Elegía y otros textos
Selección, traducción de búlgaro a español,
prólogo y notas, Zhivka Baltadzhieva
PALABRA DICHA
Hristo Botev, el poeta, 1848 – 1876
A escondidas a menudo
lloro en la tumba del pueblo.
Pero, dime ¿qué respetar
en este cobarde mundo muerto?
Hristo Botev
No hay poder posible sobre aquella cabeza que está dispuesta a
separarse de los hombros en el nombre de la libertad.
Hristo Botev
Hristo Botev es el grande de la poesía y del ser búlgaro. Su mito último. Su inspiración más íntima. Su poesía de impetuosas pasiones, áspera sátira, sentimiento trágico, impregnado en cada célula de sus versos, y terrorífica soledad, hace el titánico esfuerzo de ingresar la literatura búlgara, y la mentalidad misma, en la modernidad y en lo universal. Y decimos titánico, porque en los cinco siglos de yugo otomano la lengua búlgara vive la historia de una lengua marginal. Profundamente arraigados en el texto búlgaro, en la mitología ancestral y en los más candentes cantos y leyendas de su propio tiempo sus versos, desde la mentalidad de un ser diferente y moderno, se rebelan contra la esclavitud como hecho político, pero ante todo contra la mentalidad esclava que la hace posible y congela el tiempo, suplantando el vivir por el sobrevivir. Su ser se eleva, estremecido y enfurecido, contra la cobarde filosofía vital del sumiso que dicta: La cabeza agachada no la corta el sable…
Qué significa ser un ser humano, una persona, un individuo y qué es aquello que te iguala al animal domesticado es la pregunta principal que recorre y sacude todo el texto Botev y sobre todo sus poemas.
Es verdaderamente asombroso cómo en los poemas de Botev la nueva poesía búlgara, apenas nacida, alcanza unas inconfundibles alturas de vértigo y claridad. Cómo su texto eleva a un nuevo nivel artístico, ético y filosófico las milenarias tradiciones de los cantos populares, cómo devuelve a la luz de la existencia las energías clandestinamente hirvientes en los subterráneos del tiempo. Las fuerzas de los elementos desencadenados en imágenes y protomodelos míticos que brotan del subconsciente colectivo, descubren un temperamento desenfrenado, un corazón que no cabe en la jaula del cuerpo, ni en la jaula de la realidad presente. Una realidad de esclavitud, injusticia, ignorancia y sometimiento. Su mente y su corazón no soportan el silencio del esclavo y explotan en sarcasmo y dolor ante la visión de la sumisión, el llanto y la resignación que presenta el paisaje de la Patria. Para descubrir ante nuestro ser asombrado una vida y un verbo que palpitan en un vuelo imparable hacia un Allí donde el amor y la libertad, la lucha por la justicia y la paz sosegada de la muerte, comprendida como dulce descanso, edifican un todo eterno y magnético. El filósofo y crítico literario doctor Krastev, llama a este estado espiritual vivir en la muerte. Un término polisemántico, que explica con bastante presesión el constante impulso hacia la muerte que revela la poesía de Botev. La muerte como liberación. De su propia realidad interna, contradictoria, tensa e insatisfactoria. Y de la humillante realidad objetiva de esclavitud, ignorancia, ceguera, injusticia social, soledad. Y también como autosacrificio. Desesperado y temerario. Pero ardientemente anhelado como vía para encontrar y descubrirle a la vida, que si, tiene sentido: vivir para quien tiene necesidad en ti. Y poco a poco, de poema en poema, este anhelo se eleva desde abren sus bocas terribles abismos y allí la muerte es una tierna sonrisa, hasta volar a la intemperie de las cumbres del espacio baládico donde la muerte es heroica, y si, tiene sentido: morir por el otro.
No sería posible explicar su aparición con influencias externas y descubrimientos recientes. El dramatismo con el que expresa el dolor del perturbado destino humano, de las incógnitas existenciales, de la intimidad atormentada en su encuentro/ desencuentro consigo misma en los abismos de los instantes, de la presencia constante de la muerte detrás del biombo de dos caras, llamadas indistintamente allí o aquí, de los innumerables yo del YO, es sumamente auténtico. Tan auténtico, que únicamente podría tener su raíz en una tradición de sufrimiento y tragedia colectiva, genéticamente heredados, que siglo tras siglo marcan el destino y la psíquica del pueblo búlgaro. La propia vida personal del poeta está sellada por un terror primario, hechizada por el presentimiento de la muerte, asechada por la decepción vital. Y sus poemas fluyen hacia nosotros desde este abismo interior que nos mira con los ojos de su amor autodenegado, de su pueblo sin realidad y sin ilusión, de su alma desdoblada y sin refugio ni paz, de su propia canción inacabada, que es la nuestra.
