Ernesto González Barnert

Venado tuerto

 

 

 

EN EL ALTIPLANO, UN NIÑO
carga su pequeña alpaca bajo la vía láctea,
tras una intensa nevazón.
En la primera pirca que encuentra
hace un bolo en su boca
con lo que tiene de quinoa,
papa y carne de llamo
observando los sacos de carbón
como llaman a las zonas oscuras del cielo
y se lo mete en el hocico.
Implora a Dios para que su cachorro
coma, trague, luche
contra el frío y el hambre.
Aguante el invierno,
porque la tela más preciada
viene de la primera esquila.

 

 

GUÁRDAME ESTA NOCHE, CALÍOPE
de las pocas señas de vida inteligente que estoy dando,
del dolor arrancándome de cuajo la cordura
bajo el ala de los pájaros.
Llevo demasiados días sobreponiéndome al sueño
en que corro más lento que mis perseguidores.
Mantenerse de pie en este país es cosa de bestias.
Echarle estos pocos palos que tengo al fuego
y esperar que ardan lento, sostenido, en su dureza.
Calienten otra temporada en que cavo mi oscuridad
con más oscuridad.

 

 

EL AMOR ES UN ARCA DE NOÉ
donde las bestias nunca dejan de sentirse prisioneras.
Apenas se contienen de devorarnos
cada vez que entro a la jaula para alimentarlas
con delicadeza, a la deriva de Dios,
no sé si para salvarme o salvarlas.

 

 

VENGO DE MUJERES DE HIERRO
con vestidos de verano,
que ponen una hoja de laurel
en una olla de agua hirviendo
sabiendo que eran los caballos
y no los jinetes
quienes recibían la corona.
A veces se tienden a mi lado
sin miedo o frío bajo un techo
golpeado por la lluvia.
No estoy seguro de qué es lo que aman
cuando me abrazan,
siento su corazón latir con fuerza.
Tampoco lo que desean
cuando observan en la oscuridad
con los ojos abiertos.

 

 

SOY EL RASGUÑO QUE TE HACE UN ANIMALITO
que alimentas y acaricias.
El botiquín donde buscas una aspirina o parche curita
pero solo hallas un viejo cepillo de dientes
que no nos pertenece.
Una de esas plantitas que crecen en la ranura
de los pastelones
o un cubo rubick que nadie tiene la paciencia de armar.
Por supuesto, una baldosa floja en un día de lluvia.
Un grifo que cierras con fuerza pero sigue goteando.
Un panda que se pasea por el bosque de bambúes
mordisqueándolos caprichosamente.
Otro corazón vagabundo, seguido por las cámaras de seguridad
del centro de Santiago de Chile metiéndose en sus iglesias
o palacetes transformados en museos.
Un diletante cuya misión en la vida
es arreglar las orejas volteadas de todos los perritos
que se cruzan en su camino, y eso está bien.

 

 

EN EL CORTOMETRAJE HOJAS CAÍDAS
de 1912 de Alice Guy, una niña llamada Trixie
cuida, muy pendiente, a su hermana mayor
que está terriblemente enferma.
Un día oye cómo el médico dice a la madre,
mirando hacia los árboles del otoño
que morirá cuando caiga la última hoja.
Trixie, tan pequeña, no entiende la metáfora
y después de mirar esas enormes ramas
que casi tocan su casa
espera que la familia duerma en la noche
para tomar un ovillo de lana, unas tijeras
y salir a coser y anudar todas las hojas
que aún quedan en los árboles.
Así, claro, no caerán. Así, no morirá su hermana.

 

 

MIS POEMAS
son como esas tortugas pequeñitas
volviendo al mar
en una playa atestada de turistas
en medio de los flashes.
Un improvisado ruedo en el que se agolpa
lo que quise decir y lo que no dije.

Espero no sea mucho el plástico, la chatarra,
que tragan esos testudines de cabeza a su destino,
en la estacada de la noche
bajo la luna en cuarto menguante.

No tengo mucho más que agregar
sobre estas criaturas prehistóricas o del amor,
sin avergonzarme, volarme la tapa de los sesos
mientras pisan la escena del crimen,
sin pudor.

 

 

LA OBRA, ES UNA MUJER QUE VENDÍA HUEVOS
y tiraron al Támesis
por vender uno de esos huevos, podrido
a la persona equivocada.

 

 

VAN GOGH SABÍA QUE EL AMARILLO
también puede ser frío,
nunca tenemos suficiente con acabar la obra
y cada vez que te cortes la oreja,
retrátate vendado.

 

 

NUESTROS LIBROS SON MADRES
que nos empujan por la espalda
de la rama más frágil de la literatura.
Mujeres que nos miran a los ojos
después de leer cualesquiera de nuestras páginas
y no se aguantan de soltarnos
que tarde o temprano perderemos, seremos derrotados,
al igual que nuestro padre.

 

 

QUE EL ÚLTIMO POEMA
sean estos labios maquillados
al que acercamos una servilleta
para limpiar el exceso,
después de perdernos la fiesta,
no ir a ninguna parte,
en el espejo del baño.

 

 

ADIÓS CALÍOPE, EL CORAZÓN ES UN ASTEROIDE
deshaciéndose en llamas antes de llegar a tierra.
Una piedra que se ve a sí misma ardiendo
en los ventanales de un tren de juguete
que atraviesa valles invernales, picos nevados, estaciones vacías.
Un tren vacío que quiebra una y otra vez la barra de detención
bajada por el guardavía de la literatura
que sueña hace días con una luciérnaga
llamando a las demás con su última luz.

 

 

VENCER LA MUERTE
no es volverse una piedra caliente
en una mano fría.
Arrojarse con furia
contra la propia imagen
en el espejo
o sentar cabeza
sobre la piedra
de los sacrificios.
Es cabalgar a pelo
el caballo loco
de la propia respiración,
seguir un poema
con la imaginación,
acunar una lágrima
en la yema del dedo
antes de que se estrelle
en el cielo o la tierra.

 

 

LA POESÍA FUE ESTE POCO DE TIERRA EN EL ATAÚD.
Una mujer hermosa que nos vio pasar detrás del visillo.
Una risa incontrolable en el lugar equivocado.
Alguien que en mitad de una canción o película
parte un chocolate, nos lleva un trozo a la boca
y después pone otro en la suya, delicadamente.
Una araña de patas largas en la pared
que aprendimos a reconocer, no matar.
Unos mocosos decididos y fuertes que gritan al unísono
¡Remen! ¡Remen! ¡Remen! Contra la corriente.

 

 

-De Venado tuerto (inédito)

 

Ernesto González Barnert (1978, Temuco, Chile). Entre sus últimos libros está Equipaje ligero (Argentina, 2017), la reedición de Trabajos de luz sobr ... LEER MÁS DEL AUTOR