Tránsito del hombre
DESNUDO ES EL OTOÑO
Desnudo es el otoño
como un aire donde ha triunfado el mar.
Su luz es un espejo que pende del silencio
con la mitad sumida en otra sombra.
En su dominio el hombre se estremece.
Del árbol se derrumba sólo el canto.
Y en la sentida inmóvil de la tarde
La luz combate inútilmente.
Pero queda el amor,
Su marejada azul entre los ojos:
esta tierna afición de hacer milagros.
(Madrid, diciembre 1978)
Hacia otra luz
A Ruth y Carlos Bousoño
El otoño se enciende ante mi puerta
como un manso misterio
invocando cegantes lejanías.
Yo reconozco en él lo que no ha sido.
Es casi una pasión transfigurándose
en la móvil frontera de las cosas.
Es un vencido mar que baja al polvo.
En su dormida voz
se agita el tenso límite
de la piedra y la luz.
El otoño nos deja la pureza,
nos salva del dolor por el milagro.
Arde su luz en nuestra voz incierta
y vence sin herir, sin corromper,
transmutando los sueños
como un espejo de infinita calma
en donde nos miramos reflejados
en otra eternidad.
(Madrid, noviembre 1978)
OCÉANIDA
La ola golpea contra el límite
Carlos Sabat Ercasty
El mar es el prodigio.
Veloz arquitectura de la sombra
en los tenaces dedos de la espuma
que cierran las burbujas del silencio.
El mar es la certeza
de una más alta soledad.
El estallido de la flor del mundo.
Caen en él el espacio, el rayo, el asco,
El polvo migratorio de ojos y milenios
Y el torpe desamor,
Los espejos gastados de la lluvia
Y toda la orfandad,
La inerme gesta diaria de la muerte,
Sin más cauce que él,
Donde el olvido ya total,
La transparencia plena del abismo,
La rearman con luz,
Le inyectan los alientos despeñados
Del vertical azul,
Del verde inmenso
De la resurrección.
(Las Palmas de Gran Canaria, junio de 1979)
TRÁNSITO DEL HOMBRE
A Vicente Aleixandre
Por el ojo del fuego,
convocando furias como palabras.
Perdiendo rumbos, músicas, regiones
donde se empeña el sol como una lámpara,
certificados donde consta el llanto.
Viene desde el silencio
izado como un tono de pétalos y sangre
que ilumina una vasta soledad.
con la vocación ruda del destino
entre los ojos y la boca, gime
se retuerce naciendo, copulando
con un fervor de sal para la muerte.
Escucha atento el mar, ciclo y presagio,
devolución del sueño entre la sombra.
Teme ser ángel y por eso cae.
Y luego se decide, abre la tierra
vastamente vencida,
noria de soledades,
comunión de la sed con el invierno.
Inaugura caminos, se detiene
de trecho en trecho para darse al llanto.
Inventa el artificio del asombro,
el papel y la llama, los minutos
que ruedan hacia el tiempo, derrotándolo.
Es toda sed. Invoca los milagros
en la irisada soledad donde arde.
Alimenta derrotas
con tránsitos de sangre o con palabras.
De su dolor hay testimonios, alas.
como reptantes luces, sus silencios
lo preceden
tactando, adivinando
la próxima caída, el infortunio
de la precipitada flor del cuerpo.
II
Inermes van sus ojos
como bisontes ciegos por el tiempo,
sin más allá, sin pedestal, sin aire
desde una asfixia a otra,
del rostro de la piedra al de la luz.
De dios en dios invoca lejanías,
ceremonias tatuadas de misterios,
danzando junto al éxtasis del fuego
que presta su calor para el milagro.
Desde una choza que comprime el viento
en la mano secreta del insomnio,
detecta estrellas entre los resquicios
del frío en las noches sin historias.
Trota precipitadamente
por madrugadas como estepas pálidas
sobre la grupa oscura del instinto,
donde los astros su destino llenan
de incendio, muro, abismo, temblor, llama
y pálpito de soledad
en una sola sombra.
