Arturo Gutiérrez Plaza

La gente invisible y otros textos

 

 

Arturo Gutiérrez Plaza:
PALABRAS QUE SABEN DUDAR

 Por Rafael Courtoisie

Una tarde de otoño de 1997, en Londres, mientras esperábamos para brindar una lectura vespertina de poesía en el campus Strand del King’s College, el poeta Rafael Cadenas respondía con monosílabos a mi extenso y tal vez impertinente interrogatorio acerca de los rumbos de la poesía venezolana en el siglo que terminaba.

“¿Usted se siente más cerca de Ramos Sucre que de Vicente Gerbassi?”  fue una de las numerosas preguntas a que lo sometí. En ese caso, la timidez proverbial  de Cadenas cedió un instante y la respuesta fue, significativamente, un poco menos escueta: “En la poesía venezolana de la segunda mitad del siglo XX uno no está cerca, siempre se está lejos, siempre se vuelve a comenzar”.

Más de dos décadas después de aquella tarde, releyendo la sólida, brillante y desgarradora obra de Arturo Gutiérrez Plaza (Caracas, 1962), comienzo a atisbar el alcance de aquella afirmación de Cadenas: la historia de la poesía venezolana es de aluvión, refundación y diversidad, es un proceso donde la heterodoxia es el vector fundamental y la riqueza, el desprejuicio y la libertad se resignifican en cada época, como si el discurso creador fuera la respuesta dialéctica a la tribulación, como si la identidad poética se construyera a la vez sobre  la intensidad telúrica y el imperio del  desarraigo, dos fuerzas de sentidos opuestos  que siguen marcando la vida esencial venezolana ya casi concluida la segunda década del siglo XXI.

En esta cuidada antología, El cangrejo ermitaño, no se sigue un orden meramente “testimonial” ni meramente “cronológico”. Se ordena el libro con consciencia y competencia poética, sabiendo que su orden sugiere una lectura para el presente y el futuro que implica mucho más que la suma de algunas partes de un posible itinerario poético. Se trata de una antología, sí, que da cuenta de la trayectoria plena de firmeza de un autor nacido en la década del ’60 y formado inicialmente en las llamadas ciencias “exactas” pero también, definitivamente, en las humanidades, de un académico riguroso y de un crítico fecundo; pero se trata a la vez de un libro nuevo, un libro diferente de un poeta consolidado, consagrado en un amplio friso epocal (más de una generación, seguramente), en el que puede mencionarse también a Yolanda Pantin (1954) y a Rafael Arráiz Lucca (1959).

El cangrejo ermitaño es  un libro compuesto con piezas cuidadosamente seleccionadas de los títulos anteriores de Gutiérrez Plaza: Al margen de las hojas (1991), Principios de Contabilidad (2000), Un sobre sin abrir (2006), Pasado en limpio (2006), Cuidados intensivos (2014) y algunas del inédito Cartas de renuncia.

El autor deja de lado el orden cronológico creciente o el orden cronológico decreciente, típicos de las sumas poéticas y antologías al uso, y decide valorar cada pieza en un orden general  que considera, sopesa y balancea lo temático, lo formal y a la vez un sentido del clímax y del anticlímax que propone una sucesión armoniosa y propicia para desarrollar una lectura reflexiva y disfrutable a la vez. No es común que los autores se tomen este trabajo de expresar no solamente con la unidad poética de cada texto sino también a partir de la contigüidad,  alternancia y contraste  de sus mejores materiales. Gutiérrez Plaza no solo se toma el trabajo de hacerlo con inteligencia sensible y conocimiento de los alcances de su proyecto poético, sabe que de este ordenamiento surgen nuevos vectores sémicos, nuevas posibilidades de significado preciso. El resultado de ese trabajo de re-composición demuestra una lucidez extraordinaria y una enorme capacidad de comunicación con el lector.
El armado del libro exhibe una cuidada ingeniería estructural en la que se aprecia esa racionalidad pasional (si se me permite el oxímoron) característica del autor, infrecuente en Iberoamérica y prácticamente única en la poesía venezolana actual.