No vamos a entrar aquí en la difícil discusión de determinar si esta poesía pertenece al género lírico, épico, dramático o sarcástico. Si es una obra romántica o de atormentada modernidad. Hablamos de unos poemas que nos atrapan en su ser más íntimo, profundo y esencial. Nos succionan en sus remolinos de luces y sombras, de tormentas y silencios, de abismos. La omnipresencia del amor, los elementos eróticos, la rebelión social, el grito de rebelión, el sentimiento trágico de la vida, la desgarrada pregunta retórica hacia Dios y hacia el pueblo entregado al silencio y la esclavitud, el descontento insistente ante la vida y la obra, la inmensa soledad del Yo fragmentado, la irónica sonrisa del dolor, la tierna y exigente mirada que acaricia la Patria con despecho, la pronunciación enamorada de las imágenes de la naturaleza, el conjunto complejo de todos estos elementos dibuja un hombre nuevo, que se nos descubre y nos descubre a través de este huracán de sentimientos agrietados y abismados en las rupturas de la interioridad más íntima… Estamos ante un fenómeno donde el individuo, el poeta y el yo lírico, el lenguaje personal del poeta y el metalenguaje están fundidos de tal manera en la red de ondas electromagnéticas del verso que no dejan opción de desintegración analítica. Situación, producida y reforzada en el interior de la obra y en el interior del acto del lenguaje a través de la triple identificación: lector implícito – autor/personaje – personaje/sujeto/objeto del poema, y por el uso modal del verbo de actitud hacia una certeza, siempre plena y siempre ambigua en la constancia del vocativo y de un tiempo presente, tan insistente, que consigue volcar en sí lo atemporal, la eternidad mítica.
Para describir el efecto de estos procedimientos, nos permitiremos una digresión de carácter memorístico personal.
Nunca pensé que algún día me atrevería a escribir sobre Botev. Sobre aquél adolescente lejano de quien jamás podré alejarme. Su verbo era la canción de cuna que me cantaba mi madre y era la canción que ella cantaba cuando la pena se le hacía más grande que la voluntad y urgentemente necesitaba ayuda y apoyo. Cuando la cabeza le explotaba de dolor y horror ante la vida y la muerte. O cuando los días se le vaciaban, de tan monótonos y brutales que eran, y ella no podía dejarlos irse sin haber sentido la firmeza de la belleza que emanan sus versos. Me los cantaba por la mañana, a medio día y por la noche. Siempre que podría estar un ratito conmigo. Y creo que aprendí sus vocablos mucho antes que nada en este mundo. Su ardor, sus tormentas, sus estrellas, su Balcán, sus samodivas, su eternidad, su grito y su silencio eran mi mundo. El agua era viva, los halcones que dibujaban círculos en el cielo me protegían. Y cuando en invierno los lobos hambrientos bajaban del Balcán, me ponía a llorar desesperadamente, porque no me dejaban acariciarlos, peor aun, mi tío cogía el rifle y los disparaba. A ellos. A los lobos que lamían la herida del héroe, cuando todos los hombres estaban quién sabe dónde, pero no con él.
¿Era yo la única víctima de este hechizo?
Aquello ocurría en la ciudad de Sliven. Apenas tenía cinco años y esto significa que probablemente era el verano de 1953. Se hablaba en todas partes de guerra, de la bomba atómica, de nieve ceca, gris y letal… Y yo me pasaba los días subida a una enorme morera, escrudiñando los cielos. En aquél entonces todavía había águilas en lo alto; entre las flores los latigazos de las serpientes se movían sin echar sombra; rapidísimas comadrejas cruzaban como fuegos fatuos entre la maleza. Pero aquél verano yo escrutaba el cielo. Para descubrir antes que nadie el avión de la bomba. E impedirla con la fuerza mágica de mi ingenuo corazón que quería vivir… Y creía que si vigilaba, si miraba el cielo sin parpadear, podía parar la muerte, suspenderla en lo lejano. Y crecer. Ser un día mayor y cambiar ese mundo de pobreza, ausencias, insectos y espera desesperada. Ese mundo que tenía alrededor y no quería dejarle entrar en mí…
Un día, mientras esperaba en la cola para comprar pan, apretando en mi mano la cartilla de racionamiento y fantaseando, de repente oí a unas mujeres susurrar el nombre de Botev. Ha vuelto, decían, le han visto en el bosque cercano y en la mismísima ciudad, en la puerta de la casa de Hadzhi Dimitar… Eso decían.
