La casa del alma
Por Miguel Ángel Zapata
Si no hay emoción es como un guitarrista que toca una guitarra sin cuerdas.
(M.A.C)
MAZ- De todo lo que has leído de buena poesía, ¿cuántos versos quedaron en tu corazón?
MAC- Los que puedo repetir de inmediato, los que de pronto me vuelven por una u otra circunstancia, los que al releerlos casualmente me cimbran o me vuelven a tocar el corazón. Puedo recordar este de Eliot que me daba fuerzas desde muy joven para viajar por el mundo: “No hasta luego, sino adelante, viajeros”; o este de Novalis en la tumba de su amada: “En sus ojos dormía la eternidad”; o este de Vallejo que me empujaba a dejar una mínima herencia al mundo: “Y que no me vaya sin llevar diciembres, sin dejar eneros”; o este de Huidobro que me sentía revivir un instante: “Te hallé como una lágrima en un libro olvidado”; estos de Dante, cuando habla del crepúsculo, pero que ninguna traducción ayuda: “Era già l’ora che volge il disio/ ai navicanti e’ntenerisce il cuore”. Pero hay muchos versos que abrieron una llaga, algunos que podría citar, pero otros que no sería capaz de recordarlos. Están en el corazón y allí quedaron y desde allí secretamente llaman.
MAZ: Puedes comentar de los poetas que han marcado una influencia vital en toda tu obra poética…
MAC: Las influencias se dan sobre todo cuando eres muy joven y te inicias en el camino de la poesía. Después, más mal que bien, vas hallando tu propia voz, o si quieres, tus propias voces. O eso crees. Hay poetas que te influyen por diversos medios (por determinado libro, por algunos poemas, por la musicalidad, por la estructura.) Podría nombrarte libros de los poetas que más me influyeron cuando joven: Neruda (Veinte poemas -fue para muchos de nosotros una biografía amorosa de juventud-, Tercera Residencia, Las uvas y el viento, Estravagario), Vallejo (Poemas humanos -donde están integrados asimismo España aparta de mí este cáliz y los Poemas en prosa-), Eliot (Miércoles de ceniza y Cuatro Cuartetos), Rimbaud (Una temporada en el infierno), Baudelaire (Pequeños poemas en prosa), Ungaretti (La alegría) y casi toda la poesía de López Velarde. Con el tiempo, muchos años después, sobre todo en los años que viví en Austria, los libros de Georg Trakl, llenos de silencios y de imágenes espléndidas y terribles, los cuales se me adentraron en todo el cuerpo. Sin los Cuartetos eliotianos, sin El cementerio marino, de Paul Valéry, y sin Muerte sin fin, de Gorostiza, quizá no hubiera escrito los Monólogos, poemas simultaneístas de largo aliento. Pero me quedé muy por abajo de los modelos.
MAZ: Escribes ensayo, poesía, narrativa, haces traducciones. ¿Cómo van llegando estos trabajos en el tiempo? ¿La poesía te llama al oído primero?
MAC: Me siento ante todo poeta y ensayista. Como no soy poeta de todos los días trabajo mucho más el ensayo. La poesía debe nacer de una emoción auténtica; lo demás es oficio. El ensayo es más reflexivo. Estás pensando más en los otros para que, a través de la escritura, se vuelvan parte de ti mismo.
MAZ: Hay poetas que escriben por alguna experiencia personal, por alguna música, o leyendo algún poema que te marca la existencia, y te motiva a escribir uno nuevo.
MAC: Por esas mismas razones. La poesía me viene de súbito por una idea o un tono o una línea o una sensación. Puede ser cuando leo a otro poeta o me llega una súbita revelación al contemplar algo en una ciudad o en algún río o bosque o montaña o me viene una primera línea… Tengo que escribir de inmediato porque si no se va la oportunidad. Por eso muchas veces la primera versión de los poemas los escribo a mano -sobre todo cuando viajo- en cualquier papel. Después corrijo mucho, pero ya no tanto como antes, porque creo tener más idea del lenguaje. Para mí es un goce, no la escritura, sino la corrección, y corrijo hasta que llega un momento en que me doy por creer que es una pieza redonda. El lector tendrá en esto la última palabra. En todo poema, tanto en la primera versión como en las correcciones hay una parte racional y una parte irracional, y a veces lo que escribiste sin que tú lo controlaras del todo puede resultar lo más bello.
Sin embargo, debo admitir que cerca de la edad de la noche se entra a un declive y uno debe cuidarse al máximo. En los últimos años cuando llega a veces una súbita iluminación sólo pergeño el poema o no lo escribo porque siento que me repito. Cuido cada línea y cada palabra.
MAZ: ¿Te preocupas de que el lector te entienda, o no le prestas importancia y escribes sobre tus viajes, tu vieja casa y la infancia, la poesía, la madre, el tiempo, el mundo?…
MAC: Algunos de esos temas los has citado muy bien en tu pregunta. Pero ya no escribo sobre la infancia ni mis padres. Ya dije todo. No quiero parecer que estoy pasándoles la cuenta si ellos ya no te pueden reclamar. No fui lo que se llama un buen hijo, pero era también una forma de defensa. Por eso digo alguna vez en un verso: “Los malos hijos seremos siempre los malos hijos”. Pese a la cercanía, nos tratamos siempre como de lejos.