La reubicación de los diferentes poemas plantea otro entero sintagma poético que hace de este un libro nuevo construido a partir de significantes  anteriores, éditos e inéditos, como si el proyecto expresivo de Gutiérrez Plaza se hiciera ahora incluso más contundente y significativo en un proceso de sedimentación, reconsideración y reformulación.

Quienes ya conocen la poesía de Gutiérrez Plaza ratificarán aquí sus valiosos hallazgos, la calidad despojada y esencial de sus recursos retóricos, su fijeza y vocación por el verso abierto pero  controlado en una cadencia exacta que acompasa siempre fondo y forma, que jamás desatiende lo conceptual, y que logra un difícil equilibrio entre mesura y vehemencia.

Quienes se aproximan por primera vez a este ineludible poeta venezolano de hoy encontrarán que su obra de lucidez y pasión se inscribe en ese territorio de desarraigo y nacimiento continuo que ha sido la poesía venezolana al menos desde el romanticismo pre modernista de Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892) y desde el mundo feérico y autosuficiente de la cuidada prosa de Ramos Sucre (1890-1930).

Pero en ese territorio que se resiste al trazado de mapas definitivos y fáciles, en ese territorio donde “siempre se está lejos, siempre se vuelve a comenzar”, como acotara Cadenas,  Gutiérrez Plaza innova y funda su camino pero con un conocimiento cabal de la nutrida constelación de voces que lo precede en cierto tono elegiaco y desasido: el Vicente Gerbassi (1913-1992) de Mi padre, el inmigrante (“Venimos de la noche y hacia la noche vamos”), el Rafael Cadenas (1930) de Los cuadernos del Destierro (“Una manzana de luz se reparte en heridas de cristal./ Los días lucen desterrados./ Todo aquí es génesis.”) y el Eugenio Montejo (1938-2008) de Terredad (“Estar aquí por años en la tierra/con las nubes que lleguen, con los pájaros,/suspensos de horas frágiles.”).

La diáspora interna y externa, el insilio y el exilio, la crisis de la certeza que define el comienzo del nuevo milenio, la experiencia dolorosa de la errancia, el proceso de desgarro de una sociedad, la reflexión sobre el lenguaje desarrollada en la misma práctica poética, con conocimiento y efectiva construcción epistémica  pero sin esa ostentación pseudo erudita que con frecuencia, en algunos autores contemporáneos, oculta un vaciamiento del  significado y aleja al lector, el oxímoron de  la soledad compartida, la actitud crítica no exaltada, reflexiva y profunda ante la condición totalitaria, las posibilidades e imposibilidades del amor expresadas con serena  solvencia comunicativa, son algunas de las características fundamentales del corpus poético de Gutiérrez Plaza.

Su decir se desarrolla siempre con mesura, pero es una mesura que abisma, es un equilibro y una precisión que impactan siempre por sophrosyne, jamas por hybris. El mecanismo expresivo de esta poesía se desarrolla con una contención voluntaria que administra su inmensa fuerza interior sin alharacas, sin alardes, y por eso llega más lejos y, sobre todo, más hondo.

En el tema amoroso, por ejemplo, la poesía de Gutiérrez Plaza emplea la discreción para sugerir lo más íntimo. Si se piensa en el surrealismo erótico que cultivó un poeta fundamental como Juan Sánchez Peláez (1922-2003) puede apreciarse que el recurso amoroso de Gutiérrez Plaza actúa en otro andarivel, con un mecanismo muy diferente y sencillo en el que el  silencio y la elusión se vuelven variables de intensa expresividad.

Mientras Cadenas trabaja en ocasiones la dimensión existencial, metafísica, del discurso del destierro, fundándola tal vez como una mitología, Gutiérrez Plaza refiere el desarraigo, el destierro, la diáspora, en una cotidianidad palpable, visible, inmediata, expresada en unidades poéticas concretas, breves, de composición minimalista pero absolutamente efectiva.

