Eliana Navarro

La originalidad de lo prístino y simple

 

Por Oscar Hahn

 

 

LA POESÍA TAMBIÉN SE LLAMA ELIANA NAVARRO

 

     La doctrina novecentista del arte por el arte fue reemplazada en el siglo XX por la doctrina de la innovación por la innovación. Es la retórica vanguardista de la ruptura permanente, de la experimentación incesante, aunque en su versión ultra no conduzca a ninguna parte. Frente a este canon se yerguen otros, que funcionan sobre la base de premisas opuestas y que acceden al fenómeno estético por vías distintas. Es el caso de la poesía de Eliana Navarro. Ajena al hermetismo y a las disonancias de la modernidad, opta por la claridad y por la mesura. Esto lo percibió muy bien Eduardo Anguita cuando en el informe que le correspondió escribir para la Editorial Universitaria, dijo a propósito de La flor de la montaña: “Recomiendo vivamente su publicación, porque aquí no hay vanguardismos ni audacias, sino la originalidad de lo prístino y simple”. Unos disfrutarán de las osadías y malabares de Altazor, y otros de la sencillez y de la transparencia de La flor de la montaña. Un libro no tiene por qué anular al otro; los dos pueden coexistir y ser apreciados en sus propios méritos.

     El título del libro, La flor de la montaña, ofrece una imagen muy certera de la obra de Eliana Navarro y también de su actitud ante la vida. Proviene de una de sus composiciones, en la que encontramos versos como los siguientes: “He mirado la flor de la montaña / solitaria crecer en la espesura, / única en el fulgor de su dulzura / dócil al sol, rebelde a la cizaña”. El citado cuarteto contiene toda una estética personal: la soledad de la mujer poeta en la selva lírica nacional, la dulzura de espíritu que no empalaga, su apetencia de luz y su rechazo a usar la poesía como instrumento para la violencia formal o semántica.

     A partir de esos valores, surgen con toda naturalidad sus poemas sobre la paz. Y es que la armonía rige su mundo interior y la paz es su ideal de vida individual y colectiva. La suya es una visión de madre, y desde esa perspectiva mira las tumbas en las que yacen los jóvenes soldados, “venidos de los más lejanos cielos / a dar la muerte y recibir la muerte”. Es la contradicción total con la naturaleza materna, cuya condición esencial es dar la vida. La vocación pacifista de Eliana Navarro no sólo se manifestó en la escritura. Ella también participó activamente en el Congreso Mundial de Mujeres realizado en Moscú en 1963, en el cual leyó su “Canto de paz”, que es un verdadero clamor para que las madres se levanten contra la guerra:

Y fue de pronto al borde del camino
-extrañas flores-
ese bosque de cruces uniformes,
blancas, de una blancura fulgurante
bajo el sol estival.
¡Hombre del Siglo Veinte, veinte siglos
no te enseñaron el amor!
No te sirve la lumbre de la ciencia:
Bajo el polvo candente, Nagasaki,
las alambradas de Auschwitz,
los campos de dolor.

   Voy a referirme a otros tres poemas para mostrar la versatilidad de nuestra poeta dentro de su particular registro: “Saetas”, “Huyo mi ser” y “En la muerte de una bailarina”.

     La saeta es el cante del pueblo andaluz que invoca a Jesucristo y a la Virgen María durante la Semana Santa. En “Saetas”, Eliana Navarro muestra su maestría en el uso de la tradición popular castellana. Utiliza versos de 8 sílabas, con estructuras paralelísticas, para expresar su propio dolor, sentimiento al cual le asigna cualidades visuales y acústicas: el dolor es negro y es ronco. Cierto, las saetas son modos de expresión musicales, pero también son flechas simbólicas que hieren su alma.

SAETAS

Negra gavilla de sombras.
Negra tierra, negro sol.
Si el dolor color tuviera,
sería negro el dolor.