Con el único ojo del asombro
abierto entre la sed, el miedo, el aire
insondable y fugaz de los abismos,
mira de una manera endurecida
y arranca cuerpos nuevos a la sombra.
Lo sabe todo en su único silencio:
la interrogante que gesta la tierra,
la claridad sonora de los pájaros,
el humus que se vuelve musgo y marcha,
y el sedimento del temor, la costra
endurecida de la muerte diaria.
Acaso ha adivinado y precedido
todas las rutas por el sueño,
y en la invención del canto inventa el mundo,
y sabe, de una manera taciturna y fría,
que su dolor es una roca, un faro
parpadeante y solar ante el abismo.
III
Hijo de soledades. Pulsantes cicatrices
le rodean, le hablan
de la secreta prisa de la sangre.
pero abraza y desnuda
con besos vencedores
el fugaz sol del cuerpo entre las sábanas.
Y en la ternísima razón del aire
envuelve el corazón
con gasas trémulas de luz, con hilos
de lejanos encuentros y horizontes.
Bálsamo, endecha, polvo,
precipitado tacto
donde la claridad cantando muere.
En un país sin voz, un territorio
donde precede el mar todos sus soles,
donde velámenes de brisa parten
sobre el arco terrestre de la sombra.
Pero de pronto, oscuro hasta el delirio,
sin más motivo que la muerte, muerde
con impulsos sin fin todas las rosas,
destruye los ladrillos de la sangre,
desmembra luces, incinera vuelos,
condena la inocencia recogida,
ciega los ojos pálidos del viento,
y desboca blasfemias
contra la puerta inerme de la tierra.
(Alcalá de Henares, enero de 1979)
HISPANIA
Ávila.
Toledo.
Lágrimas
de piedra, ardiendo
en la cara del cielo.
Blas de Otero
I
Como en las catedrales cuando no queda nadie
y arañas de silencio descienden por el coro.
Y los reyes y reinas bajo el mármol crispado
son una nave de oro que se pudre en la noche.
Alguien no duerme nunca cuando la piedra duerme.
En los frisos más altos nacen sombras
de demonios y gárgolas.
El techo es un umbral soberbiamente mágico
y en los vitrales tiemblan los caballos del aire.
Hay una leve sangre en los últimos pájaros
de la luz, que agonizan
entre la oscuridad sonora como un ángel.
Alguien no duerme nunca cuando la muerte duerme.
Vigía del secreto. Testigo. Torre. Arco
de doble sombra. Ojo de nadie.
Llama de pura soledad.
Silencios agrillados.
Crucerías como alas terriblemente ancladas.
Alguien no duerme nunca. Vigilia eterna es todo.
Las columnas sostienen un viaje de piedra,
una luz aún más alta que el espejo del tiempo.
Como en las catedrales del azar,
donde todo es mudable.
Permanente el prodigio. Velocidad la piedra.
Y el pájaro, una sonora llama.
La vigilia es eterna.
Más alta que la roca la palabra palpita.
Alta es la infancia.
Altos los cedros en los ojos,
los volcanes remotos al lado de mi padre.
Nadie duerme en el mundo.
La muerte es un espejo de doble luz en viaje.
Sólo el sueño termina continuamente y pasa.
Iluminado pasa, desmemoriado pasa.
Como en las catedrales donde no queda nadie
y los pórticos caen
separando los cuerpos de su sombra,
los días de la solar ausencia de las calles.
Nadie duerme en la noche.
La muerte es imposible.
(Toledo, noviembre 1978)
II
Viejos olivos sedientos
bajo el claro sol del día.
Antonio Machado
Yo conozco olivares con tu nombre,
muchacha que has colmado la tarde.
Porque tus ojos van del temor al prodigio,
de mi piel a la sombra.
Atravesando vastas claridades
de tu insegura mano, el amor es el aire.
Nadie en el aire canta.
Viaje del horizonte.
Atrás de ti los pechos vespertinos
de Guadarrama arden.
Eres rumor y llama.
Eres el borde vivo junto al trigal sonoro.