Mientras Ana Enriqueta Terán  (1918-2017) marca a fuego la poesía venezolana con una drástica y elocuente libertad en la reunión de imágenes, análoga a lo que luego fue el surrealismo criollo del argentino Francisco Madariaga (1927-2000), la poesía de Gutiérrez Plaza elude la hemorragia de imágenes subconscientes y la versificación de periodo extenso y de virajes sorpresivos, para explotar la concisión y el equilibrio.

Pero algo del humor y el desparpajo de Juan Calzadilla (1931) puede hallarse en varias composiciones de Gutiérrez Plaza, pero en una formulación por completo diferente, distante en texto, contexto y entorno de uno de los legendarios impulsores de El techo de la ballena.

Gutiérrez Plaza es un poeta reflexivo y urbano, un poeta de paisajes habitados, un poeta que conoce las ciudades como artefactos de comunicación y construcción cultural,  un académico que ha estudiado en profundidad la poesía de la ciudad y su relación dialéctica con el individuo, la expresión íntima de ese individuo en la ruidosa y ajetreada trama colectiva.

No tiene puntos de contacto con la expresión lárica de un Ramón Palomares (1935-2016) ni con la épica del llano, su naturaleza y su dinámica, que puede hallarse en la obra singular e ineludible de Luis Alberto Crespo (1941).

Gutiérrez Plaza, como el cangrejo ermitaño, conoce las orillas de las playas y las profundidades del océano, pero es un habitante de departamentos rentados en grandes ciudades, de su país y del mundo, un conocedor de la soledad compartida que implica e impone la vida urbana, un experimentador de la individualidad que se erige entre decenas de miles de otras individualidades humanas.

Lejos de los lugares comunes y las consignas, cauteloso con las modas y las pulsiones colectivas, Gutiérrez Plaza construye su discurso en un topos, en un espacio de duda y reflexión que es la esencia de su poesía.

La certeza es más fácil de habitar que la duda, pero la certeza fácil produce consignas, eslóganes, no poesía. El lenguaje es el sitio del pensamiento, en el lenguaje se construye la duda que permite conocer, que permite construir un saber, una posibilidad cabal de interpretación. En términos de la corriente hermenéutica desarrollada entre otros por Habermas, Ricoeur y Váttimo, no existirían hechos, sino  interpretaciones. La voluntad de saber es lo que conduce a Arturo Gutiérrez Plaza a trabajar con amorosa cautela  el lenguaje. Su poema  “Palabras”, más que un manifiesto, es un corolario de su delicado trato con la materia expresiva:

“Sólo confío en aquellas
palabras que saben dudar
que nombran las cosas de modo efímero
como puentes acostumbrados
a temblar tras cada paso.
Aquellas que viven de la amenaza de caer”

La hermosura inquietante del título de este libro se basa en un concepto fundamental para entender y sobrevivir a esta época en la que la profecía macluhaniana de la “global village” se ha cumplido pero no en la confortabilidad de un sitio habitable sino en la incertidumbre de una aldea planetaria donde cada aldeano puede ser extranjero y eventualmente repudiado, errante, donde todo es provisional e incierto.

Un centro conceptual y estético del libro se encuentra sin duda en el poema titulado “Hogar”, y en particular en sus últimas líneas:

“(…)

Pero soy de acá, este es mi lugar
y aunque me vaya, aunque me escape lejos
este encierro siempre será mío.

Vivo como el cangrejo ermitaño,
como un decápodo errante
refugiado en conchas vacías,
atrapado, impenitente , esperando
la bondad de alguna ola que me arrastre
o termine de ocultarme entre la arena”.

Esta poesía duda, cuestiona la falacia rígida de ciertas “certezas” para construir otra certeza pero provisoria, dinámica, esencial.  Esta comprensión poética de la realidad logra conjurar la contingencia como signo del milenio que comienza pero sin pretender suprimirla, sin desconocerla, trabajando estéticamente sus contradicciones para ofrecer una alternativa posible, ardua, clara, de consistente belleza.

