La realidad y el deseo
RETORNO DE NIETZSCHE
Ni la quemadura de la llama aplaca mi sed,
ni la quemadura del sol.
¡Jugar con fuego! Mi corazón
es un galpón de gasolina,
un polvorín de fuegos artificiales.
La llama es mi director
de orquesta,
el relámpago me persigue
a campo traviesa.
Zarza ardiente es todo
cuanto amo, carbones encendidos,
camino sobre brasas,
baile en la fumarola
de un volcán en erupción.
¡Ay! mi pensamiento se consume en la hoguera
de la hermosura del mundo.
LOS AMANTES MALAVENIDOS
¡Es ciego el amor en los puertos de mar!
En los restoranes para náufragos
tras las hilachas del espejo,
hay siempre un astillero,
un lecho de rosas
rompiendo en los acantilados.
La costumbre es títere sin cabeza
al amor de las mareas.
Al claro de luna
duermen los amantes malavenidos
entre axilas y narices frías.
LA REALIDAD Y EL DESEO
La tarde arrastra una banda de música
tras los faldones del viento.
Súbitamente, delante de mi vista,
una alada pareja de baile
persigue las notas otoñales
del acordeonista solitario
al fondo de la alameda.
Un ciego trastabillante
bajo la lluvia
aparece en el parque dominical.
Al paso que la estatua
de mármol de mi pensamiento,
pierde su última hoja de parra
Al avecinarse el anochecer.
EL DESENCUENTRO
El pasado deshila tu rostro
en hebras de soledad y olvido
En el remanso del tiempo,
persigue mi memoria
tu figura inasible,
la huella de tu aliento
en ese cristal
que llaman desamor.
Y ayer te persigo mañana
lebrel y liebre a la vez.
En cada desencuentro,
encuentro ese rostro tuyo
que es la vida, la única vida.
A LOS POETAS SE LES PIERDEN
LAS PALABRAS
In memoriam Lorenzo García Vega
A los poetas se les pierden las palabras
se les pierden los pasos
en la carrera de la vida.
Pero entre líneas es posible adivinarles
el rostro perdido
el rostro de ciegos
el rostro del paraíso.
Se les pierde el sentido a los poetas
entre el pecho jadeante
de los amantes
entre el resuello de los vivos
y el murmullo de los muertos.
Los poetas pierden siempre el corazón
entre las palabras se les pierde la vida.
HOMENAJE MANDRAGÓRICO
A ENRIQUE GÓMEZ-CORREA
Entre los muros cautivos
del reino de la cantidad
elegiste la puerta negra
pontífice del sueño
y la vigilia.
El ángel de la maldición
confidente del bien
y el mal
me señala el relámpago
en tu frente,
náufrago que insistes
en preguntar la hora exacta
al fondo de lo desconocido
donde llevan los juegos
divinos de la imaginación,
el amor, la libertad.
Te escucho ruiseñor
de la tiniebla,
entre la multitud amotinada
por el perpetuo atentado
a los derechos eternos
del corazón
que -hierba de sueños-
renace indoblegado
al paso de vendaval
de la historia.
JORGE CÁCERES EN EL ARCO IRIS
QUE SE ELEVA
Para Ludwig Zeller
La marea de medio siglo entre tu tiempo y el mío
-siempre al final o comienzo de una guerra-
me arrastra mar adentro de tu poesía
tras esa larga cola de números telefónicos,
tempestades de champán, gritos de nieve
perfumes que prometen al hombre
un mechón de cabellos de la mujer amada.
Chile a la distancia, acodado a sus costas, canales
ensenadas, bahías, malecones, golfos azules…
como un celacanto o estrella de mar gigantesca
a lo largo del continente suramericano
(“Chile de los vigías, tierra de mis amores”)*
En cuyos cielos esmaltados o adoselados
siempre es posible tocar el arco iris
o una estrella fugaz. O presenciar como la alondra
baja a la ventana a cambiar su cheque
por una ración de amor loco, de futuro libre
de miserias y servidumbres.
Es por eso que tu poesía, metáfora absoluta, río de Heráclito
donde sin salir de viaje se llega de puerto en puerto,
de lucero en lucero
huye como de la peste de la letra muerta o comercial
legado exteriorista, deleznable, del mundo moderno
frente al cual, en lo grave de la hora
nada vale invocar el águila de Whitman o Darío
-heráldica y continental-
que el paso del tiempo ha tornado engañosa, opresora
de la América española -india, negra, blanca y amarilla-
cuyos pueblos veo marchar unidos al llamado universal
de la paz y la fraternidad
Llamado que tú –el primero- escuchaste de vuelta a la Osa Mayor
con la flor de un balazo abierta en la camisa de tu traje de calle.
*André Breton, El Menor Rescate.