Davide Rondoni

Ofrecer mi soledad ahora

 

(Traducción al español de Emilio Coco)

 

 

 

Nueva York las piernas cansadas, el sol

en el puerto, la corona helada

de rascacielos vista alzarse desde Central Park.

Los árboles de seda y sangre están electrizados

en el frío azul del cielo.

Los tanques están colgados,

bombas sobre las casas.

Caras que CNN

no filmaría nunca, duras

guerreras me miran en el metro,

orientales debajo de las viseras

un negro que duerme con su pelo cano

y delgado, los ojos rojos de uno

que ha vivido mucho tiempo al sol,

un calabrés.

 

En las megapantallas de Broadway proyectan

las caras sonrientes

de los que ganan dinero y mucho

en los concursos televisivos. Y estandartes

dan la bienvenida en la capital de los nuevos

mil años.

Qué frío está el viento en las caras

en que nos hemos besado.

Atenas nada, Roma

olvidada, materia para los concursos o los viajes

en edad avanzada.

 

Oonagh, quién te hizo salir canas

a tus treinta años…

Tal vez la mirada de tus niñas

cuando tienes que explicar que con el padre

no ha funcionado, menos mal que se ha

marchado.

Y todos

los que se han ido, que no quede ninguno

por favor, mueves bailando la cabeza

gris y los ojos azules

haces un círculo mágico en Manhattan

en tu pequeño piso

tan majo, haces de ti un incendio

y ceniza cada tarde–

 

te ruego renace al menos tú en aquel corazón, en esa

flor de rascacielos y luces

nace aún, toca otra era

y en tu nombre etrusco o qué

haz sonar repetidamente la lámina de oro del tiempo

su viento invisible, la canción.

 

 

 

 

I

 

Conocer la respiración, exactamente

es la ocupación de los amantes

tocar

el agua misteriosa

del rostro silencioso

 

decir mi

amor como decir nada

 

la impaciente luz de los dedos

lo que tiembla y no deja

de temblar.

 

 

 

II

 

Conocer

la respiración del día, lo que se enrarece

en la noche

es ansia dulce

 

el oro oscuro, la nada

la sombra inflamada

de los rostros que se tocan‒

 

y  quema la hipnosis

de los círculos de reloj.

 

No levanten los brazos

contra el llegar de las tardes, la luz pura

exclamativa de las estrellas.

 

Amar es el oficio

de quien no tiene miedo.

 

 

 

 

Cuando la casa por la noche

si empieza la lluvia se anima

 

ventanas que tocan

puertas que un aire imprevisto

mueve y no se vuelven a cerrar

y pequeños pasos presurosos

sobre la madera–

 

la cara

de la ciudad está cansada, recibe

aquella agua.

Luminosas se vuelven las oscuridades.

Me encuentro despierto como un recién nacido,

el corazón un acontecimiento.

 

 

 

 

ORIANA A N. Y.

 

Cómo era pequeña

la guerrera, cómo tendía

 

los brazos enflaquecidos

hacia las flores que yo traía

y hacia todo lo que se derrumbaba

en la noche tan teatral de Nueva York

 

era hermosa y encendida, bebía

los últimos champanes para no sentir

la garganta que quemaba–

 

Y levantaba sus ojos claros

lacrimosos sin llanto, orgullosa, sola

adivinando con el radar de su

tormento los fuegos

 

los gritos de arena

que nos están atropellando…

 

Un lejano amor está trabajando su rabia,

la mañana

que la dejé en las escaleras

era una figura de los oficios

en el portal de una futura

catedral de luz florentina

 

 

 

 

El amor al principio y al final no es

un sentimiento

 

sino en tu llegada una furia

inmóvil, ojo de los huracanes, el sueño

de la mirada fósil

quebrado debajo del ámbar

estrellas disponiéndose

en el aire y en tu rostro–

 

un juicio universal  a cada paso.

 

Los sentimientos cambian, no la lucha

entre la vida que busca a la vida

y la vida que busca a la muerte.

 

Amor, tenme fuerte, ¿lo oyes?

 

mudo grita por los caminos de Italia

y de lo que Italia se está volviendo

entre los relámpagos de la sangre y maleducados

camareros

algo que no sabe tu nombre, y

 

como un asesino, ni ojos ni ayer

roza y envenena todos los nombres del día.

 

Pero tú amor al principio y al final

llama al viento, inventa los caminos del regreso

no dejes desiertas de ti estas plazas

 

las manos en las cunas, los coches

en hilera contra el sol

y las poesías y las mujeres, estas locas

 

 

 

 

MADRE E HIJA

 

Mi madre, me dices

ha muerto joven, extraña –

 

Ahora que la veo hermosísima

en los diarios que guardas yo puedo

por fin en este rito

de hojas esparcidas por el suelo

yo puedo saber algo de tu mirada,

atravesar su sello

de luz azul y oscuridad

en la ciudad que siempre flamea.

 

No eres como ella, ella está

en la química incierta y amable de tu amor,

centinela en la puerta

hacia la habitación de tus hijas

 

discutís silenciosamente, se te parece

y no le obedeces…

 

Miro cómo asientes al alma insoportable,

te ha amado y te ha empujado

con una sonrisa incomprensible

desde su cuerpo balaustrada

a los muchos brazos del viento

 

sabiendo que habrías sido como ella

y no como ella–

 

y habrías besado

finalmente la amputación

y realizado su amor

 

 

 

 

Ofrecerte mi soledad ahora

es echar atrás

la cabeza, doblar, dejar juntas

las manos en el volante

pararse despacio bajo árboles

grandes, en la oscuridad, y sin

enloquecer sentir

que llaman aún y llaman.

Davide Rondoni Nació en Forlì en 1964. Entre sus libros de poesía destacan: La frontiera delle ginestre (1985), O les invalides (1988) ... LEER MÁS DEL AUTOR