¡Estábamos salvados!…
Me olvidé de la cola, del pan, de todo. La casa de mis bisabuelos y la de Hadzhi Dimitar tenían un muro común, con una puertecita en medio, que permitía pasar de un patio a otro. Y allí, detrás de esta puertecita estaba él, mi Botev.
Quería que me abran esta puerta, ¡ya!
Pero la abuela se enfadó conmigo por haber vuelto sin el pan, mi madre estaba trabajando, mi padre -en la cárcel. Por allí andaba únicamente mi abuelo que casi no hablaba con nadie. Nunca olvidaré cómo, cuando le conté por fin mis penas y mis dolores, mirándome a los ojos dijo tranquila y lentamente: Es verdad, hija, siempre vuelve cuando sufrimos, siempre. Le vi con mis propios ojos una vez, en 1923. No dijo más. Y nos quedamos en el silencio y la luz, inmóviles, como sí para siempre.
Para siempre es una especie de realidad donde el poeta, el poema, el sujeto, el mito, el deseo, la desesperación, el amor, nosotros y lo que nos rodea, conseguimos introducir los diferentes tiempos uno en otro, convertirlos en un inmenso instante y paladearlo, disfrutarlo. Cuando carecemos de esperanza, vivimos llenos de deseos, escribió en un día así Dante Alighieri.
Sólo añadiré que hubo una amnistía aquel año para los presos políticos y en finales del verano pude conocer a mi padre.
Hay un dicho popular que insiste en que Una palabra no abre agujero.
Pero también hay otro que dice: Una palabra dicha, una piedra lanzada.
El verbo de Botev es esta piedra. Su trayectoria atornilla un túnel que une las separatas de los tiempos de la vida y la muerte en la leyenda de la rebelión de la persona contra la mudez, la obediencia y la autotraición despersonalizante del esclavo, del hombre utensilio que únicamente intenta sobrevivir. Un túnel donde el sujeto lírico de su obra sigue vivo y libre en la muerte a través de la cual definitivamente ha aprobado su integridad personal. Ese espacio baládico convierte los veinte poemas del poemario de Botev en un poema río, que mana del abrazo maternal y acariciando cumbres y abismos a lo largo de su camino, en su delta se hace subterráneo y desemboca en la ausencia, en la no-existencia del espacio patrio fuera de nuestro sentimiento.
EL DÍA DE SAN JORGE
Паситесь добрые народы!
Вас не разбудит чеcти клич.
Начто стадам дары свободы?
Их должно резать или стричь.[1]
А. С. Пушкин
¡Regocíjate, pueblo! ¡Jóvenes, viejos,
alabad un día más a Dios y al rey!
¡Hoy es San Jorge! Así balaba tras el pastor
el rebaño de ovejas dóciles, mansas,
mientras su rey, feliz imbécil,
como todos los reyes de este mundo,
con el lindo cayado les conducía
entre los canes, fieles ministros
sin cartera, sin paga, más listos que el hambre.
Y si los viese un rey verdadero
¡Qué envidia, -diría- vive la ovejita
más feliz y contenta que mi pueblo.
Va el rebaño, con sus corderos,
trepa, avanza a duras penas, mortificado de tanta ruta,
trepa, avanza, para que pase bajo cuchillo la carne joven
en honor de San Jorge, el bandido de Dios…
Desalmado, estúpido, podrido difunto… ¿Exigirá sacrificios, sangre,
víctimas? No, el pastor, el pastor
los codicia, la garganta hambrienta, el pope borracho,
igual que a ti, pueblo, te cobran tributo
el rey, el sultán, para los harenes,
para aquellos que te quitan lo último,
y día tras día te martirizan
y tú les ofrendes tu sudor y tu sangre
y hasta bailas bajo el látigo.
¡Hala! Hoy ricos y vagabundos
cánticos cantan, delirantes, borrachos,
y con el pope juntos alaban al rey y a Dios…
¡Regocíjate, pueblo! Así las ovejas balan y balan
y entre canes al pastor siguen.
ELEGÍA
Dime, oh, dime, pobre pueblo, ¿quién te mece
en esta cuna, en esta cuna de eterno esclavo?
¿Aquel que atravesó antaño
al Salvador en el costado,
o aquel que siglo tras siglo te canta:
“¡Soporta y salvarás tu alma!”?
