Memoria del solo
Memoria del solo
¿En qué ajeno paraíso abandonaron
mi humeante corazón, quemado vivo, las mujeres que amé?
¿Bajo qué cielorraso se desnudan
y muestran victoriosas el reino que perdí?
Yo, en cambio, nada guardo: ni dicha ni rencor.
Una a una me dieron la gloria merecida
y derrotado fui con sus mejores armas.
El amor es la única batalla
que se libra en igualdad de condiciones.
yo no pude escudarme, devolver las palabras
con la misma osadía, sin cuidar mis entrañas,
y los más leves golpes
me alcanzaron de lleno, a la altura del pecho.
Dado ahora a morir en cama extraña
(orgulloso de mí, en paz conmigo),
cierta gloria atesoro, ciertos nombres,
como el viejo guerrero que alivia sus heridas.
Monte de venus
Tierra fértil
bañada por la miel
de un lago legendario
buena
para el cultivo
del gusto / del tacto / del olfato
rica
en secretos yacimientos
de donde ciertos héroes
extraen el metal de su armadura
(campo de juego y de retozo)
orilla del oleaje
que estalla
bajo sábanas
este es el monte
lugar donde todos los caminos llevan
Elogio de la gordura
Loada sea la gordura, su grasa
llena de gracia, la curva
tensa y relumbrante de sus contornos.
Dichosos sean los seres de ancho follaje,
donde todo el que quiera
halle puesto seguro para pasar la noche.
Gocen de buena fama
esos seres flamantes, exagerados,
vivos retratos de la abundancia.
Ábranles campo por donde vayan;
no los hagan perder
el tiempo, el peso, la vida.
Convídenlos a la mesa, a la cama
(sin mayores recatos ni privaciones)
y celebren en público, a sus anchas,
los deliciosos fastos de la gordura.
Lección de amor
Si te ves al espejo
y no pareces como te viste ayer (mejor que nunca),
si te ve con desdén, como si a nadie viera,
el que por ti vivía
viéndose en el espejo, encendido de amor,
no te quejes del tiempo, no te duela tu cuerpo.
Ahora es cuando eres.
Sabiduría / belleza se juntan en tu nombre.
A punto están las dotes mejores de tu huerta.
Lo que ayer diste tierno, falto de calidad,
urgida por los tontos,
pasó sin hacer mella, pasó sin darte cuenta.
Entrégate a la vida, a pecho descubierto,
hoy que sabes blandir, como pocas, el alma.
Descubre lo que tienes debajo de los años,
lo que está a medio andar en mitad de tu vida.
Si te ves al espejo
estás mejor que nunca.
Velaciones
El insomnio es un grillo debajo de mi almohada.
Alguien se queja a solas, o habla, o ronca
y ese otro jadea, sofocado por el cargamento
de una mujer tal vez encinta en-ci-ma.
Horas de horas sin pegar un ojo, miles de ovejas
saltan, una a una, las trancas y barrancas
de esa tierra de nadie de mi infancia:
todo esto semejante a la lejana noche
en que mi padre fue bajado en andas,
pacificado ya por el sueño de los justos.
El insomnio encandila como página en blanco.
Maduran las palabras al calor de mis labios
y se abren como cáscaras
y por dentro no hay nada.
Lo que canta no es más que un grillo enamorado.
No hay nadie, son las sombras que pasan
por la noche como sobre un cadáver,
las sombras que acometen desde algún punto ciego.
El insomnio es un pozo de aguas podrecidas.
¿Quién se acuesta a estas horas?
¿Quién pone su cabeza en una almohada
como bajo del hacha de un verdugo?
Toso y arde mi pecho, borbollea.
Soy más viejo que anoche, más viejo,
y los tosidos cavarán más hondo
y cavarán más hondo los tosidos hasta la madrugada.
El insomnio es un ojo de vidrio
astillado en mis ojos.
Algo, un canal, una llave gotean
y como almádana cae cada gota, una a una,
y yo caigo rendido,
cabeceando de sueño.
Y yo sueño que duermo.
Después el día,
el día como una mancha ardiente,
estregada en el rostro, restregada
hasta, otra vez, la noche.
Risas
Por objeto de risa te tomaron
sin saber vos por qué
y en tus narices burla y agravio
repartían los pendejos
mientras te señalaban como a bicho insano.
Y de tal manera se doblaban,
las manos tamboreando en sus barrigas
como orangutanes en celo,
que de bruces caían sin cesar de reir.
Distinguida es la risa en boca de algún loco
prestigiosa se vuelve, sin par
cuando razón nos da de vivir como nos dé la gana.
Qué diera el triste
por salvar esa caída a carcajadas.
Y el condenado a muerte
en quién hallar podría una sonrisa en fuga
como la del diablillo Achís
bajo el ojo en volandas del cabalista Bâhr.
Risas hay muchas,
unas de buena y otras de mala leche,
la del tonto, la del clown, la del loco
la risa del dormido y la del trasnochado.
Muchas, muchas,
pero ninguna
como la risa chillona de una calavera.
El amigo poeta
El amigo poeta
llegó a Paradiso a preguntar por mí.
Me dejó en buenas manos
un ramo de sus versos
frescos y olorosos a ese mar donde vive;
destellos de ira eran con nombres y apellidos
de este país confuso, ambiguo hasta en sus alcobas.
Viaje de ida y vuelta el mismo día
fue como siempre el suyo
y manera no hay de apartarlo más tiempo
del ojo al Cristo de Zoila.
Quien no lo vio esa vez
no lo verá por largos meses,
porque el amigo poeta
cuida de pacientes y sirenas, seres muy dados
a morirse de amor en las madrugadas.
Yo fui a verlo un domingo
a bordo de un tractor del poeta Quesada
y allí estaba el nacido en Coyoles Central,
cantando, a voz en cuello, Oh sole mío
bajo aquel solazo de abril
que hacía reverberar la piel de las ceibeñas.
Tiempo sin vernos, años, lo suficiente, digo,
para que la amistad se vuelva
llama imborrable, prendida en la memoria.
Conjuro
Poesía,
no me dejes decir
lo que después yo tenga
que borrar, arrepentido.
Que nunca ponga en boca
de metal indeleble
lo que el más leve viento
dispersar podría a ras de página.
Que pueda yo nombrarte
sin esa amarga tinta del remordimiento,
dura, vieja condena de poetas penantes.
Y hazme reír, poesía, de mí mismo y de ti,
de todo cuanto luzca recato y compostura.
Sálvame de las frentes lustrosas y altaneras,
y descreído vuélveme
del que a tu puerta toca
desesperadamente, lunático de sí, poesía,
candorosa divisa de los faltos de ti.
Canta, poesía, canta, en mi pecho grita
y por tu gracia vuélvase mi verbo
invicto puño y letra invicta ante el espanto;
no aullante, no inocente, nunca en fuga.
En tu nombre, poesía,
has de verme resistir por la herida.