Aleyda Quevedo Rojas

Las estaciones de la vida

 

 

 

PADRE MÍO, mira los vientos monstruosos cuando Amor me elude y comienzo a trastornarme. Los vientos modifican los besos que daré después de él. Los vientos han hecho de mí una mujer azul, inasible, ante el paso de Amor. La cabeza llena de vientos como red de pescador en alta mar. Los castillos escarpados de mi cabello alborotado por la ira. Maldecir desde los rigores del desamor y nombrarte. Mira, estas son las maneras naturales del olvido. Líquido Amor, evaporándose por todos los instantes. Intenso trastorno sostenido, hasta la piedad. Piedad para el ligero Amor huracanado que ya no tengo. Padre mío, hágase la paz sobre mi persona.

 

 

ME OBLIGAS A DECLARAR QUE TE AMÉ,
que hubo un tiempo de amor lumínico y hondo.
Ya nada tiene que decir en voz alta el corazón.
Tu amor pasó sobre la estructura trunca de mi alma.
Ese engranaje pesado, giratorio y libre.
Sobre esta tierra de anfibios, fósiles comestibles
y extraños pantanos, la fe en mí misma regresa
y entra al alma de la niña salamandra que a veces soy.
Mi corazón es de ley y tú no lo entendiste.
Sobre el pasado que llevo en mis nuevas escamas
aún puede leerse el mapa de tus besos
como la marca radical de mi valor.
Hubo un tiempo en que por amor o por deseo
me hice ninfa, anfibia, pájara, lagarta, nereida y sacerdotisa.
Me digo: tu amor pasará.
Te digo: amé y ese es el sello de mi absolución.

 

 

POEMA DE CAVAFIS

Despacio
sueltas tu calor
Tu lengua
ejerce la función
para la que fue creada
y cumples con el acto
de volverme animal sensible
tan parecido
al poema infinito que escribiera Cavafis.

 

 

ORACIÓN

Poesía, ayúdame a realizar
el último baile
En él
vestiré como la diosa Kalí
y todos sabrán
que soy la novia
que nunca
dejó de soñar
a la hora
en que nacen los condenados.

 

 

VENTANA

Todo en tu mente
es el cuerpo me dice Robert Creeley

La piel campo de batalla
los ojos un bosque extenso
y a partir del sentimiento una punzada
al corazón de cuando niña

La serpiente de la enfermedad
rasgando tus tejidos

Las costillas desdoblándose para escribir
sobre plantas e hijas bienamadas

Felicidad alcanzada por instantes
Con forma de un hombre de manos tibias
que retiene tus senos como pájaros blancos

Un río místico
ancho imantado y turbio que llega a ser etéreo
intentando salvarte a ti misma
pero regresa a tu cuerpo que es tu mente
y a partir de allí construye tu vejez en ese río.

 

 

PIENSO EN LA NIEVE,
piel sin poros,
agua sin burbujas,
cielo de leche,
desierto de nada gélida,
inconmovible blanco
Niega la nieve
que no tienes,
que nunca viste,
la nieve que duele.
Niega ese espanto que deseas,
superficie amada,
que congela tu campo de visión cerca de la tumba.

 

 

 

a Hebe Ughart

TODAVÍA NO APRENDO A DISTINGUIR
el vértice donde se topan
la realidad y los sentimientos que soñamos.
Lo mismo me pasa,
cuando intento guiar la hiedra.
Esa liviana planta que tanto afecta
el muro de mi (tu) soledad.
Plantas y sentimientos bizarros
que me atraen, y poco logro entender.
Excepto la sobriedad de la hiedra,
están las plantas inflamadas del jardín:
lirios de sangre blanca,
farol chino que aprisiona deseos,
y la menta, húmeda calma que le da sentido
a mis otros sueños, donde no hay confusión,
y me es posible suspirar,
para empezar el nuevo día.

 

 

LAS ESTACIONES DE LA VIDA

Primavera: extremadamente luminosa,
música vegetal trocada en levedad.
Se apodera de plantas y flores
que pronto crecen en el estómago.

Verano: previsible calor del corazón.
El deseo gritando en el cuerpo pulcro.
La canoa es templo que guarda caricias
y los pensamientos de una pareja.

Otoño: pequeños lagartos marrones de los celos
se refugian en tu cabeza caliente.
Un cuchillo ayuda a aplacar a esos lagartos.
Es la maldad que envuelve tu rostro.

Invierno: la nieve sabe del arrepentimiento.
Subir la montaña más alta con el corazón lleno de piedras,
con el frío quebrando tus ojos que vieron la muerte,
y desde lo alto resarcirte bello y saberte vivo.

Primavera: fresca madurez como cuando sabes
el sentido de cada palabra o a qué hora regar las flores.
Mirar el agua acariciada por el viento tibio de mayo
sin temores que opaquen el encuentro con la muerte.

 

*

 

La poesía intensifica lo oscuro de mi espesura y lo vivido.
De ahí que decidiera recluirme en el blanco de la casa,
en el temblor del viento que mueve la hierba,
en las líneas de palabras que como dagas,
cortan el punto de la ternura y el sexo.

 

*

 

Cortadas a media noche,
las flores de verano iluminan la habitación del hotel.
Las de color naranja excitan
hasta afectar,
en esa zona que las mujeres confunden con:
Deseo,
desgarro,
defectos.
Las flores fucsia y las excesivamente moradas
distraen y llegan a enervar.Pero estoy húmeda,
lista para la noche en este hotel del mundo.
Piso un jardín de intimidades.
A las ramas verdes del follaje,
las chupo una por una.
Y la clorofila aceitada me va dejando,
las ganas de ir hasta el fondo.
Mas lo que hago antes de dormir
es leer los poemas de Szymborska.

 

*

 

El amor y su exigencia.
Esa llama que me quemó, arrastró y hundió.
Ni navajas, ni besos, ni cuerpos.
Ni el aleteo de la fe en forma de religión.
Ni el palpitante viento con sus dilemas.
Nada me sostuvo hasta llegar a este momento.
Solo tú, poesía, haces que valga la pena
seguir a la intemperie de la vida,
en el reluciente filo de la navaja.

 

 

MAREAS

Son invisibles los besos que me diste. Invisibles y queman angustiantes. Elijo que duelan. Dejo que suceda lo bello y lo terrible como aconsejó Rilke. Son flores hermafroditas que aparecen en primavera. Invisibles el resto del año. De ahí que se desprenda la humedad salival hecha angustia, acantilado, ánfora. Pistilo y pétalos tornasoles en los lugares del deseo. Beso de pétalos redundantes y mojados. Invisibles más siempre florecerán bajo el agua. Dolerán como la flor del iris. Ánfora que implosiona con todo lo que te define hacia adentro, kilómetros muy adentro de mi flor pequeña. Onda expansiva de besos invisibles sobre todas las mareas. Enjambre de besos telúricos. Tiemblo y me sacudo el polen y los cristales de sal. Los órganos sexuales de las plantas renacen invisibles con cada marea. Duelen y dudan –como yo- desde el perímetro de su herida.

 

 

Aleyda Quevedo Rojas Poeta, periodista, ensayista, curadora artístico-literaria y gestora cultural, (Quito, Ecuador, 1972). Ha publicado en poesía: ‘Cambio e ... LEER MÁS DEL AUTOR