Escribo lo más sinceramente posible. Como Borges recomendaba, trato –no sé si lo he logrado- que el estilo sea sencillo y el contenido complejo. Pienso, al escribir, ante todo en un lector que soy yo mismo, que el poema diga algo y me diga algo, que guarde una emoción, pero que siempre quede algo oculto, incluso para mí mismo, porque de lo contrario se convierte de inmediato en prosa. Desde luego quiero que un lector también lo sienta y lo entienda hasta donde es dable entender la poesía. No sé de nadie que haya dicho que soy un poeta abstruso.
MAZ: ¿Qué opinas de los poetas que solo se preocupan del lenguaje, y desdeñan la presencia de la emoción como un signo de debilidad?
MAC: Como decía mi amigo, el gran poeta catalán Joan Margarit, escriben así porque no tienen nada qué decir. Si no hay emoción es como un guitarrista que toca una guitarra sin cuerdas.
MAZ: ¿Cómo ves el panorama de la poesía mexicana actual? ¿Algunos nombres que te hayan dado algo enorme en tu propia poesía?
MAC: Es una pregunta para una respuesta kilométrica. Te contestaré como me contestaban en su momento Bonifaz Nuño y José Emilio Pacheco. Por desgracia, mientras más pasan los años, más vas dejando de leer a los más jóvenes, y en verdad lo siento mucho. Uno se dedica más a releer que a leer lo nuevo. Me quedé hasta la poesía de dos buenos poetas de alrededor de cuarenta años, entre ellos, Hernán Bravo Varela y Alí Calderón.
MAZ: Se habla con denuedo de la presencia fundamental de Neruda y Vallejo en la poesía en lengua española. ¿Tienes alguna preferencia entre ambos?
MAC: Yo creo que los dos son grandes y no hay por qué poner a uno sobre otro. Soy de los pocos que han leído la obra poética completa de Neruda. Neruda es un poeta planetario, en el linaje whitmaniano, quien es, en este sentido, su verdadero padre. Vallejo es, como Leopardi, más íntimo, cerrado, y es imposible no conmoverse una y otra vez. Duele, entristece. Su música y su lenguaje son únicos e irrepetibles. Ningún poeta me ha influido en toda mi vida más que él. Muchos poemas de él me han quedado en la casa del alma.
MAZ: En defensa de Borges. A mí me parece uno de los poetas fundamentales de la poesía en lengua española del siglo XX, qué opinas de su poesía?
MAC: Pacheco llamaba al XX el Siglo de Borges, como el siglo XVIII, por ejemplo, fue el Siglo de Voltaire. Borges es extraordinario como poeta, ensayista, cuentista y traductor. Casi cada página es antologable. Pero ante todo lo prefiero como poeta. A Neruda -si nos atenemos a lo escrito por Jorge Edwards- no le gustaban Huidobro, Borges y Paz, porque le parecían “intelectuales”. Se olvida, o no leyó bien, que en los tres hay partes confesionales y muy emotivas. Pensemos en poemas de Borges como la elegía a Alfonso Reyes (“In Memoriam A.R.”), donde recuerda al maestro y amigo recién muerto, o “El poema de los dones”, donde hallamos el desconsolador contraste del hombre ciego que se pasea entre los infinitos libros de la Biblioteca Nacional que no puede leer, o ese soneto desgarrador, “El remordimiento”, donde en los dos últimos versos oímos: “No me abandona, siempre está a mi lado,/ la sombra de haber sido un desdichado”. Por demás, El otro, el mismo es uno de los libros mayores del siglo XX y de cualquier siglo de la lengua española.
MAZ: ¿Y para terminar en Paz, qué opinas de sus poemas?
MAC: Es un gran poeta y un gran ensayista. Me quedo con una quinta parte de su obra poética. ¿Es poco? Todo lo contrario. Pero el Paz que me gusta es ante todo el de los poemas largos, después que ha pasado los cuarenta años: “Piedra de sol”, “Cuento de dos jardines”, “Blanco”, “Vuelta”, “Pasado en claro”, y sobre todo, el más perfecto, “Nocturno de San Ildefonso”, un poema que me hubiera encantado escribir. He dado numerosas conferencias sobre ellos y casi no hay vez que alguien me diga al final que les he revelado a Paz como poeta. Más: con una vasta obra poética, como Victor Hugo o Neruda, es muchos poetas. Fue quien mejor estuvo, alternándolas, entre la tradición y la vanguardia. “Blanco” es la culminación de las vanguardias en los países de lengua española. Pero a mí, en la juventud, me influyó más el ensayista. El, con Eliot, Valéry y Borges, han sido en el continuo río de la vida mis maestros mayores en el ensayo. Pero Borges es el Everest.