Amarú Vanegas

El goce está en la boca de los poetas

 

 

 

Rugido

Uno mismo es el trueno
y el relámpago,
pero el trueno
llega después
Hugo Mujica

 

El trueno acaso llega como un pájaro perdido,

hincado en la memoria de los pueblos.

 

Olfatea las mínimas historias interceptando

sus secretos.

La revelación del trueno es furia de sonrisa lenta,

su rasgadura

descubre un alivio de voces dentro de cada cabeza.

Él sabe que,

concluida la voluntad,

cada habitante

se enfrentará inevitablemente a su verdadero rostro.

 

Le causa gracia el hallazgo

y en el lugar de los abismos

suple infinitas formas de resurrección.

Se preparan los oídos ante el dios

que magnifica el minúsculo aleteo de los insectos,

despeñando almas vidriosas,

víctimas anteriores de ídolos menos célebres.

Entonces,

ataviado y perfumado para el banquete final,

anuda              las voces del sangrado que otros cuellos le ofrecen.

 

Aumenta su neurosis y sin comprender su peso

muere

en el más esplendoroso rugido.

 

 

 

 

Ángel

 

Aparece en la espesura

el niño moldeado de arcilla,

trae      los pies rotos,

chamuscados.

No hay vestimenta

que cubra su vergüenza.

 

El niño perdió todo en el monte:

la aureola, la forma de silbar sus oraciones

y las esplendorosas alas

del pájaro que un día fue.

 

 

 

 

Péndulo

 

No puedo pasar legal.

La migra me tiene el ojo puesto desde hace rato.

Voy y vengo entre los montes,

cuerpo                         grave   que oscila

en sus afanes de continuidad.

 

Sigo sin comprender.

Pero sé que la inercia me traerá inevitable

y obstinadamente

al punto suspendido de la misma tragedia.

 

De Fisuras (2020)

 

 

 

Caronte

 

Tiende su mano el que cobra,

le das el billete y compras el paso a otro mundo.

 

De repente el barquero te observa con ojos morenos,

anónimos.

Porta uniforme camuflado,

ajusta el fusil a las formas del cuerpo,

invita con su olor tostado,

caña silvestre del monte en sequía;

señala el matorral, te incita al juego.

 

Ya has pagado el paso

y el lote camina en fila a tu lado,

los ojos persisten y el pecho se agita.

 

¿Y si te quedas retozando en los ojos brujos que te miran?

¿Y si plantas los hilos de la sombra en el placer del crimen?

 

El goce está en boca de los poetas.

 

 

 

 

La hora

 

Esperaba la hora

y esa pesadilla para inmolarme.

 

La hora en que los pájaros

cerraban sus ojos

y otros mundos se mezclaban con mi herida.

 

En esa hora un niño de boca sabia

─ mi hijo muerto ─

desconocía todo cuerpo,

todo plagio de dolores.

 

Entonces mis pezones

se hundían en una boca más perversa

e indolente.

 

Conocí el placer

y libre habité la copa del árbol.

 

Me llamaron bruja,

arrojaron la sal

y, prometiendo la hoguera,

temieron mi risa.

 

Pero la risa era el frío de una historia

que ya no me pertenecía.

 

De Añil (2019)

 

 

 

Iniciados

 

El hombre la sentó en sus piernas.

 

Los pies de la niña no rozaban el piso,

su humanidad de 10 años es tan menuda.

 

Empezó a besarla,

la hería con su lengua bífida,

mercenario le apretaba las tetas

con puños acerados y callosos,

poseso la zarandeó fuertemente.

 

Esa víbora dormida la apuntaba como relámpago.

 

Prendió la guerra, le dio su golpe de hacha,

partió su cuerpo entre agonía y goce.

 

Sus entrañas, animal en embestida, se retorcían.

 

A la mujer se le peló la piel de niña

como un cuero de culebra,

se enterró cual lagarto arenoso en la humanidad del hombre.

 

El hombre fue poco para el fuego que tragaba dedos y abismos.

 

Ella engulle con hambre de otros tiempos.

 

Bruja la mujer, quiso más.

Sacó de su abertura sangrada un anochecer

que devoró al hombre.

 

El hombre perdió su alma,

se convirtió en gusano en la entraña de la bruja.

 

Vinieron las moscas a cuajar sus huevos en los ojos de ella.

 

La bruja quedó ciega del pululante larvario,

así que los planetas se eclipsaron.

 

Los minutos como agujas rompieron el corazón de la bruja.

 

Su boca supo a cadáver,

se vistió de muerte y derramó un aguacero.

 

Allí renació la raza humana,

no es verdad que sean del barro,

ni del polvo de las estrellas;

la verdad es que son de la muerte de los otros.

 

 

 

 

Desplazado

 

Llueve ácido, grito que nombra.

 

Eco temblando las paredes en las casas de colores.

 

Sí, les han vencido

con el surtido de efectos secundarios,

con la dinamita como colorete de infieles mejillas.

 

Falsa caricia hecha gente,

al ver más cerca, eran minas antipersonas.

 

Allí en la frontera hay gente

aunque parezcan sombras,

se disfrazan desde siempre

para que los cuervos se confundan

y no les encuentren entre el estiércol.

 

Hay hombres sin cabeza

que deambulan con sádicas contorsiones.

 

Como un circo,

bailan al ritmo de pirulín pin pom,

o como dirían los cantantes:

son muertos sin cabeza,

sin pantalón ni camisa,

con las manos en el bolsillo

y una macabra sonrisa.

 

Los cuervos aplauden

el espectáculo de ojos saltando y brazos rotos,

se ríen como monos

y juegan al baloncesto con pedazos

que se han caído de los no combatientes.

 

Hombres espectrales siguen en fila a sus herederos,

les custodian cuando abandonan el campo

y cruzan la línea limítrofe.

 

Hasta ahí pueden llegar los fantasmas

porque no tienen pasaporte fronterizo

y no les alcanzan los pies para las trochas,

se despiden con manos borradas

y ojos secos de esos seres fangosos

que en un lejano tiempo les llamaron papá, hermano,

hijo, esposo.

 

Se plantan en el puente como mástiles de azabache

porque desconocen sus tumbas, no saben regresar a ellas.

 

Ahí es el cielo de los desposeídos,

en idioma nativo se llama, puente internacional.

 

De Dioses Proscritos (2016)

Amarú Vanegas (Venezuela). Poeta, ingeniera, actriz y productora de teatro. Miembro del consejo editorial de Nueva York Poetry Review. Magister e ... LEER MÁS DEL AUTOR