¿Él, o algún nuncio suyo,
de Loyola nacido, hermano de Judas,
traidor consabido y vivo augurio
de más tormentos para los desdichados,
un usurpador nuevo, un ave rapiña, uno
que vende a su hermano y asesina a su propio padre?
¿Es él? ¡Confiesa! Calla el pueblo.
Atruenan cadenas horrendamente.
¡Y no hay ni grito de libertad!
Solo apunta con la frente ceñuda, sólo apunta
el mudo pueblo a los notables: caterva de bestias
con levitas, sotanas; ciegos con ojos.
Apunta el pueblo, y el sudor de su frente
sobre su propia lápida sangra:
la cruz clavada en carne viva,
carcome herrumbre el hueso roído,
la culebra chupa la vida menguada,
la engullen los nuestros y los ajenos.
Y el pobre esclavo soporta… Mientras,
sin parpadeo y sin sonrojo, calculamos los siglos
bajo el yugo, calculamos los siglos
de tronantes cadenas. Calculamos,
y, con una fe ciega en esta obtusa estirpe oscura,
esperamos aún que nos llegue el turno, nuestro turno
de libertad.
LID
En desdichas, en penas la juventud pasa,
en las venas, colérica, la sangre se turba,
la mirada se nubla y no ve la mente
si bien o mal vienen de frente.
Recuerdos crueles oprimen el alma,
la maligna memoria con rencor los repite,
en el pecho ni amor, ni fe ninguna, ni esperanza
de poder despertar del sueño mortal
ni siquiera tan sólo a un ser honrado.
A los honrados les tachamos de locos,
Todo el mundo al necio honra:
Potentado es, dicen, y no se preguntan
a cuántas almas quemó él vivas,
a huérfanos cuántos ha despojado
y ante el altar a Dios estafado
con perjurios, rezos y falsas promesas.
Al público este sagaz verdugo
con fe le sirve la Iglesia misma,
ante él se inclina el maestro primate,
y el columnista con él razona
que temer a Dios es el principio
de toda posible sabiduría… Así legisló
la manada de lobos con piel de cordero
para colocar la piedra eterna
de la santa mentira y la mente humana
tener para siempre encadenada.
Salomón, ese tirano perverso,
al Edén arrojado desde hace ya siglos,
en sus graves parábolas ante los santos
dictó la sandez de las sandeces.
Y aún hoy la repite el mundo:
“¡Tema a Dios, respeta al rey!”
¡Estupidez sacra! Siglo tras siglo
luchan con ella la razón, la conciencia,
los héroes mueren con dolor y con furia,
pero ¡di!: ¿Qué han conseguido?
El mundo, al yugo habituado,
tiranía y mal desde siempre venera;
besa la grave mano de hierro,
con fe escucha la falsa boca:
Calla y reza cuando te pegan,
y aunque la piel te arranque la bestia
y las serpientes se beban tu sangre,
en Dios sólo ten confianza:
¡Apiádate, Dios, viví en pecado!
¡Reza, ruega y, sin más, cree:
Él no castiga a quien no ama!
¡Así es el mundo! ¡Mentira y yugo
reinan en esta tierra baldía!
Y como legado, de padre a hijo,
día y noche, eternamente aquí desfilan.
Y en este reino infame, cruento,
reino de lujuria, bajezas y llanto,
reino de tristeza, de mal inabarcable,
bulle la lucha y, con paso pronto,
va hacia su ansiado final.
Gritaremos: ¡Pan o semilla de plomo letal!
HADZHÍ DIMITAR[2]
¡Vive él! ¡Vive! Allá, en el Balcán,
ahogado en sangre, yace y clama,
héroe con honda en el pecho herida,
héroe en flor de juventud y fuerza hombruna.
¡A un lado tirado su fusil bravo,
al otro, el sable en dos partido,
se nublan los ojos, la cabeza se mece,
la boca maldice el Orbe entero!
Yace el héroe y en el cielo
el sol, suspendido, furioso abrasa;
la segadora canta allí en el campo,
y la sangre, más y más fuerte se vierte.
De siega estamos… ¡Cantad, esclavas,
los cantos tristes! ¡Tú, sol, abrasa
a esta tierra de eternos esclavos!… Perecerá
y este héroe… Pero, corazón, ¡calla!
Aquel que por la libertad cae,
él no muere; a él le lloran
tierra y cielo, flor y fiera,
y los aedos cantares le cantan…
De día le guarda el águila sombra
y el lobo, sumiso, la herida le lame,
el halcón en lo alto, épica ave,
también del hermano, del héroe vela.
