toros abren océanos ácidos

sin barcos, puertos ni faros,

mientras salen desnudos

a limpiarse del estiércol fermentado.

Toros que embisten horóscopos

con dibujos deformes y sombras

de sacrificios medievales

en mataderos clandestinos.

Me dicen, por mis astas poderosas,

que reino en un tugurio

y mis muslos peludos bambolean

la corona que me entrega la muerte,

sin que haya un solo testigo

de que Ariadna y Teseo se confabulan

y, para evitar el costo del sarcófago

y no amanecer en la funeraria, me degüellan.

 

 

 

Como pájaro rojo

 

Estás llegando al mar que deseabas.

Tu mar buscado,

el insólito, el total,

tu mar ambiguo y breve.

Llegás para volver a perseguirlo.

Tu mar que se hace sal y huye.

Huye de mí y sí mismo

y se convierte en un solitario

tiburón que besa los corales.

Tu mar de mares,

tu mar de islas imaginarias,

tu mar con remos de acero y torres

de las glorias submarinas.

Tu mar de mujeres pez,

de mujeres hipocampos,

de mujeres marineros con redes

que hunden las anclas

y descubren continentes y pasillos,

que unen ciudades donde nunca

debieron ser un misterio.

Estás llegando con tu mar.

Nadie sabe que un barco te acompaña,

solo ven el suyo en los naufragios

de quienes eligen otro mar y tempestades.

Estás sobre tu mar y ves la Ítaca

cubierta de arbustos,

rodeada de escombros

donde las flautas y cítaras

pastan como cabras.

Tu mar reconoce las puertas

del reino del que nunca has marchado,

y regresás a hurtadillas,

recobrás tus recuerdos.

Entonces, tu mujer te huele,

te desviste, te comprueba,

por aquello que las deudas

no sean honorables.

Ya sobre tu cama ves que tu océano

agrupa estrellas que cantan

como un pájaro rojo de sal y arena.

 

 

 

Desafino con Paul Celan

 

Polluelos del silencio, te digo.

Ratos del silencio, me dirás.

Gaviota ciega de arena, te comento.

No. Gaviota derribada por una pedrada

esgrimís entre una capa de nostalgia.

Tu limosna de la luz

ya fue dada,

para que el mar sobreviva.

Talvez hubo retraso al no alcanzar

un lugar en el barco

donde me esperaste con la muerte.

La mancha roja del sol

fue negada por los islotes invisibles.

Claro, acaba de atardecer

y no te veré más.

El azul de las olas paga en efectivo

tu pasaje, sin regreso, desde el olvido.

Por supuesto, aquí tengo las cartas

desechadas porque ya no existen buzones

y me las envío a mí mismo.

El silencio hereda la llegada de las estrellas.

En eso coincidimos

porque mi página es una de ellas.

 

 

 

La bicicleta se antepone al cadáver

 

La bicicleta antepone

su tragedia al cadáver.

El cuerpo impactado levanta

una mano de humo y lágrimas.

No existe sensualidad cubista

como la joven del sombrero y cinturón rojo,

que monta la bicicleta

en el cuadro de Georgy Kurasov.

Presencia tácita de la cruel muerte.

Una montaña de vapor azul

envuelve los rostros lejanos de la ausencia.

Su dominio de la escena exhala vacíos.

Derriba. Silencia los paraísos y familias.

Suponemos que la parca,

con carruaje de cancerberos,

lo condujo, entre la mortaja, a la morgue.

Abrió sus dedos oscuros

y diagnosticó las causas

que explican por qué el cráneo

se partió en fragmentos,

a la hora de agrupar los huesos,

con guantes esterilizados,

ambiente de congelación

y tiempo de ceniza en las comisuras

del sepulcro abierto y verdoso.

La bicicleta retorcida se antepone al cadáver

como una pelambre del invierno amargoso,

embalado por el desconocido mecánico

de autos y choferes homicidas.

La bicicleta se antepone al cadáver,

esta mañana de ritos violentos

y la idea de que el mundo

es abismo carbonizado

o derribo de un alma deshuesada,

por los vientos salvajes

que nos empujan al pasillo

de los arbustos mortecinos,

mientras el muchacho intenta

esquivar el auto que lo impactó

y huye como lobo perseguido,

hasta un tumulto de muertos

que sufren en un océano en que navegan

los homicidas, quienes confían

nunca serán castigados.

La bicicleta se antepone al cadáver,

mientras una fila de autos

se detiene como ganso

que grazna a los restos

del cráneo, abdomen y costillas.

Una muchacha, sin la bicicleta roja,

lanza su boina francesa

hasta el hombro de quien

la montó en la biela,

mientras el mar los bamboleaba

en dos boyas bajo el sol rojo,

sin pensar que uno de ellos moriría.

Ignoro por qué Kurasov

me pone a pensar en otra mujer

que camina con sombrilla

y un perro bulldog enano,

en una ciudad cubista

con banca de madera y un periódico.

 

 

 

Mi gato

 

Este no es el gato de Baudelaire,

ni me apetece que lo sea;

no es un gato literario,

tampoco el felino negro

y enigmático de Poe.

Es un gato callejero,

porque su madre lo parió entre estañones

y luego lo subió, con sus otros hermanos,

a un cielo raso antes que los perros

de un barrio vecino la despedazaran.

Y, mientras ocurría eso, la gente pasaba

hacia una panadería como si no ocurriera nada.

Mi gato sabe agradecer.

Siempre está donde mi sombra lo protege.

Yo sé que el karma tarda pero es certero.

No sé, tampoco, si sea un gato místico.

Me intrigan los dos enigmas de sus ojos.

Sé que mi gato conoce mucho del cielo

y cómo salvarle los misterios a la luna.

Y si se trata de la muerte,

me mira, reflexiona y maúlla.

 

 

 

Sobre la cabeza de un perro

 

La casa de tu memoria

respira olores sagrados;

olores grises, turbulentos;

olores insatisfechos por el derribo

de los techos donde anidan

las palomas hojalateras,

las palomas vende ropa y helados.

Los techos donde viven

reptiles sastres que visten

corbatas y gabanes

con que dejan de lado los fragores

y el aire seco de abril.

Insectos que cuchichean

la infidelidad de las amapolas.

La casa de tu memoria amanece

y no se cambia de ropa

después de la penumbra y los sueños;

no se peina dentro de un espejo;

no se lava el rostro ni pone

collares de ballenas en su cuello;

no limpia telarañas ni exhala

el vapor de los arroyos,

en estado de eternidad y vida,

atrapada por el colector

de miel y misterios,

cada vez, cuando hunde su pico

entre jardines y arbustos

nacidos en los respaldos de las sillas,

construidas para que la casa

espere la visita de los viajeros,

cuando no ven más que un horizonte

sobre la cabeza de un perro.

Carlos Calero Nace en Nicaragua. Se naturaliza costarricense. Fue docente de secundaria y nivel universitario. Ha sido gestor cultural, organiza lecturas, ... LEER MÁS DEL AUTOR