Carlos Manuel Villalobos

Las costuras del sueño

 

 

 

 

Las costuras del sueño

 

Ella enhebra la saliva.

Ella mide y traza con la tiza un pájaro en la tela.

 

Su ojo cruza el ojo de la aguja.

y ata el viento a la bobina.

 

Luego corta. Luego une. Luego pega.

Luego corta. Luego une. Luego pega.

 

La tijera es un baile de muchacha sobre el hielo.

La tijera es un reptil hambriento que corre por el llano.

 

Luego corta. Luego une. Luego pega.

 

Su Singer de pedal anda por la tela

con los labios apretados.

 

Su Singer gime a todo grito su trabajo.

 

Su Singer gime a toda máquina

las ganas de un abrigo.

 

Luego corta. Luego une. Luego pega.

 

Ella sabe la puntada que lleva la costura de los sueños.

 

Ella sabe remendar el alma

cuando se hiere con las púas de la tarde.

 

Luego corta. Luego une. Luego pega.

 

Ella cose guiños y recatos.

Cose el silencio y las palabras.

 

Ella cose el ruedo de un suspiro.

Ella cose los ojales de un secreto.

 

Ella cose las sisas que ajustan unas manos a la piel.

 

Luego corta. Luego une. Luego pega.

 

 

 

 

El espejo oculto

 

Por aquí pasan dos veces: lunes de fijo

y jueves salvo la Semana Santa.

Yo les dejo el asco, mi carroña

y toda la verdad de todo

en paquetes de silencio.

 

Ellos vienen, no preguntan,

y recogen este rastro de mi sombra.

 

Ellos vienen y se llevan

todo el polvo que le arranco

a lo que pienso.

 

Ellos vienen y tiran al camión

de la basura

las huellas que vomito por el alma.

 

Ellos vienen y recogen

uno a uno mis pecados.

 

Pasan por aquí temprano,

no preguntan

y se llevan mis olores,

los avisos de la muerte

y todas las palabras

que le sobran al poema.

 

Ellos vienen y se llevan

este espejo que ocultamos.

 

 

 

 

Afilador de colmillos

 

Es curiosa y casi loca esta manía

de andar de puerta en puerta

preguntando por el filo de las cosas.

 

Es curioso, pero es cierto:

paco a poco los puñales van perdiendo

su donaire,

y de tanto morder maderas

los serruchos, diente a diente,

se desgastan la finura,

y de tanto cortar los hilos de la vida,

yarda a yarda,

las tijeras van perdiendo el apetito.

 

Es por eso, que sí, que desde luego,

que venga y toque el timbre

el hombre de amolar cuchillos,

que afile todo en la cocina,

y de paso afile el ojo,

la lengua y el oído.

 

Que sí, que pase

y que lo afile todo:

el espejo que perdió el encanto

el reloj que se cansó del tiempo,

los colmillos de la historia

que dejó el olvido en el olvido.

 

Que sí, que entre, desde luego,

que traiga la piedra de afilar y el esmeril

y deje con todo el filo de besar

el beso

que hace tiempo no besaba

con locura.

 

 

 

 

Novia de Dios

 

Apaguemos la luz en este cuarto

y hagamos celibato a oscuras y en silencio.

 

Ocultemos aquí las ganas de las ganas

y hagamos castidad hasta la muerte.

 

Cerremos toda cueva de humedad

para los lobos,

que no se abra de pétalos la flor

y no venga nunca el colibrí a libarla.

 

Callemos aquí a los hijos

que ovulan y ovulan preguntando

por los peces de la vida.

 

Demos a Dios un harén de velos y rosarios.

Demos a Dios mil esposas lavando los pecados

de este mundo.

 

Hagamos votos de piedra.

Votos devotos del santuario al himen sin tocar.

 

Hagamos votos de blancura.

Votos devotos del alma limpia y sin estrías.

 

Digamos a Dios que sí,

que aceptamos esta boda con la noche.

 

Digamos a Dios que sí,

que suyo es este labio

que suyo es este beso que nunca besará,

que suyo es este pecho

de pezón callado.

 

 

 

 

Manos lavando el río

 

Maja el barro con el pie de amar la tierra.

Lleva ropa de amor en la canasta.

 

Maja el trillo con el pie de andar la vida.

Lleva ropa de enojo en la canasta.

 

Llega al río.

El agua es otro niño que le abraza la rodilla.

 

Llega al río.

La piedra del restriego es también una mujer callada.