 

 

 

Poemas de Arturo Gutiérrez Plaza

 

 

UN PAÍS

Cuando el forastero llegó
ya todos se habían ido.

Cuentan que sólo tuvo entre sus manos
acuarelas de niños que pintaban un país
donde la nieve era apenas un tacto imaginado.

Un lugar amañado por la astucia
y las costumbres de la luz,
que incauta resguardaba escondrijos
para que las sombras perpetuaran traiciones,
desde antes de nacer.

Cuentan sus ingenuos dibujos
(ahora devorados por polillas)
que era una tierra frondosa,
donde junto a la ventura
se forjaban ardorosas proclamas.

Una comarca poblada de fértiles maderas,
aptas para el refugio de hombres, isópteros y orugas.
Y también para el fuego.

 

 

HOGAR

Vivo en esta ciudad, en este país despoblado,
avergonzado por sus propios fantasmas,
confinado a cuatro paredes hurañas.

Vivo en cuartos vacíos.
En habitaciones que a ratos se encogen
expulsando todo aquello
que hasta ayer me acompañaba.

Vivo en su centro como viven los moluscos,
babosos e invertebrados, cordializando
con la concha que los protege.

Doy rondas, tanteo su superficie,
hago trampas: intento horadarla
guardando la esperanza de encontrar
respiraderos al otro lado.

Pero soy de acá, este es mi hogar
y aunque me vaya, aunque me escape lejos,
este encierro siempre será mío.

Vivo como el cangrejo ermitaño,
como un decápodo errante,
refugiado en conchas vacías,
atrapado, impenitente, confiado
en la bondad de alguna ola que me arrastre
o termine de ocultarme en la arena.

 

 

EL VIAJE

A Alexis Romero

Cuando se inicia el viaje,
cuando verdaderamente comienza,
ya no se tiene memoria de la partida.

Ya no se sabe,
siquiera,
cuál era el destino previsto:
la posible travesía.

Pues todo viaje es también,
secretamente,
un pacto con el olvido.

Una forma de levar anclas,
de alejarse de las súplicas de los náufragos,
de aquellos lentos ahogados
que estuvieron en uno
y ahora yacen
en el fondo
lodoso
de nosotros mismos.

 

 

RENUNCIEN A DEFENDER LAS BUENAS COSTUMBRES

Ustedes son los que tienen miedo de morir.
Nosotros no.
Somos hombres bomba.

Estamos en el centro de lo insoluble.

Ustedes, entre el bien y el mal,
se detienen en la única frontera.

Su muerte es un drama cristiano
en una cama, un cáncer, un ataque al corazón.

La nuestra, la comida diaria, la fosa común.

Somos una empresa moderna, rica.
Ustedes, el estado quebrado, una zafra de incompetentes.

Tenemos métodos ágiles de gestión.
Ustedes son lentos, burocráticos.

Luchamos en terreno propio.
Ustedes, en tierra extraña
muriendo de miedo, cada hora.

Estamos bien armados, al ataque.
A ustedes los persigue la manía del humanismo.
Somos crueles, no conversamos con la piedad.

Ustedes nos han transformado en “super stars” del crimen.
Los tenemos de payasos.

Nos llaman “los barones del polvo”,
y por miedo o por amor nos ayudan en el barrio.
A ustedes los odian.

Nuestras armas y mercancías vienen de afuera, somos “globales”.
Ustedes, nuestros clientes.

¿Solución? No hay solución, hermano.

Somos el inicio de algo tardío.

Somos hormigas devoradoras,
escondidas en los rincones.

Renuncien a defender las buenas costumbres.

Estamos todos en el centro de lo insoluble.

Como dijo el divino Dante: “Pierdan las esperanzas, estamos en el infierno”[1].