Ronco clamor de los montes,
ronco viento, ronco son,
¡ay! si el dolor se escuchara,
sería ronco el dolor.

Negro empañando mis ojos,
ronco acallando mi voz;
hondo clavado en mi carne,
¿por qué me sigues, dolor?

     Eliana Navarro maneja con igual maestría tanto la copla popular como esa estructura más elaborada que es el soneto. Pero lo suyo no es el soneto barroco o culterano; dentro de su poética de la tersura y el orden, opta por una formulación menos artificiosa. El mismo asunto de “Saetas” se reitera en el siguiente soneto:

AL DOLOR

En vano intentas retener mi brazo
entre los dedos de tu mano fuerte
y extinguir la alborada de mi suerte
con el pálido tinte de tu ocaso.

En vano viertes en mi claro vaso
tu oscuro vino de tiniebla y muerte.
En vano acecha tu pupila inerte
por detener el ansia de mi paso.

En vano, pues de ti ya liberada,
alza mi frágil mano desgarrada
un sacrosanto cáliz de alegría.

Y en la negra raíz de mi sollozo
brota un perenne manantial de gozo
bajo el rojo ojo esplendor del nuevo día.

     Ahora bien, al comparar los dos poemas, vemos una diferencia radical. Si en las saetas se muestra acosada y oprimida por el dolor, en el soneto proclama lo contrario, es decir, que el dolor ha fracasado en su intento por subyugarla.

     Es inevitable preguntarse por la fuente que genera ese sombrío sentimiento que la persigue. No sé por qué tiendo a especular que, en las dos instancias, la causa es el amor. Lo veo así quizás por la presencia de personificaciones como “intentas retener mi brazo / entre los dedos de tu mano fuerte”. Pero tampoco se puede descartar el uso metafórico de esas palabras.

     En cambio, hay otro soneto suyo que es expresamente de tema amoroso. Se llama “Huyo mi ser” (“huyo” y no “huyó”). Empieza con un conflicto interior que amenaza a la esencia misma de la persona, dañada en lo más hondo por el amante. La resistencia al perdón tira la cuerda hacia un extremo, y el amor, que es su razón de vivir, la tira hacia el otro. Al final, la tensión se resuelve a favor del amor, porque en su pecho “surge aún la llama estremecida”. Ella comprende que para que se mantenga encendida la “llama de amor viva”, como la denomina San Juan de la Cruz, tiene que ser indulgente. Y el poema cierra así: “Hasta que al fin, llorosa, fatigada, / dejo tu beso arder sobre mi boca”.

     Otra faceta suya diferente puede verse en la hermosa elegía “A la muerte de una bailarina”. Aquí abandona las formas métricas tradicionales y opta por el verso libre, pero evita las tentaciones vanguardistas que puedan acechar desde una libertad mal entendida y se mantiene fiel a su poética del equilibrio y de la limpidez. Mediante la puesta en escena de imágenes pictóricas, el poema se abre como si fuera un cuadro de Monet: “Círculos blancos, malva, ronda de los nenúfares”, y el cuerpo de la bailarina es “un lirio tembloroso en el viento”. En este punto aparece la muerte, que interrumpe la danza para siempre. Ominosamente, los círculos han cambiado de color: ahora son rojos y negros. Y el poema culmina con un alejandrino impecable y de gran plasticidad: “Alza Degas su mano y la pinta en el cielo”.

     Una de las virtudes más preciadas del arte de la poesía es su posibilidad de variaciones infinitas y su amplitud para acoger diversas propuestas estéticas. Algunos poetas preferirían que hubiera un discurso único, dominante, ante el cual todos deberían rendirse: el discurso de ellos por supuesto. Pero la poesía dice otra cosa. Y una de las cosas que la poesía dice es “Eliana Navarro”.

 

Eliana Navarro (Valparaíso, 1920 – Santiago, 2006). Destacada poeta chilena. En 1923 la familia se traslada a la provincia de Cautín donde cursará sus ... LEER MÁS DEL AUTOR