La extranjera y otros textos
(Traducción al español de Augusto D’Halmar)
Cementerio de Lofoten
Todos los muertos están ebrios de lluvia vieja y sucia
en el cementerio extraño de Lofoten
El reloj del deshielo tic tac lejano
en el corazón de los féretros pobres de Lofoten
Y gracias a los agujeros abiertos por la negra primavera
los cuervos están cebados de fría carne humana
Y gracias al débil viento de voz de niño
el sueño es grato a los muertos de Lofoten
Yo no veré probablemente nunca
ni el mar ni las tumbas de Lofoten
Y sin embargo es en mí como si yo amase
ese lejano rincón de tierra y toda su pena
Vosotros desaparecidos, vosotros suicidas, vosotros lejanos
en el cementerio extraño de Lofoten
– El nombre resuena en mi oído tan lejano y suave-
¿Dormid, verdaderamente, decidme, es que dormís?
La extranjera
Yo nada sé de tu pasado. Has debido soñarlo.
—Sí, has debido soñarlo, de seguro.
Solo vislumbro tu rostro en la irisación grisácea de la lluvia.
Noviembre sepulta el paisaje. Y mi vida.
Nada sé y nada quiero saber de tu pasado.
Tus ojos me hablan de brumosas ciudades últimas que no he de ver jamás
y cuyos nombres jamás oiré en tu voz.
Noviembre cae sobre mi alma. Y también sobre la llanura.
Yo te veo, oh desconocida, a través de un tiempo
Otro.
Son cosas, desde hace mucho muertas
—¡irremediablemente muertas!
músicas sofocadas, ajadas lujurias.
Podría asegurar que noviembre aguarda tras la puerta.
Veo además vivir en tu pecho aquello que tu corazón olvida.
Lejos, muy lejos de aquí está tu alma. Tu alma extranjera
es una noche de bruma,
de bruma y de llovizna sucia sobre los arrabales,
donde la vida tiene el color frío de la tierra,
donde hay hombres que morirán sin haber
conocido el amor.
Tú ya me has encontrado en otro tiempo,
¿recuerdas?
Sí, en un tiempo Otro, tristemente Otro,
en el país de los viejos libros y de las músicas antiguas,
en el azul crepúsculo de una mansión tranquila
con ventanas letárgicas.
El fantasma de los vocablos que ya no recuerdas
o que quizá no pronunciaste
da a tu distante presencia un sentido demasiado singular.
Yo descifro en el libro de tu silencio
tu historia muerta para siempre, aún para ti.
Mi desvaída razón es sólo un anhelo de lucidez,
un día de sol antiguo
sobre el sendero donde tu dicha se encontró con tu dolor.
Quizá todo esto no ha ocurrido jamás,
pero si yo te lo afirmase, tú te morirías de espanto.
Es cosa triste como día de invierno en los suburbios
donde transita la muerte de la ciudad,
como enfermedad y desconsuelo en una casa de prostitución,
como un ruido de pasos en una morada extraña,
como el vocablo “antaño” cuando cae la sombra sobre el mar.
Nada quiero saber de tu pasado. Veo extinguirse el día,
el último día sobre tu rostro, sobre tus manos.
Déjame ignorar dulcemente los senderos
donde supo el azar conducirte hasta mí.
Encuentro otra vez en tus ojos realidades de sueños,
de sueños soñados en un ya viejo tiempo
y visiones abiertas al sol de la vida.
En la penumbra envenenada de la lluvia
diríase que una eternidad concluye.
Yo reconozco en ti a seres misteriosos,
a viajeros con rumbo secreto
encontrados otrora en la bruma de las estaciones
donde todos los ruidos adquieren inflexiones de adioses.
Te vuelves otras veces para mí una atmósfera de feria
con sus luces lloronas y sus relentes
de enmohecimiento y vicio;
con su miseria y con el gozo enfermizo de sus músicas.
Recuerdos de nostálgicos garitos
mezclánse entonces al caos de mi enervamiento.
