La casa azul
“La casa azul”, en Rumor de niebla, de Mariana Bernárdez, libro inédito,
finalista del Premio Loewe, 2019, de próxima publicación .
[…] hay que amar lo que no existe.
Simone Weil
Sin haber estrenado sílaba
antes muy antes
de la risa inaugural y del resplandor
supe de la primicia del silencio
y del vino de sus días
y quién
sobre la periferia de esta isla
sobre sus acantilados y rocas
quién
habría de negarse a ser arrobado
por su altozano de luz
y su ciervo apenas entrevisto
a veces perro
a veces tajo
pero siempre río inmemorial.
El mundo es un gorjeo
y los ojos su trino
alto humedal que guarda
dentro de sí los mares
que cruzaron los de antes
para llegar aquí
Aquí
dónde sea aquí
Y lo salvaje arrecia la garganta
y las palabras arden
y la ceniza hace su traza
Aquí
Tantas veces
Tantos días
avanzando en delirio
mostrando la noche
y su claror
sin tocar la estrella del alba
ni la paloma de su luz
en el rumor de sus piedras.
En la casa azul
la fuente y las bancas
tu cabeza reposa en mi regazo
la placidez con su madreselva
es la sombra que acecha domesticada
Es febrero y huimos del frío de la ciudad
nos contaron de sus calles tersas
y de sus árboles que ya no existen
y ahí
escuchando el correr del agua
atrevo a tocar la herida que se agazapa
he presentido en su puntilleo lo temible
como si en su linde se allanara la distancia
o cayeran signos bajo su firmamento
yo tuve un Ciervo que me tuvo a mí
nos tenemos mutuamente el miedo y yo
un Ciervo que es una fuente
que ya no es un árbol
y amarrado al brazo traigo el miedo
cuando su cabeza asoma en lo azul
nunca tuvo dueño
ni estirpe
y lo dejó atrás la vendimia de la triza
en el espino en el erial en la espera
con sus grandes ojos tristes
—de una tristeza triste—
y no puede mesar una piedra
como lo hago yo
arrancada ya de mí
por nosotros
por nosotros
piedra azul.
A veces entre la hojarasca
aparecías Ciervo
hasta que un día por el camino blanco
tras la reja desvencijada de una hacienda
te acaricié apenas cervatillo
Te acercaste para lamer mi mano
y no pude sostener tus ojos en los míos
ni entender la resignación
ni la saliva en mi piel
que aun de lavar con agua clara
perduró en la aspereza de su seña
y tras los años
a pesar de la ventolera
el vértigo continúa
en reclamo de lo querido
dónde la raíz
el abrir de los libros
o el quemar oscuro de su brasa
dónde rodar
el pedrusco
de este dolerse
manantial
por el que se desprende
la luminiscencia.
Esto que escribo
Esta tristura Ciervo
Este deletrear
que pulsa los dedos
en susurro
de una voz que no es voz
anega y desnuda
tu afonía y la mía
Perdura la blancura
no en hallazgo
ni en liturgia
ni en ristra ni en súplica
sino en los ojos brillados
por esta tu luz
que me va cortando
el pensamiento
Y no soy tu roca ni tu risco
porque también eres lo baldío
y yo no supe de la hondura
que ibas dejando en el deslumbre
de tu herir en mí.
Aquí están las treinta monedas
porque no hay argumento contra la traición
ni rama en el tamarisco de la cual pender
quién querría la negrura torda
yo quería el gorjeo
y frente a mí
el muro
el deseo
el resquicio
Raíles y hierbajo cautivos
en el rumor de un palomar
Sostenme el corazón
Cantar de sisellas a lo lejos
y la fiereza de la montaña
acusa el sitial de la tribulación
y los dedos se me deshilan
en el repasar las cuentas
que borran el horizonte
y su repicar
franja
no plegaria
plegaria
— seca llevo la lengua
— anda
tira ya los dados
y que ruede en navaja
de una vez por todas
el numeral de los días
la belleza no es nada
sino el comienzo de lo terrible.
Me quedo a la orilla
de lo impronunciable
nervadura de cuando
lo muy vivo abandona
y su hueco es el pan ácimo de los días
que va secándose en los labios
Dime Ciervo
Quién habrá de poner la semilla en mi boca
y encaminarme al lugar de los muertos
con dos monedas de oro sobre mis párpados
Dime quién
habrá de tomar mi mano en la alta fiebre
como yo tomé la de mi padre
y en el salmo de mi aliento
guiarme al bardo
y acompañarme a la espera de la barca
Quién habrá de elevar el rezo
en mi nombre
La barca…la barca…
con sólo decir… la barca…
huele a marisma la boca
y sabe a sal la palabra.
Sólo hojas
que se desprenden
sin echar a suertes
el manto
la espina
y la astilla del madero
en cruz.