Jorge Ortega

Para buscar la llave entre las rocas

 

por Enrique Solinas

 

La poesía de Jorge Ortega parte de la revalorización de la palabra como soporte de su poiésis. Este lugar es sin duda el discurso en sí. Lo que se ha de decir tiene tal importancia que para ello las palabras se ajustan cada vez más al sentido, a su esencia, a su intención original.

Considerado por la crítica un poeta neobarroco latinoamericano, nos relata el mundo desde la subjetividad de su percepción. Todo es motivo de poesía, un juego de básquet, una canción, un viaje en auto, la contemplación de la ruta, el paisaje, la reflexión sobre la poesía, la vida.

La palabra crea un mundo introspectivo que se repliega sobre sí y cuando ha percibido en su interior el descubrimiento producto de la reflexión, aparece la palabra poética, brillante, diáfana, de una claridad de pensamiento que nos revela un nuevo mundo, nos ofrece ese instante y su reversión.

Poeta de la soledad, la conciencia y la experiencia, en sus voz podemos escuchar las reminiscencias de formas clásicas que enriquecen el verso libre, predominante en su poesía.

Ver es estar aquí, decir es fundar. Aquí estos poemas, para buscar la llave entre las rocas.

 

 

 

Poemas de Jorge Ortega

 

 

DIARIO DE LIVERPOOL

No más sonido que la rodadura
suave y veloz de un coche
sobre la carretera,
el pájaro invisible
en el laurel intonso que lo abraza,
la pulsión de la sien contra la almohada.

El sol recorre el césped
y los follajes rumian,
se atraviesa una nube
y los follajes callan.

Intermitencias: suspensión del viento
o viento
desatado.

La soledad extiende sus alfombras.

Día, noche, día
en el jardín desierto,
en el verde desierto del jardín,
palestra de infinito.

Falta el desorden, la espiral del caos
para salir del pasmo, para salir del paso, moverse

o

quedarse

a vivir

en la pausa.

 

 

AÑO CERO

Aún lo recuerdo. La cancha de baloncesto como un inmenso tablero de ágata bajo nuestros pies. El mediodía sin lastre, con su explosivo girasol en vilo. Y, al fondo, el pabellón de las aulas, la primaria. Había concluido el recreo y la quietud licuaba las voces asentando en los umbrales su delicada película. Era viernes. Comenzaba la Pascua. Y qué poco nos bastaba. Un balón, el sabor del chorizo después de un largo examen, la escarcha sobre el pasto, el granizado de ciruela, el fin de semana que se hendía ante nosotros como el acantilado al ave, fermentando su vértigo de nuevas emociones. Rudi sigue ahí, condenado a botar eternamente la pelota tras el mudo cristal de la reminiscencia. La imagen se mantiene intacta pero el destello aumenta. Sé que habrá un momento en que su intensidad acabe cegándome por completo. Sé que llegará ese instante

 

 

EL MOMENTO

Hemos sustituido la cortina
con papel albanene. Y sin quererlo
obtuvimos así la luz exacta,
la intensidad de luz que perseguimos
durante lustro y medio.

Intensidad de luz que entra descalza
en las paredes blancas de la sala,
en el diáfano aljibe
donde amortigua el sol,
donde hasta el sol se anula y cristaliza
en lombrices translúcidas.

Y no es la intensidad sino su modo,
el gesto de filtrarse al comedor,
aderezar la mesa,
encandilar las páginas de un libro
leído al mediodía.

El ángulo, la forma
en que redimensiona los objetos
ya dentro de la casa,
el viso con que alivia el azulejo
como un mantel de agua
de quietos resplandores.

Lástima que nos vamos, lástima que el espacio
no esté para nosotros a la vuelta
de recorrer el mundo.

El momento esperado
llega cuando partimos.

 

  

PRIMERA LLAMADA

Urge contar lo que sucede
no arriba en el lenguaje
y su costra de espuma

sino abajo, donde
la llama se doblega
o tiembla la raíz.

