Mario Santagostini

Decía que yo era un santo

 

(Traducción al español de Emilio Coco)

 

Un día, de lo que ocurrió
en el Sinaí no recordaremos
ni a Dios ni a los hombres.
Y ni siquiera las zarzas fulminadas. Sólo
las rarísimas cabras:
animales-chatarra, y dispuestas
a desayunos interminables
o a alimentarse con raíces de retamas.
Parecen nacidas de la nada.

 

 

Sentado en el bar del bulevar Sarca,
miraba al joven que buscaba a alguien
que lo llevara a la carretera de camiones,
a algunos mudos en la mesa cuando
se intercambiaban signos, y uno decía
‒dentro de no mucho, también aquí.
Los demás asentían.
Y alrededor, sólo moscas.
Me he preguntado si hay algo
mejor que estar vivo.

 

 

Éstas eran mis zonas
de entonces: el bulevar Sarca, las calles
cerca de Pirelli, Sesto San Giovanni.
Me pregunto si en los patios
hay siempre un rastro de bandera,
o al menos un megáfono.
Y muchos otros, los signos de un cuarto estado
que subía al poder.
Y caían brechas, y
no se veía dónde. En el aire, tal vez.
Las noticias desde otra periferia
decían: aquí llueven
piedras, cócteles molotov, adoquines.
Aquí hay un follón terrible, compañeros.

 

 

Hay quien ha robado ya
todo el cobre del tranvía hecho
un cascajo desmetalizado.
Claro, nunca debería suceder,
pero es así. ¡qué le vamos a hacer!
Alrededor, la pasión por lo que
está inutilizado ha llegado
al ápice. Se percibe que ni siquiera
la materia quiere acabar.
Y me delegaría a mí para que lo hiciera, si pudiese.
O a la masa humana entera.

 

 

Recuerdo que muchos se enviaban
señales. Dejaban
ventanas abiertas de par en par, luego
atrancadas. O persianas entornadas.
O despertadores parados a las siete.
Y una cabeza de ángel
disecada, puesta en mi balcón, en el tuyo
y ya desaparecida en la tarde
quería decir ‒te estoy esperando
desde hace horas, quizás desde hace días.

 

 

Decía que yo era un santo
y que haría
al menos un milagro, antes de morir.

 

 

Si pienso en el alma como 
en un colectivo, en dos o tres bandadas
de golondrinas en los postes,
en un enjambre de saltamontes,
en todas las flores de Manet,
o en una mayoría cualquiera
(la que existe hoy
de los vivos sobre los muertos, por ejemplo)
yo casi lo creo.

 

 

Mi sueño era: coches,
y parasitismo obrero.
Aquí, incluso la política ha fracasado.
Entonces he pintado el futuro cuando
ya nadie ama.
Ni siquiera esta ciudad,
donde se oye llegar la tormenta
con días de antelación
por los nerviosismos de avispas,
libélulas, de alguna mimosa.

 

 

En los últimos años,
pensaba en una luz más difusa,
en una especie de neón
que viene de los lirios, esas flores-imitación
de los relámpagos estivales.
Y la misma luz, quizás,
es chatarra. Y no sé de qué.
Mejor no saberlo.
Pero tiene que ver con el rayo.

 

 

Desde hace años, repito
que los geranios me miran
dentro de mi casa. Rencorosos
y suplicantes, se han equivocado
en algo, son
unas bestias frustradas.
Los pétalos, alas contrahechas.
No viven, reaccionan.

 

Mario Santagostini Nació en Milán en 1951. Ha publicado como poeta: Uscire di Città (Ghisoni, 1972, Stampa, 2012), Come rosata linea ( ... LEER MÁS DEL AUTOR