Llegar a la cantina de la muerte
EN LA CASA DE ZULEMA HUAIQUIPÁN
Junto al río de estos cielos
verdinegro hacia la costa,
levantamos la casa de Zulema Huaiquipán.
Hace ya tantas muertes los cimientos,
hace ya tantos hijos para el polvo
colorado del camino.
Frente al llano y el lomaje del oeste,
levantamos la mirada de mañío
de Zulema Huaiquipán.
Embrujados en sus ojos ya sin luz
construimos las paredes de su sueño.
Cada tabla de pellín huele a la niebla
que levantan los campos de la noche.
Cada umbral que mira al río y los lancheros
guarda el vuelo de peces y de pájaros.
Bajo el ojo de agua en el declive
donde duermen animales de otro mundo
terminamos las ventanas.
Y en la arena hemos hincado nuestras sombras
como estacas que sostienen la techumbre
de la casa de Zulema Huaiquipán.
HUECHANTÜ*
Uno
Las estrellas giraban en el cielo
quemando como el oro
nuestro corazón.
Los bosques se aferraban a la noche
y el sol venía al mar
desde las blancas montañas de los sueños.
Pasamos por árboles que nos adormecían
con sus pétalos de moribunda luz.
El agua respiraba bajo tierra.
La luna descendía a los dominios
de los animales secretos,
enmascarados por la niebla
y el frío resplandor de las vertientes.
Nuestros caballos
se hicieron aire
y nuestros cantos
vanas raíces
en la escarcha del amanecer.
La tierra nuevamente ardía
y nuestros muertos,
boca abajo,
cubrían con sus sombras
la extensa sombra
de su corazón.
Tres
Contaco río, cascada
de choroyes, sangre
de las piedras tigres,
herida del sol.
Llévanos.
Ésta es la barca transparente
que sólo podemos navegar en lo oscuro.
Éstos los remos de avellano
que se consumen en tus aguas
hasta desaparecer.
Justicia
de la corriente que nos arroja al mar,
arena el pensamiento,
espuma el amor
que moja nuestras manos
borradas por la luz del roquerío.
Que vengan las gaviotas a comernos los ojos,
los brazos y las piernas.
Justicia de los pájaros,
justicia de las aguas que se inclinan hacia el sol
por el peso de nuestras almas.
*tiempo de escasez.
(De Reducciones, 2013)
PUERTO TRAKL
(fragmentos)
Bajé a Puerto Trakl entre neblinas.
Buscaba el bar de la buena suerte
para charlar sobre la travesía.
Pero todos vigilaban la estrella polar en sus copas,
mudos como el mar frente a una isla desierta.
Salí a vagar por las calles con faroles rojos.
Las mujeres se ofrecían sin afecto, fragantes y cansadas.
“A Puerto Trakl los poetas vienen a morir”, me dijeron
sonriendo en todos los idiomas del mundo.
Yo les dejé poemas que pensaba llevar a mi tumba
como prueba de mi paso por la tierra.
“Y si vienes a morir a Puerto Trakl,
no bebas de mi vino”, dijo el tabernero.
Este bar no es la morgue de los ángeles
ni el cementerio de los fantasiosos.
Muchos hombres han cruzado el océano
por un jarro de cerveza, por una copa
de ginebra caliente.
Nadie aquí tiene patria ahora, y navegar
cansa más que la nostalgia y el amor.
Escucha, sólo escucha el estruendo del oleaje,
mientras el mirlo clama
entre las ramas y el viento.
Como un cantante de ferias y cantinas
repitiendo siempre las mismas canciones,
declamo poemas al océano.
El oleaje apaga el rumor de mi voz,
y la espuma salpica estos papeles
como un escupitajo de las rocas y el agua
a mi vanidad.
Entonces imito el gesto del cantante
cuando extiende la guitarra al público y le dice:
“No quiero aplausos, sólo monedas.
No quiero aplausos, sólo monedas”.
Como una manera triste de predecir
miro el paso de las nubes sobre el puerto.
Sé que mi suerte no está
en ninguno de esos nimbos que regresan al mar
movidos apenas por el viento de la literatura.
“Profetizar me asquea” podría decir
y, sin embargo, allá va mi vida
sobrepasada por pájaros que llevan
todo el tiempo del mundo entre sus alas.
Fumando en el muelle desierto
recuerdo a mis hijos,
apenas alumbrados por el sol de este anillo.
Mi paternidad se ha ido a pique;
el mercado está desierto frente a mí.
Un corazón apátrida late en esta fuga
hacia la isla prometida.
El amor ha abierto una oscura puerta
por donde paso
inclinándome.
Bebimos el vodka de madame “Su”
en el hotel Melancolía.
Nos habló de sus novios,
su vejez,
y de unos gatos perdidos en el puerto.
La noche llegó desde un poema de Trakl
que ella guardaba en la memoria.
Alzamos nuestras copas y, sin prisa,
cada cual volvió a su propia
y cotidiana decadencia.
Ebrio me despide Puerto Trakl
con el alba mojando mi cabeza.
Sin dinero, sin amigos y sin reputación
vuelvo a mis antiguos días.
La pequeña mañana abre sus puertas.
Los tugurios donde beben poetas y pescadores
quedan para siempre atrás.
(De Puerto Trakl, 2001)
LLEGAR A LA CANTINA DE LA MUERTE…
Llegar a la cantina de la muerte
y ver de nuevo alzar el codo
a los dipsómanos del barrio
hablando en lenguas
como apóstoles de tierras que no giran
ni germinan.
Al vino que derraman va un país
de mar violento,
al vaso van los hijos que buscan
a sus padres en la noche.
Volver a la cantina de la muerte
con hombres que no lloran, pero gimen,
que aman a sus perros,
que sueñan con un río,
con biblias y navajas españolas
bajo la oculta Cruz del Sur.
Bolsillos llenos de agua,
recuerdos plagados de ratones,
mujeres que huelen a rústico jabón.
Seguir en la cantina de la muerte
la luz de las botellas en la sangre,
el canto del patrón entre las vacas,
la música que llega a los oídos
a rastras desde estrellas extranjeras.
Que sople un viento blanco entre las copas
y traiga matarifes y boteros,
y al sastre ya cirrótico sin pulso
buscando una aguja en el pajar.
Volver a la cantina de la muerte,
pisar el aserrín de bosques fríos,
beber de la memoria fermentada
sembrada por el sol sobre las tumbas
en los extremos de la Gran Ciudad.
(Inédito)