Urge invertir el cono
y denunciar su fondo,
atraer el clamor de las arenas
que la corriente submarina
ondula.

Respira y sumérgete.
Asciende y recupera lo que has visto
para alivio de quienes esperamos
en el espejo de la superficie.

Mucha tinta ha corrido
y seguimos en ascuas.

Alumbra un poco más tu circunstancia,
acerca la linterna a los abismos
para buscar la llave entre las rocas.

 

 

FRECUENCIA MODULADA

(Gold, Spandau Ballet)

Una canción te sigue hasta Madrid
a través de los años. El espejo
de la barra te ofrece las facciones
del muchacho que fuiste en la segunda
mitad de los ochenta. Quién diría
que tras hendir los mares y los cielos
y machacar la suela en las aceras
la radio de un local insospechado
que no estaba en el plan de la mañana
habría de emitir para ti solo
la pieza de un verano mesozoico.
La charla insulsa junto a la piscina,
el agua a contraluz, los camareros
de blanco y Laura, la que te gustaba,
en una mesa aparte, con su grupo.
La música por dentro, retumbando
para nadie, el runrún de la cadencia
como una forma de infundirse ánimos
desde la soledad de la garganta.

 

 

VERSIONES ENCONTRADAS

Mancho el papel de sílabas
y qué sé yo.

La noche se descubre en la tronera
y qué sabe ella
desde su desapego
más cerca del jamás que del quizá
del griego que en tinieblas y afanoso
borda la misma tela
del cálculo y la ciencia
en su atiborrado gabinete.

Qué sabe el día siguiente
del trébol que amanece sin noticia;
o bien, de la retama
que ayer no estaba aún entre nosotros.

Sucede la neblina,
el resbaloso musgo de la cuesta,
la humedad forestal que enerva a las luciérnagas, el molusco
que transpira la gruta
sin que uno lo sepa,
la no sembrada flor del precipicio.

Entra en materia una infusión extraña. Y todo
se pone en marcha
o deja poseer
por la deidad sin nombre.

 

  

RUTAS ALTERNAS

And a time for living and for generation
T. S. Eliot

Ya no habrá tiempo de entregarte
a lo que esquilma,
a lo que esquilma y vivifica,
vivifica y muerde.

Noche cincelada por la brisa.
Plazas abiertas al abismo
de los divertimentos.
Zócalos labrados
por el gusano de la contingencia.

Caminas al encuentro de un amigo
con bastante demora.
Tal vez ya no le alcances y la marcha
te obsequie por lo mismo
una nueva manera de perderte
en su intrincado bosque de tabernas.

No regreses tan pronto. No recules.
No des
media vuelta.

No renuncies al margen
de azar que te convida el desacierto:
detrás del promontorio de la duda
aguarda la ganancia
de la revelación o el desengaño.

Anclado en la escasez y su llanura
no habrá ya laberinto en el cual extraviarse.

Elige, pues, el más largo trayecto
para volver a casa.

 

 

PASTORAL DE PRIVADOS

Vuelve el peso del verdor. Vuelve
a florecer
el peso.

Vas acercándote al centro, un meollo
en que las plantas cantan su pigmento
a todo aquel que escucha con los ojos
o sabe
callarse
para ver.

Las hojas no se cimbran en la boscosidad
surcada por el ímpetu del tren.

Es la rara quietud antes de la tormenta
o la vaga señal de algún revelamiento:

sumido en la frecuencia de un historial sin fechas
qué logra perturbarlo allá en la gruta
de lo intransitable,
en el cañón ignoto
donde los cascabeles del envés
son un licor acústico que mece a la conciencia.

Es el vagón que tiembla, a lo sumo,
con la gota de escarcha
que se precipita
de una corola
a otra
sin vaporizarse.

Algo inaudito está por suceder
pero puede que no nos enteremos.

Jorge Ortega (Mexicali, Baja California, México, 1972). Poeta y ensayista. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona y, ... LEER MÁS DEL AUTOR