Pueblos pequeños como tu melancolía.
Ciudades que no son sino una iglesia:
Daganzo, Ajalvir.
Nombres que suenan a emiratos perdidos:
Almoguera, Almonacid de Zorita.
Tú tienes ese río de faros en los ojos,
y en cada dedo una señal volando.
Yo puedo prometerte que mi asombro no acaba
y que hay benditos sueños esperando en la tierra.
(Daganzo, abril 1979)
III
En estas paredes
no se está más que de pasada.
Giuseppe Ungaretti
La piedra vive. No la carne, el árbol.
Transitoria es la sed como los pájaros
y el rostro y su inquietud de luna en fuga.
Perecedero es el dolor.
Estirpe de fuego es la ceniza.
Sólo queda el rumor. El duelo pasa.
Sólo la torre y su desgracia duran
vigilando olivares calcinados.
Murallas que se cruzan en la historia
estallando entre flores.
Almenares donde se enfrenta el sol a lo perdido.
Espiral del ocaso, ciega ruta
Donde el trigal persigue latitudes.
La piedra no transita, sólo calla.
El polvo no se acaba, sólo fluye.
La arcilla no termina, sólo extiende
El horizonte de su muerte lenta.
El ladrillo pervive en la palabra.
La palabra se agota como un signo veloz
que gira y deja un estupor de luz entre los ojos.
Hay algo interminable.
Un músculo fatal, un lento abrazo
que ciñe soledades
y comprime la historia entre el olvido.
Y entonces nace al sol la transparencia,
el cuarzo del silencio desbordando la luz.
Y la piedra es un reflejo inmóvil de la noche,
y la ceniza una fugada sombra,
y la llama un albor como de pájaros,
y la historia un rumor de río ahogándose
entre la lucidez de la mañana.
(Segovia, junio 1979)
IV
Zarparon del Puerto de Palos
de Moguer el 3 de agosto de 1492.
Hay un navío en el sol
como una llama que transita y sueña.
Sus jarcias tensas anclan la mañana,
sus velámenes parten a la historia.
Hay un navío de fuego, olivo, arcilla,
riesgo, desgracia, prometido sueño.
Yo voy en él como por un camino,
con el germen del canto y el veneno,
con la cruz, la esperanza, la codicia,
y el esplendor sin patria del olvido.
Hay un navío en el sol. Sobre el abismo
tiembla su arquitectura de madera,
su sentina de miedo,
su ancla de larga sed, su mástil mudo.
En él van las ciudades del futuro.
Los bosques de mi tierra. Los volcanes
duermen en sus bodegas detenidos.
Las montañas donde crecen los pájaros
como asombrosas llamas.
Los valles extasiados en los sueños,
los puertos, las ventanas hacia el trigo.
Las casas de mi pueblo, la naranja en la niebla
con su cristal dorado de certezas.
El saqueo, la noche, la tortura,
y la lengua para nombrar amando.
Fugaz sal marinera. La aventura
tejida entre el azar, como el destino.
(Alcalá de Henares, julio 1979)
VESTIGIOS MÁS ALLÁ DEL OTOÑO
A Francisco Brines
Cuando ya no te queda sino el viento
segado en una mano
y en la otra luz arde callando,
pues lo has gozado todo, sin quererlo,
como un niño perdido en una fiesta,
y el mundo pende de tus ojos,
sueño vencido por el tiempo,
y te puedes morir transfigurado
sin despertar ni una oración ni un pájaro.
Ya has ganado el silencio,
no el corrupto, el pedestre silencio del olvido,
sino el alma mayor de las palabras
gastadas totalmente.
Has pasado el umbral
y habitas la sagrada zona última.
Has llegado a tu límite indefenso,
a la altura agotada por los vuelos.
y debes sonreír, como una máscara
que sube al sacrificio,
siendo temor, difusa pesadumbre
de sueños que se adentran en la muerte.
Cierras los ojos y entras como un niño
a los lentos rescoldos del otoño,
más allá de lo puro y destruido,
salvado tras el último silencio.
(Madrid, noviembre 1978)