

Al cumplirse 50 años de la muerte del gran poeta chileno publicamos tres de sus textos claves.
Pablo Neruda
AL PIE DESDE SU NIÑO
El pie del niño aún no sabe que es pie,
y quiere ser mariposa o manzana.
Pero luego los vidrios y las piedras,
las calles, las escaleras,
y los caminos de la tierra dura
van enseñando al pie que no puede volar,
que no puede ser fruto redondo en una rama.
El pie del niño entonces
fue derrotado, cayó
en la batalla,
fue prisionero,
condenado a vivir en un zapato.
Poco a poco sin luz
fue conociendo el mundo a su manera,
sin conocer el otro pie, encerrado,
explorando la vida como un ciego.
Aquellas suaves uñas
de cuarzo, de racimo,
se endurecieron, se mudaron
en opaca substancia, en cuerno duro,
y los pequeños pétalos del niño
se aplastaron, se desequilibraron,
tomaron formas de reptil sin ojos,
cabezas triangulares de gusano.
Y luego encallecieron,
se cubrieron
con mínimos volcanes de la muerte,
inaceptables endurecimientos.
Pero este ciego anduvo
sin tregua, sin parar
hora tras hora,
el pie y el otro pie,
ahora de hombre
o de mujer,
arriba,
abajo,
por los campos, las minas,
los almacenes y los ministerios,
atrás,
afuera, adentro,
adelante,
este pie trabajó con su zapato,
apenas tuvo tiempo
de estar desnudo en el amor o el sueño,
caminó, caminaron
hasta que el hombre entero se detuvo.
Y entonces a la tierra bajó
y no supo nada,
porque allí todo y todo estaba oscuro,
no supo que había dejado de ser pie,
si lo enterraban para que volara
o para que pudiera
ser manzana.
EL SEXO
La puerta en el crepúsculo, en verano,
las últimas carretas de los indios,
una luz indecisa
y el humo de la selva quemada
que llega hasta las calles con los aromas rojos,
la ceniza del incendio distante.
Yo, enlutado, severo, ausente,
con pantalones cortos, piernas flacas,
rodillas y ojos que buscan mínimos tesoros.
Rosita y Josefina al otro lado de la calle,
llenas de dientes y ojos,
y con voces como pequeñas guitarras escondidas
que me llaman.
Y yo crucé la calle, el desvarío, temeroso,
y apenas llegué, me susurraron,
me tomaron las manos, me taparon los ojos
y corrieron conmigo,
con mi inocencia a la Panadería.
Silencio de mesones, grave casa del pan,
deshabitada.
Y allí las dos y yo, su prisionero,
en manos de la primera Rosa,
la última Josefina.
Quisieron desvestirme, me fugué, tembloroso,
y no podía correr,
mis piernas no podían llevarme.
Entonces las fascinadoras
produjeron ante mi vista un milagro:
un minúsculo nido de avecilla salvaje,
con cinco huevecitos,
con cinco uvas blancas,
un pequeño racimo de la vida del bosque.
Y yo estiré la mano,
mientras trajinaban mi ropa, me tocaban,
examinaban con sus grandes ojos,
su primer hombrecito.
Pasos pesados, toses,
mi padre que llegaba con extraños,
y corrimos al fondo y a la sombra
las dos piratas y yo, su prisionero.
Amontonados entre las telarañas,
apretados bajo un mesón,
temblando, mientras el milagro,
el nido de los huevecitos celestes, cayó,
y luego los pies de los intrusos
demolieron fragancia y estructura.
Pero, con las dos niñas en la sombra
y el miedo, entre el olor de la harina,
los pasos espectrales,
la tarde que se convertía en sombra,
yo sentí que cambiaba algo en mi sangre
y que subía a mi boca,
a mis manos, una eléctrica flor,
la flor hambrienta y pura del deseo.
LA POESÍA
Y fue a esa edad… Llegó la poesía
a buscarme. No sé, no sé de dónde
salió, de invierno o río.
No sé cómo ni cuándo,
no, no eran voces, no eran
palabras, ni silencio,
pero desde una calle me llamaba,
desde las ramas de la noche,
de pronto entre los otros,
entre fuegos violentos
o regresando solo,
allí estaba sin rostro
y me tocaba.
Yo no sabía qué decir, mi boca
no sabía
nombrar,
mis ojos eran ciegos,
y algo golpeaba en mi alma,
fiebre o alas perdidas,
y me fui haciendo solo,
descifrando
aquella quemadura,
y escribí la primera línea vaga,
vaga, sin cuerpo, pura
tontería,
pura sabiduría
del que no sabe nada,
y vi de pronto
el cielo
desgranado
y abierto,
planetas,
plantaciones palpitantes,
la sombra perforada,
acribillada
por flechas, fuego y flores,
la noche arrolladora, el universo.
Y yo, mínimo ser,
ebrio del gran vacío
constelado,
a semejanza, a imagen
del misterio,
me sentí parte pura
del abismo,
rodé con las estrellas,
mi corazón se desató en el viento.