María Cecilia Perna

Última metáfora sobre la realidad

 

 

 

Última metáfora sobre la realidad

 

La realidad es un mazo

de cartas de Tarot

dispuestas en hilera

boca abajo

aguardando la mano

que destape finalmente

su verdad.

 

Pero no hay que elegir

una cantidad preestablecida

de cartas al azar

y ordenarlas según

tiradas ancestrales

que algún otro

muy lejos de mí — o de vos

previó para leer

nuestro destino.

 

No.

 

Lo que hay que hacer

es darlas vuelta

a todas

desparramarlas

en un caos alborozado sobre el paño

y mirarlas fijamente

— fijamente

hasta que cada figura

se alce de su lecho de cartón

y comience a despertar

en una danza propia.

 

Que muestren

todas su verdad

en la precisión

de cada movimiento

y podamos ver así

las figuras combinarse

también con el paño, con el aire,

con la mano que ahora elige

ciertas cartas

— viendo lo que elige

y entonces

no es el azar sino

la necesidad

precisa de cada movimiento

la que nos fabrica

en su combinatoria

mágica y real

la actualidad de un destino

convincente.

 

 

 

 

Realidad

 

Esa sensación

de entrar en el vacío

al despertar de un sueño

entre las sábanas de siempre

adentro de tan sólo nuestro cuerpo

y encontrarse

la mañana pelada de encanto;

despegar los ojos

en la aridez

de la luz que atraviesa la ventana

— la vigilia

ese vacío.

 

Esa sensación

de lámina sutil

celofán de nada,

que todas las mañanas nos envuelve

— aísla un sí,

compacta un interior

cada mañana contra el límite del cuerpo —

 

finísima frontera

que nos hunde hacia adentro

nos distingue

del mundo y se extiende

igual que un horizonte

— infinitamente leve al infinito

todo se vuelve

inalcanzable.

 

Eso. Un celofán

de nada nos divide

la vida en interiores — cada quien

adentro de su sí

—empaquetado—

moviéndose en la grilla cotidiana

del medio al que llamamos

realidad.

 

Hoy

a la tarde estaba sola

en mi departamento

y decidí salir

al encuentro del último rayo

de luz de otoño. En la vereda

sentí el calor

del sol atravesar la lana de la ropa

que avanzó hasta tocarme

el centro del hueso.

Al instante supe

que el rayo

que se hundía adentro mío

era un camino en reversa

por el cual podía yo

salir al universo. Podía hacer correr

por la luz y el calor

de ese rayo que fluía

mi pensamiento

mi amor

mi fuerza de vivir

y las palabras.

 

Todo estaba conectado.

 

La realidad

era un sostén interminable

desde el cual

podía convocar

sin pudor

todas las cosas.

 

 

 

Just kids

 

Los hombres que amé

se me mueven adentro:

en todos estos años

armaron

una suerte de ejército.

Ningún Capitán

está al frente,

sin embargo

cada tanto se alza uno

por encima del resto

como un fuego y

dirige directo

la multitud

a su fondo de sombra.

 

El lunes pasado soñé

con uno de ellos

en el sueño los dos

nos encontrábamos

fugaces

en la naturaleza.

 

El miércoles

a la tardecita

estaba ahí afuera

— en la esquina parada

ya lista a cruzar cuando de pronto

— igual que en el sueño

él mismo irrumpió

realmente ante mi cara. Iba en bici

y un veloz

gesto, su antigua

hermosa y conocida

sonrisa de hola y chau

pasó por mi lado.

 

Al día siguiente el cielo

se hizo de vuelta

celeste

después de semanas

tristes,

lluviosas de gris.

 

Esto que cuento es

verídico y simple.

 

El amor

se vuelve natural

con los años en medio.

 

 

 

Un beso de película

 

Entre todos los besos que tuve

tuve un solo

beso de película. Antes de tenerlo

creía que otros besos

lo habían sido, pero no. Un beso

de película

cuando se tiene

se reconoce al instante. Hace que el cuerpo

encaje perfecto

en el molde centenario

que los besos atrapados en fílmico

entregaron en serie

a los sueños de las chicas.

 

Este beso

de película empezó

con un tironeo

de fuerzas para verse, hasta que él dijo

en medio de la noche: “vení,

tomate un taxi

a casa”.

 

Siguió el portazo

al bajar del taxi, el cruce veloz

de la avenida y mis dedos

tocando el timbre

con los pies en el umbral.

 

No hubo tiempo

de espera

solté el timbre y la puerta

se abrió de golpe en lo oscuro,

unos brazos

de huesos inmensos

atraparon mi cintura y me apretaron

contra un torso en penumbra —

 

me arqueé

todo lo que pude, dejando el peso

caer sobre esos brazos

fuertes y estiré

los míos dulcemente hasta enterrar

los dedos en su pelo —

 

su cabeza

descendió hasta mi cara y su boca

se enterró adentro mío

y un brazo

bajó por toda

la cadera y otro brazo

subió en vertical dando respaldo

a mi columna con la palma

abierta en los omóplatos y así

me subió en un arrebato

escaleras arriba.