Adviene la noche, la luna se alza,
estrellas siembran la bóveda suma,
susurra el bosque, el aire exhala,
el Balcán canta cantares de gesta.
Y samodivas[3], de blanco vestidas,
milagrosas, hermosas, cantos elevan,
ingrávidas pisan la verde hierba
y al lado del héroe van y se sientan.
Una le venda la herida con hierbas,
otra con agua fresca le brizna,
la tercera, de pronto, en la boca le besa
y él la mira: dulce, risueña.
¡Dime, hermana, ¿dónde está Karadzhá[4]?!
¿Dónde mi fiel guerrilla?
¡Dime, y llévate a mi alma,
aquí yo quiero morir, hermana!
Retuercen las manos y se abrazan,
y con cánticos vuelan en el cielo las divas,
vuelan y cantan hasta el alba
y el espíritu buscan del Karadzhá…
¡Pero ya amanece! Y allá, en el Balcán,
el héroe yace, la sangre se vierte,
el lobo le lame la honda herida,
y el sol de nuevo abrasa, abrasa.
EN LA TABERNA
¡Oh, oprime! ¡Vino dadme!
Ebrio, quizás olvide
lo que, necios, no sabéis
si es gloria o deshonra.
Olvidar. Mi tierra madre,
el hogar paterno dulce,
y los que me han legado
ansias de vivir libre.
Olvidar. A mi estirpe,
la paterna tumba negra, el llanto lúgubre
materno. Los que roban, elegantes,
el bocado de mi boca,
de la boca del pueblo…
Roba el ricachón cobarde,
roba el avaro mercante y el pope
con el salmo.
¡Despójenle, indolentes,
despójenle! ¿Qué os frena?
El esclavo no se levanta,
estamos todos copa en mano.
Y bebemos, y cantamos feroces cantos fervorosos,
rabiosos enseñamos los dientes al tirano.
Oh, estrechas se nos quedan las tabernas,
y gritamos: ¡Al Balcán, al Balcán, hermanos!
Gritamos… Pero la resaca
borra gritos, juramentos,
enmudecemos y reímos
ante el martirio del pueblo.
Y el tirano deshonra
nuestro hogar paterno
decapita, ahorca, humilla,
y esquilma al esclavo…
¡Oh, verted el vino tinto!
¡Beberé! A olvidarme.
A aliviar mi alma. A no sentir
nada cuerdo. Y que mi brazo se ablande.
Beberé. A pesar vuestro, a pesar vuestro,
patriotas. A despecho
del tirano. Yo ya no añoro nada.
Y vosotros… vosotros… ¡sois idiotas!
MI PLEGARIA
Bendito sea Dios nuestro…
¡Oh, mi Dios, Dios justo!
No tú, que estás en el cielo,
sino tú, en mí, en uno,
en mi corazón y alma…
¡No tú, a quien le rezan
los santones y los popes
y a quien queman velas
los ortodoxos capirotes;
no tú, quien has creado
al varón y la mujer del barro
y al hombre has dejado
ser esclavo en la tierra;
no tú, quien has ungido
a papas, reyes, patriarcas,
y marcado con desdicha
a mis hermanos hambrientos;
no tú, quien al esclavo
dictas rezar, someterse,
y le nutres hasta la tumba
con falaces esperanzas;
no tú, dios de los impostores,
de los ímprobos tiranos,
no tú, ídolo del imbécil,
del adversario humano!
Sino tú, Dios del intelecto,
defensor de los caídos,
cuyo día los pueblos
festejarán ya muy pronto.
Inspira a cada uno
amor por la libertad vivo,
para que a muerte luche
contra los adversarios de la vida.
Afianza y mi mano…
Y cuando el esclavo se levante rebelado
Que y yo mi tumba halle
En el campo de batalla.
No dejes que se enfríe
El corazón fiero en tierras ajenas
Y mi voz se desvanezca
Amortiguada en el baldío…
Notas
1.А. S. Pushkin: ¡Pastad, pueblos míos mansos!/ Jamás puede despertaros el grito hondo del honor./ ¿De qué le sirven al rebaño los dones de la libertad?/Rebaño… Hay que esquilarlo y degollarlo.
2.Dimitar Nikolov Asenov (1840 – 1868). Uno de los más célebres guerrilleros búlgaros, revolucionario y luchador contra el yugo Otomano).
3.Semidivinidades, entes mágicas, características para el folclore búlgaro, símbolos de la libertad y la independencia.
4.Stefan Karadzhá, guerrillero del grupo de rebeldes encabezado por Hadzhi Dimitar.