 

 

MIENTRAS ÉL LEÍA A SHELLEY

A Charles Simic

Mientras él leía a Shelley,
el otro lo leía a él.
No en un café mugriento
de algún callejón de Manhattan,
ni en un restaurant de rojas cortinas
y hábitos chinos, en cuyo brillo
se asentara la escapadiza
grasa de las cocinas.

Mientras Shelley le hablaba,
le murmuraba -entrelíneas- historias
de multitudes contagiadas por la peste
y reyes enloquecidos, ciegos y moribundos,
el otro lo leía a él;
pero no en algún bar de la calle McDougal
o en algún recoveco de la Cuarta Avenida.
Lo leía desde muy lejos,
desde antes de nacer;
ni en inglés ni en eslavo,
simplemente lo leía
en el único idioma que compartían,
aquél que desde siempre han hablado las rocas.

Desde allí lo leía
y escuchaba también entre susurros.
Le oía decir que la luz de la luna no era de piedra,
pero que se escondía en ellas
para inventar en su interior amaneceres
cruzados por cantos de pájaros
que habitaban allí
mientras aprendían a volar.

Sí, él leía a Shelley,
pero el otro lo leía a él
sin importar si las hojas muertas
eran barridas por fantasmas.

Lo leía escondido tras las pétreas murallas
que custodian la tumba de un emperador niño.

 

 

EN UNA ESTACIÓN DEL METRO NO VISTA POR POUND (EN CARACAS NO EN PARÍS)

The apparition of these faces in the crowd;
Petals on a wet, black bough.
Ezra Pound

El hombre de escaso muñón
descendió a los infiernos,
serpenteó entre sombras inválidas
arrastrando sus muletas como un gimnasta.

De un brinco entre tantos
alcanzó la boca de un vagón.

Hablaba de sida y albúmina humana
a las soterradas multitudes.

Sus manos extendidas como reliquias
imploraban a un bosque de húmedos rostros,
pétalos purulentos sobre negras ramas.

 

 

LA GENTE INVISIBLE

When you have city eyes you cannot see the invisible people.
Salman Rushdie

Alguien debe recoger los muertos:
los de antes, los de ahora, los de siempre.
Alguien debe hacerlo.

Son urgentes la amnesia,
las calles limpias
y las flores en las aceras.

Tal vez sea la gente invisible
quien se ocupe de ellos.

Gente que al caminar
apenas deje huellas.

Gente sin padres ni abuelos.
Gente que está por nacer,
y vendrá con aguaceros.

La gente invisible sabe cantar
pero prefiere el silencio,
sabe gritar si corresponde
pero no se deja tentar por quimeras.

La gente invisible procura
hacer todo invisible,
lo que vemos y lo que no.
Por eso si alguien se los lleva serán ellos.
Para que las calles queden limpias,
sin sangre ni recuerdos.

 

 

POEMA

¿Cómo podría escribirlo?

Tal vez, habría que dejarlo solo.

Sin molestarlo y sin testigos
sin obligarlo a contestar.

Que su franqueza no estuviera en las palabras.

Que los cuerpos en secreta cofradía
ocuparan el centro de la página.

Que lo habitara una escondida sonoridad,
una indócil atadura al deseo.

¿Cómo podría escribirlo?

¿Cómo podría la desnudez sin ti?

 

 

______________

Notas

[1] Marcos Camacho, mejor conocido como “Marcola”, es el líder de una organización delictiva de Sao Paulo (Brasil) denominada Primer Comando de la Capital (PCC). Este poema se construye a partir de las frases del propio Marcola, recogidas en una entrevista concedida al diario O Globo

 

 

-Arturo Gutiérrez Plaza
El cangrejo ermitaño
Prólogo de Rafael Courtoisie
Editorial Visor
España, 2020

https://www.visor-libros.com/tienda/novedades/el-cangrejo-ermita-o.html

 

CUB. LA CANCIO?N DEL AOUTSIDER

Arturo Gutiérrez Plaza (Caracas, Venezuela, 1962). Poeta, ensayista, profesor e investigador universitario. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Al m ... LEER MÁS DEL AUTOR