 

Unta de silencio cada prenda

y enjuaga con el alma cada trapo.

 

Luego aporrea el viento a punta de gastados jeans.

Luego aporrea la memoria a punta de camisas con olor a noche.

 

Su mano se pasea por la colcha y la mantilla.

Sus ojos cabalgan por la esquina de un pañuelo.

 

Un cepillo de aruñar las horas

se desliza por la espalda de las blusas.

 

Un jabón de azul mirada

llena de espuma los íntimas calzones.

 

Lleva ropa de paciencia en la canasta.

Lleva ropa de amargura en la garganta.

 

 

 

 

Ars curandera

 

Para sembrar esta luz

hay que abrir los ojales de la sombra

y coser con la palabra.

 

Para alumbrar esta semilla

hay que aruñar adentro

y aporcar el ama

con los arados de la metáfora.

 

No se nace sin la tijera

que corta los cordones

ni se vuelve a nacer de otro modo.

 

Nadie es héroe sino se sale victorioso del infierno.

 

No hay vuelo sin que duela la caída

 

Este antiguo y sanador este ritual.

 

Pero hay que entrar descalzo

y alumbrarse con la jaula de la herida.

 

 

 

 

Que vuelvan los trenes

 

Que los trenes se vuelvan locos

y nos lleven a las esquinas donde la sorpresa

de un rostro es una alegría que no estaba en la agenda,

que los trenes, locos de remate, naveguen como góndolas

a la orilla de los parques

donde los besos se vuelven héroes

y bajan de un solo tajo las estrellas.

 

Que los trenes desquiciados

finjan delirando citas a ciegas con los pájaros

y se vayan por ahí juntando historias

y abuelos

y otra vez recojan a la vendedora de mangos

que una tarde en Orotina

me ofreció una sonrisa tan de repente

que no podré pagar porque no sé cuántos afectos vale.

 

Que los trenes que llevaron a mi abuelo al puerto

vuelvan por acá

pensando que son los perros de la casa,

no importa, que lleguen moviendo el rabo,

pero que lleguen locos de contento,

y nos vuelvan a llevar a las planicies donde hacía un sol del carajo

y los muchachos y las muchachas

salgan corriendo de las casas otra vez

y vuelvan a llenar de adioses las ventanas.

 

Que los trenes vuelvan por acá,

no tiene importancia si llegan en un paquete

por correo

si llegan a caballo,

o luciendo una colección de tatuajes en los vagones.

No viene al caso, lo importante es que vengan

y nos lleven a resbalar por los potreros

y nos lleven a seguirle el rastro a las hormigas.

 

 

 

 

Alejandría

 

Si vas a emprender el viaje hacia Alejandría

asegúrate de caminar

por media calle, nunca por acera,

compite con los autos y el bullicio,

y deja que el viento te ofrezca

en el camino cardamomo

curry, almíbar

o carne fresca colgando como ropa

en una esquina.

 

Mira el bazar

que desborda la ciudad,

la columna de Pompeyo,

Roma hincada en la piedra de la muerte

y todos los dioses

de otro tiempo dibujados en papiro.

 

Degusta una paloma al horno con arroz,

el típico kebab y el humus

y brinda con un Shay de flores

y el rito milenario de la shisha.

 

No olvides que hay que ir, desde luego,

a mirar los libros

en memoria de aquellos

que quemó la historia.

Siéntate un momento

y degusta estas piedras de Babel,

ya fantasmas

que te dicen al oído los idiomas del Planeta.

 

Mira ahora el Mediterráneo.

Aquí hubo una vez un faro

que fue gemelo de la luna

y la luciérnaga.

 

Aquí los leones llamaron Faraón

al magno de los magnos, Alejandro.

Aquí los griegos ptolomeos inventaron el Universo

 

Aquí en este antiguo silabario

hay una casa casi en el olvido,

en este sitio de lenguas enterradas

hay un recado que espera tu visita.

 

Sabrás entonces que es la casa de Cavafis.

Entra. Siéntate un momento en esta cama.

Siéntate un momento en esta silla

que es la silla de sangrar poemas.

 

No tengas prisa, Ulises,

que numerosos sean los recuerdos de este viaje

como aquellos barcos de sed por la palabra

que venían de tinta en tinta

a untarse de tinta el corazón.

Carlos Manuel Villalobos (Costa Rica, 1968). Ha sido ganador del Certamen UNA-Palabra (2019) en el género de cuento, y en poesía ha ganado los premios: Brunca de l ... LEER MÁS DEL AUTOR