Pero en el aire
Las estrellas colgaban como cirios helados
sobre el monte.
Sólo nosotros mirábamos la luz suspendida
en silencio.
Los animales soñaban con el fuego
dentro de sí.
Los pájaros se hincaban.
*
Nos desacostumbramos a los sonidos del monte,
al poco cuerpo de la oscuridad,
clavamos nuestros sollozos como espinas
en los pliegues de un idioma que no conocemos
para marcar un camino,
nosotros,
los que no sabemos llorar.
*
Mi infancia es una cicatriz que viaja
quieta como una sospecha.
Todavía arde.
Como una palabra
en la lengua materna del viajero.
*
Mamá, ¿es insomnio esto que me pasa?
¿Despertar como si todo yo flotara
en una barca más liviana que el papel
sobre un río de pétalos mojados?
¿Esto es? ¿O es no poder siquiera agradecer
la brevedad del sueño,
la barca,
los pétalos,
el refugio que ordena una memoria precaria
para el descanso?
¿Como las letras que pesan en las cartas?
Acaso sea esa espera,
unos ojos cercanos que miran hacia arriba,
hacia adelante,
el cielo recién oscurecido,
ese ahogar lento de la tarde en gotas
o esa niebla que pasa ante mis ojos
como un delirio
en medio de una decisión.
*
Me quejo
de la poca profundidad
de lo que tiembla,
como si viviera rodeada de cachorros
y el tiempo fuera una escena que crece
hasta el punto de un abandono ilimitado,
de mi voz en los sueños,
de proferirla como si toda yo viniese
una extranjera
y hablar sucediera con los puños
y las palabras se golpearan entre sí
y de mi boca sólo cayeran heridas.
*
Se ha desolado el cielo tantas veces.
Se ha perdido intemperie,
se ha enfriado la casa
más de la cuenta.
Se ha sido ingrato con la noche,
inclemente con la oscuridad,
como con un desconocido.
Se ha fallado en la espera,
se ha convivido con la muerte
como si todo fuera pasado.
*
Cada nombre dolía como una pregunta
lanzada a un aire agrio
mientras me curaba del significado
de las palabras que vivían
en la casa común.
Pero yo escribía
como si estuviera a punto de ahogarme
y me inventara una orilla.
Ay, si el dolor pudiera ser un animal
capaz de dormirse solo,
con todo lo necesario para despertarnos
como una madre o un padre,
o un tipo de madre o padre
sin otra aspiración que la de protegernos,
con la suficiente voluntad para dar
las primeras palabras del día y de la noche
y olvidarnos.
*
Hablame de los cuerpos de los difuntos
sin ceremonias
desparramados en la isla.
Hay quienes dicen que los lugareños se encargan
de enterrarlos, pero en el aire
enredado entre los árboles.
Los muertos comienzan a trabajar temprano en las orillas,
sus pasos son celestes a cierta hora,
los míos sufren de una quietud irremediable.
Hablame de los cuerpos de los difuntos
sin ceremonias.
No sé nada de eso.
*
Las espinas en la frente del hijo
las deja dios,
deja que ocurra esa laceración
donde al hijo se le posan los pensamientos.
La sangre que mana como un orín interminable
del cuerpo del hijo
permite dios.
Todos los tramos del calvario observa.
Nadie puede salvar al hijo
mientras la memoria del padre
se construye como un insulto.
Pero dios abandona más al hijo
y el hijo se libra de dios
y pronuncia su nombre en vano,
como el de cualquiera.
Que la libertad sea esa desobediencia
porque eso que hace con su hijo
dios lo hace con todos.
*
No digo que no cuando te nombro,
cuando tu nombre termina
y me invade una náusea
del tamaño de un país pequeño
pero lo suficientemente hondo
para fundar una equivocación
entre sus límites.
Lo había decidido.
Si no estaba tu voz en algún sitio
ese solo silencio de tu nombre tomaría
la forma de una devastación,
la medida de un agujero
en todo lo que sigue.
Pero no.
Entonces sobrevivo,
que es una manera de decir
cómo fracasa ese dolor,
cómo se despeja.