Manuel Adrián López

Volví a leer sus versos memorables

 

 

 

Volví a leer sus versos memorables

premiados por origenistas

jueces de manos tiznadas.

Fui en busca de una pista

indagué en las profundidades de sus libros

me sumergí

dejé que el sargazo de pueblo polvoriento

me asfixiara.

Disequé la lombriz

me disequé a mí mismo

introduje el bisturí

sin temblarme la mano.

 

Debo pretender que todo ha sido una pesadilla

el resultado del Zoloft

mezclado con el vino.

Me he convertido en minero

excavador en busca de evidencias.

Recolecté las historias que iban llegando de:

Isla de Pinos

Shenandoah

Pinar del Río

devoradas por el comején de una isla.

 

El altar ha colapsado.

Su grandeza ante mis ojos.

 

 

 

Lo peor de ver a un hombre sin máscara

no es su verdad.

La verdad es circunstancial

se manipula

se le puede aplicar una pátina

ese verde gris

de las ánforas griegas

la nostalgia de un objeto hallado a la entrada

del cementerio

o una canción de un trovador oportunista

“huracán no atormentes mi sol/suficientes celajes oscuros

soporta el amor.”

Escuchar planes de guerra

falsedades para reubicarse

puede causarle a uno

mínimo…

un huracán interior.

Ves desfilar los episodios combatientes

desoladoras imágenes recibidas con el cuerpo desnudo

con el fusil erecto

vistiendo cierto antifaz

intentando hacerte sucumbir

ante un nuevo plan despiadado.

Lo peor de ver a un hombre sin máscara

es no poder recuperar ni un solo verso

única posesión suya

de valentía

herramienta efectiva para la seducción.

 

 

 

Vuelve el sablazo de la madrugada

se oye el silbido de un pájaro

que no lo es

más bien un hombre herido

vacunado con lo que ha podido pagar.

 

Nunca aprendí a silbar.

He cambiado caricias

por paseos

por un ostensorio

que ahora brilla en espera

de ser comprado

por otro falso religioso.

 

Se confunden mis pesadillas

con la música del drogadicto.

Él busca un respiro

debajo de las escaleras

y yo me mantengo

escondido

detrás de las persianas

espiándolo.

 

No he superado las madrugadas.

No he logrado tomar café en la mañana

con otro que lo quiera hacer conmigo.

No miro a este hombre repulsivo a los ojos

por temor a parecérmele.

 

 

 

Desprenderse

pisar el abismo.

Sí pisarlo.

Tocar su pared con la yema de los dedos.

Es rocosa

áspera

color berenjena.

Te hacen un recibimiento de alfombra roja

esperan paciente

a la primera arcada.

Han ido aplicándote el veneno

microscópicamente

gotas agridulces

para que no te enteres del plan.

Eres un adicto

y este es tu proceso de desintoxicación.

O lo rebasas

o te quedas en la ceremonia de premios

que han inventado

los de capuchas marrón

los de sonrisas ahuecadas.

Esos que te persiguen

desde la niñez.

 

 

 

Le han preguntado si escribe poemas de amor.

Permaneció en silencio lo que pudo.

Todos han sido destinados al querer

a la falta de pasión

a la escasez de una mano detenida

sobre su pecho.

Recuerda un poema tardío

desde Ellwood.

Ese que lo despertó

del letargo

del ostracismo de caricias

para luego saborear

la carnada

amago de caramelo al infante.

Brisa otoñal

advirtiendo

del aislamiento

invernal.

 

 

 

La soga está encima de la cama

reposa

esperando que la tomen

que se llenen de valentía

y la dobleguen a su cuello

mordido

por el joven de Arizona

con olor a miel

y azufre.

Ha vestido la habitación

con baratijas

lucen esplendorosas

antes los ojos inocentes.

Se muestra sin tapujos

no apaga la luz

¡esto es lo que hay!

o lo gozas

o te marchas.

El joven de Arizona

prometía

escudriñaba cada rincón de su cuerpo

usaba la lengua como brújula

transitaba por la espalda con destreza.

Conquistador de aridez

lobo de desierto.

El idilio duró dos semanas y una noche de embriaguez.

 

En esta habitación solo quedan el muerto y la soga

esperando por alguien que salve a la gata.

 

 

 

Alga marina

estridente sargazo

seductora fiel de su generación.

Mujer creada por la escasez.

No tiene tampones.

Usa a una hormiga

del mismo modo que lo hace con un rinoceronte.

Es experta en subirse encima.

 

Alga podrida

con tinajón de escribana a cuesta

con la navaja estratégicamente

ubicada entre sus piernas.

 

 

 

Es domingo y uno debe barrer los pisos de madera

lustrarlos

aunque es imposible de borrar la evidencia.

Aquí han vivido asesinos.

Dentro de estas cuatro paredes

salpicadas por la angustia

han masacrado sueños.

Es evidente del derrumbe que ha existido.

Apuntalados han permanecido.

Esta casa es una carnicería de barrio

las moscas se amontonan

sobre los muslos rollizos

sobre los pies deformes

entre las grietas que ha ido creando

la decepción.

 

 

(Los poemas pertenecen al libro inédito El abismo en los dedos, finalista en Premio Paralelo Cero, 2017)

Manuel Adrián López Nació en Morón, Cuba (1969). Poeta y narrador. Su obra ha sido publicada en varias revistas literarias de España, Estados Unidos y Lati ... LEER MÁS DEL AUTOR