No ser nadie
No ser nadie
El poema tiene un yo que no es el yo biográfico. Este libro que el lector tiene entre sus manos, contiene pensamientos, ensayos, crónicas, recuerdos de un hombre que no elude su propia vida, su narrativa biográfica, y por eso, casi entero, es prosa, proseo. El yo de la poesía es muy otro. Y ese es exactamente el tema del ensayo de Jorge Luis Borges sobre Paul Valéry que evocaré aquí.
En el número 132 de la revista Sur, Borges hace un elogio de Valéry, quien había muerto tres meses antes en el « crepúsculo » europeo. Borges incluyó más tarde ese ensayo en Otras Inquisiciones, pero tuve acceso al número de la revista gracias a la generosidad del profesor uruguayo Pablo Rocca. Cito aquí el texto de la revista. Se trata de una verdadera lección de Poética.
Valéry falleció el 20 de julio de 1945. El número de Sur, en octubre del mismo año, presenta un dossier sobre el poeta donde figuran : una Ofrenda de Jules Supervielle ; Paul Valéry de Victoria Ocampo ; Valéry como símbolo de Jorge Luis Borges ; Valéry y sus temas de Emilie Noulet ; Apuntes de Herbert Steiner ; Lamparilla a Paul Valéry de Pedro Salinas; Variaciones de una durmiente de Jorge Guillén ; la traducción castellana de dos poemas de Charmes por Rafael Alberti ; un pasaje de Mi Fausto de Valéry (La señorita de cristal, Acto II, Escena V) y unas Cartas de Paul Valéry a Victoria Ocampo.
La idea de una Europa « crepuscular », y el adjetivo es de Borges, opuesta a un mañana americano (esa « aurora americana » que se reencuentra en la literatura de entonces) resulta una idea revisitada entre los contemporáneos de Valéry (como Alfonso Reyes, en su ensayo « Valéry contempla América », de su volumen Última Tule, Imprenta Universitaria, México, 1942) y en el propio Valéry, por ejemplo en sus Regards sur le monde actuel de 1931. De hecho, cuando nos situamos en 1945 debemos considerar la enorme asimetría entre una Francia material y moralmente devastada al final de la guerra y una Argentina próspera o directamente opulenta. Hacía tiempo que la obra de Valéry había atravesado el océano y merecía un dossier compuesto a una velocidad que aun hoy, en tiempos hipercomunicados, resulta casi milagrosa.
En el texto de Borges, Valéry se presenta como « símbolo » de tres dimensiones que lo oponen, siempre según Borges, al norteamericano Walt Whitman :
Valéry es símbolo de infinitas destrezas pero asimismo de infinitos escrúpulos; Whitman, de una casi incoherente pero titánica vocación de felicidad; Valéry ilustremente personifica los laberintos del espíritu; Whitman, las interjecciones del cuerpo. Valéry es símbolo de Europa y de su delicado crepúsculo; Whitman, de la mañana de América.
Sin duda, esa imagen de un Valéry escrupuloso, habitante de los laberintos del espíritu en el crepúsculo europeo, no debe haber resultado particularmente original, sobre todo para los muy cultivados lectores de Sur. Más bien, la originalidad reside en lo que “une” a esos dos poetas tan distantes entre sí, a saber:
la obra de los dos es menos preciosa como poesía que como signo de un poeta ejemplar, creado por esa obra.
Es decir que la mirada de Borges se dirige al poeta creado por la obra más que a la obra creada por el poeta. Dicho de otro modo, la obra de Valéry resulta lo suficientemente poderosa como para crear una personalidad, un “Paul Valéry” que sobrevive al Valéry biográfico que acababa de morir cuando Borges le dirige su elogio. “Tel qu´en Lui-même enfin l’éternité le change» (« Tal como en sí mismo al fin la eternidad lo convierte”,) era el comienzo del « Tombeau » que Mallarmé dedica a Edgar Allan Poe. No resisto la tentación de parodiar ese verso para decir de Valéry, siguiendo a Borges : «Tel qu´en Lui-même enfin l´oeuvre poétique le change » (« Tal como en sí mismo al fin la obra poética lo convierte »). Ese yo construido y elaborado de los poetas escapa a los avatares del yo « privado », un yo ese que podría pertenecer a la narración, a la novela, pero que no tiene cabida en el discurso poético, que nace siempre de la síntesis y por eso mismo opuesto al universo de las prosas narrativas (novela, psicanálisis, autobiografía). En todo caso Borges atribuye a ese « Paul Valéry » creado por su obra una «misión » ejemplar :
Proponer a los hombres la lucidez en una era bajamente romántica, en la era melancólica del nazismo y del materialismo dialéctico, de los augures de la secta de Freud y de los comerciantes del surrealismo, tal es la benemérita misión que desempeñó (que sigue desempeñando) Valéry.
En fin, después de este repertorio de obsesiones personales, casi demonios, Borges termina su elogio con un cuádruple « símbolo », del que me permito destacar el segundo : Valéry sería un poeta « que trasciende los rasgos diferenciales del yo y de quien podemos decir, como William Hazlitt de Shakespeare: He is nothing in himself” (‘No es nada en sí mismo’).”
La idea es tan clara que deslumbra. La contemplo y no tengo nada que agregar. No ser nadie es lo que todo poeta querría que se dijera de sí, me aventuro a volver universal la idea de Borges.
Pienso en mí… Hombre de los confines de América del Sur, este pobre uruguayo que vive en Brasil, a mi modo, yo tampoco soy nadie. Un documento de identidad tantas veces perdido en los cajones. Sí, hablo de mí en este libro de prosas porque está hecho para prosear. Pero, en poesía, no soy nadie, nothing in myself. Nada en mí mismo.
-Fragmento de «Sobre roca resbaladiza. Recuerdos y reflexiones de un poeta»,
Ed. Lisboa, Buenos Aires, 2019 // Ed. Yaugurú, Montevideo, 2020.