Si yo intentase salir, si solamente cerrase tras de mí la puerta,
di, ¿qué harías?
Seria tal vez como si tus ojos no me hubiesen conocido jamás.
El ruido de mis pasos moriría sin eco en la calle
y únicamente podría advertir la noche en tus ventanas.
Es como si debieses abandonarme hoy,
en un de pronto y para siempre,
sin soñar en decirme de dónde vienes ni adónde vas.
Llueve sobre los grandes jardines desnudos;
mi alma está aterida;
noviembre sepulta el paisaje. Y mi vida.
Talita cumi
Te conozco desde hace ya diez años sobre la tierra suspendida en el silencio,
Hija del destino; y es tu pobre imagen la que se me aparece siempre la primera
En la lucidez de mis despertares del declinar de la noche,
Cuando siguiendo en espíritu al Cosmos en su vuelo mudo
De repente siento abismarse en mí el universo como aspirado por el vacío de todos estos días.
Yo soy entonces como una cosa ardiendo sobre el río en la noche de estío
Y la llave del sol está bajo mi mano, que abre las Realidades espejeantes de una niebla de espíritus
Y por cierto, una sola palabra, y, en este país de la vida donde tengo más de un servidor deslumbrante
Me aparecerían formas harto distintas a la tuya, guijarro recogido aquí para el recuerdo.
Pero, ¿no te he amado con humildad en esta pequeñísima sucesión de días?
Yo partiré muy pronto ¡oh mitad de corazón, mitad de corazón tirada
Al lodo y al frío y la lluvia y la noche de la ciudad!
¡Oh mi pajarillo domesticado amenazado por el invierno!
Escúchame. Abre de par en par ese algo en ti que tú no conoces
Y trata, suceda lo que suceda, trata de retener en tu minúscula memoria
Este consejo de uno que ha madurado con la ortiga en el largo y tórrido verano de la amargura:
¡Trabaja!
No tientes al rey terrible de la vida, al dios en movimiento.
Implacable de los caminos del mundo, al ídolo en el carro de ruedas trituradoras.
¡Trabaja, niña! Porque estás condenada, débil, a vivir largo tiempo
Y yo no quisiera evadirme de estas ensordecedoras galeras
Con la pobre imagen de lo que tú serás un día:
Una muchachita convertida en una viejecita
Con amargos cabellos blancos bajo el chal, no sé en qué agrio y negro arrabal
Y sola en la ribera con el río, un fardo de terror
En las espaldas, hermana de las húmedas piedras y de los grandes, grandes árboles desnudos.
Ahórrame esto. Porque yo estaré pavorosamente ausente, despertado para siempre
En uno de los dos Reinos, no sé en cuál, el tenebroso
Me temo, pues hay en mí algo que arde con un fuego bajo y juzgado.
Y yo te lo repito, gorrión de miseria, tú estarás sola en esta vida atroz
Como hacia el amanecer avaro y lívido del Sena
Abandonado de todos el farol rojo y verde.
Yo no sé a quién ha matado mi corazón; pero al morir, el malvado,
¿No le ha legado toda su fúnebre realeza de compasión a mis huesos? ¡Niña!
Es un dolor que no puede expresarse. El hombre atacado de ese nocturno mal
Sufre omnisciente y mudo, como las piedras de los cimientos en el moho de las tinieblas.
Yo bien sé que es Él, Él, cuyo nombre secreto es: el Separado-de-Sí-Mismo,
Que sufre en nosotros; y que cuando haya pasado al fin
La noche sin flores y sin espejos y sin arpas de esta vida, un canto
Vengador, un canto de todas las auroras de la infancia,
Se romperá en nosotros como el cristal inmenso de la mañana
Al grito de los alados, en el valle de rocío,
Yo, ya lo sé. Pero esta pobre imagen de tu vida en el porvenir solitario, eso
No puedo soportarlo, es un verdadero terror de insecto en mí,
Un grito de insecto en el fondo de mí
Bajo las cenizas del corazón.