 

No sé si usé los pies

o se fueron por el aire — qué más da.

Todo

lo que pasó después pasó

como pasan estas cosas.

 

A la mañana siguiente

yo sabía

que estaba terminado. Lo supe iluminada

por el amanecer

en la ventana abierta

del primer piso

que daba a la avenida.

 

Entre el sonido pausado

del tráfico que empieza y la luz

oblicua

sobre mi rostro en el sillón

mirando perdida

hacia la nada, sabía que daba

un perfil impecable a una cámara invisible

quizá

la de sus ojos que al paso

juntaban los bártulos

de trabajo en el set — Él

estaba en esos días

haciendo de verdad

una película y soñábamos

los dos con películas — soñábamos sueños

guionados,

de un lado y del otro

del lente

— la vida en esos días

era un paraíso

barroco

de luces cruzadas.

 

Después

como me gusta

quemar como una estrella — partí

dramatizando

un breve melodrama — alcé

por escrito mi mano

en la frente y lloré

sabe dios qué antigua

catástrofe.

 

Fue inútil. Los dos

nos queríamos igual y terminamos

amigos.

 

Él ahora

tiene una vida en Berlín y

cada tanto

como un merecido

obituario al deseo y también

como un simple gesto de cariño

nos damos un like

en las redes sociales.

 

 

 

Overreaction

 

Van a volar los techos por el aire — te lo advierto

percibo el malestar

vibrando desde lejos

en su onda expansiva. Su epicentro

afecta mi cuerpo mucho antes

de que los sensores

sísmicos

de la conciencia alerten

el resquebrajamiento

de todo.

 

Van a volar

los techos por el aire cuando aún

nadie entienda

—ni yo—

qué está pasando

qué es este huracán montado en furia

que rompe

cartas borra archivos

fotos

quiebra citas

arma escándalos se sale

de la redes sociales y escribe

mensajes de socorro a todas

las amigas además

de escribirte a vos

un ultimátum.

 

No puedo evitarlo, es así

 

van a volar los techos por el aire

 

yo soy genuinamente

punk.

 

 

 

Volquete de flores

 

Ya no arrojo más

sobre amores perdidos

a manera de

postludio

un volquete de flores.

 

Alguna vez

fue mi gran estratagema

de escape: ellos

entraban de lleno en el barro

de las confusiones y yo

les tiraba encima

toneladas vegetales

de pétalos suaves

hojitas y tallos

a veces, espinosos,

urticantes, pero siempre

bañados de fragancia buena, tan

buena que en esa cantidad

irritaba

las fosas

nasales, la garganta

se llenaba de asperezas y mientras ellos

escupían

pistilos y estambres,

atenazados por la gravedad

aplastante de la

vegetación

encima de sus cuerpos

y trataban de nadar

hacia arriba, hacia el aire yo

corría y corría y corría

para ganar tiempo,

para asegurarme de

no ser ya más seguida por nadie y liberarme al fin

—una vez más—

del lodo angustiante

y confuso

del amor, yo

corría y corría y corría

a la soledad.

 

Ahora

las cosas han cambiado, ahora

prefiero simplemente

escaparme

diciendo la verdad.

 

 

 

Tura Shakti

 

¿Es posible

militar el deseo?

 

¿practicar

la escucha en la mitad

del estruendoso desierto?

 

hay

una carrera en el vacío

 

Tura Shakti

al volante pide pista

— pide

espacio

para poder derrapar

tranquila

 

ampliamente derrapar

feroz

como ella quiere

en las interminables banquinas

que ofrece generoso

el desierto

 

Kali

Shakti del Shiva masculino

contra él

arma una guerra

 

— pica en punta

 

hace rugir

los motores que alimentan

los giros en falso de su espléndida

maquinaria de acero

 

Tura

rompe todo

 

Shakti

criatura que compite

— indomable

de destrucción

 

aprovecha

la curva

— se cierra

en curva encajona

al adversario

 

le quita la ventaja

 

¿Quién podría

emparejarla?

 

Alcanzar

su sublime delantera

y sostener

la paridad

 

¿Quién podría?

 

ambos

picando en punta

pisando

a fondo hasta el límite

de fundir de

 

romper todo

 

¿Quién

es capaz de acompañarla

en semejante empresa de fuego y

destrucción?

 

¿y después?

 

Al pasar la frontera

que es la línea

de llegada

¿cómo resignar

toda la preciada adrenalina

que moja

en la velocidad?

 

¿Quién podría

sostenerla?

 

 

_________

 

– María Cecilia Perna
Monroe
Tanta Ceniza Editora
Neuquén, Argentina, 2019

https://tantacenizaeditora.com.ar/#!/-inicio/?ancla=

 

MONROE-TAPA

María Cecilia Perna Nació en Zárate en 1979. Es poeta, traductora y performer. Se licenció en Letras por la Universidad de Buenos Aires y es profeso ... LEER MÁS DEL AUTOR