Nombrar los animales
(Traducción al español de Katherine M. Hedeen
y Víctor Rodríguez Núñez)
La grasa de oso
Cuando el viejo me frotaba la espalda
con grasa de oso
soñaba con que los caballos del invierno
hubieran comido la corteza de los árboles
y sus propias colas.
Cavaba dormida un hueco en mi propia hambre
que alguna vez comía manteca y pan
de una sartén curada con sal.
La grasa era la luz
por la que yo veía
con los ojos del oso
tres perros huesudos que guiaban a los hombres
hacia la cueva del sueño forrada de hierba
para matar el hambre
mientras dormía cada vez más delgada.
Engordaban
con el sebo tragado.
Comían hasta las cenizas después
de que el fuego se extinguía
y mientras echaban una siesta,
¿recordaban
cuando eran lobos?
Tengo miedo del futuro
como si fuera el oso
que da vueltas en la barriga
de los hombres necesitados
o el lobo convertido en perro
que se vuelve contra sí mismo
rememorando lo que era la tierra salvaje
antes del chasquido de un fusil,
antes de que los hombres trataran de matarlo
o domarlo
o hacer que los quisiera.
La ley del cuervo
El templo que el cuervo adora
avanza en la hierba negra y alta.
La traición es la manera en que el cuervo
le reza al lobo
para que pueda comer
lo que sobra
cuando la sangre llega al suelo,
hasta que lo que queda del alce
sea el cuervo
que se larga
del templo sagrado de las costillas
en un baile solo para dejar
las huellas rojas de los dioses exiguos y privados.
Es la guerra más antigua
en que el alce se convierte en lobo y cuervo,
en que el camino deja
de convertirse en el viejo bosque
donde el cuervo llama,
donde aún nos da miedo.
Mapa
Esto es el mundo
tan vasto y solo
sin fin, con montañas
nombradas por los hombres
que trajeron el hambre
desde otras tierras,
y el temor
a los bosques densos y oscuros de árboles
que se sostenían,
sabiendo que el fuego soñaba con tragarlos
y que hablaba una lengua más antigua,
y que la lengua de la nación de los lobos
era el viento en su alrededores.
Ni el hielo era silencioso.
Con su llanto, su ser deshecho
regresaba al calor.
Pero lo llamaron
hielo, lobo, bosque de leña,
como si las palabras pudieran hacer todo eso,
algo que pudieran sostener en la mano enguantada,
abrir, trazar un camino
y seguirlo.
Esto es el mapa del mundo abandonado.
Esto es el mundo sin fin
donde separaron los bosques de sus árboles.
Estas son las lindes que el lobo no pudo pasar.
Esto es lo que sé de la ciencia:
que un grano de polvo vive en el centro
de cada copo de nieve,
que con la tierra el hielo puede salirse con la suya,
que los lobos viven dentro del círculo
de su propio comienzo.
Esto es lo que sé de la sangre:
la primera lengua no es la nuestra.
Hay nombres que las cosas tienen para sí,
y debajo de nosotros el otro orden ya se mueve.
Quema.
Sueña.
Se despierta.
Nombrar los animales
Después de las palabras con que llamaron
las piernas, las manos, el cuerpo
del hombre para que saliera del barro y el sueño,
después de los viajes olvidados de su propio dormir,
el barro olvidado de sus inicios,
después de la desnudez y el miedo de algo mayor,
a éstos nombró él; el lobo, el oso, los otros
como si no hubieran estado allí
antes de sus palabras, ni tuvieran
otras lenguas ni poderes,
ni cobraran vida al cantar,
antes que él.
A éstos les mandó a andar a gatas por la tierra silvestre
donde él no podía entrar,
a nadar en el agua no domada.
Podía escuchar sus voces en la noche
y sus huellas y su respiración
al borde feroz de la espesura
donde todas las cosas sus nombres saben
y ningún hombre les habla
ni les quita la lengua.
Sus hijos nos llamaban cerdos.
Soy un cerdo,
la hija de cerdos,
salvaje en esta tierra
de sus partidas,
tomando agua que quema
al borde de un país salvaje
de ley y orden.
Estoy desnuda, soy vieja
anterior al habla,
anterior al sueño olvidado de cualquier Adán,
y estos nombres no tienen ningún filo,
ni comienzo, ni fin.
Desde alguna parte que no alcanzo a contar ni decir,
mis robados poderes
me dan la mano
y cantando me ayudan a pasar.
Salvaje
Esto no es el caballo. Es el poema,
aunque vocifere a su hermana,
aunque camine por la tierra
queriendo alfalfa y otras hierbas crecidas
y sea salvaje con su rebaño,
hable de una forma que la mente
no puede oír
para que otra parte del ser humano
traduzca este animal en América,
la deseada pareja de una mujer
o un hombre, que conozca las manadas de bisontes,
la pérdida de la creación, los desaparecidos
que no pueden volver,
y así anhele ser esta
traducción
de la vida a la primera luz de la mañana
en las hierbas crecidas de la pradera,
las cimas desde donde ve
que no hay libertad aquí, ya no
más en la historia cambiada del mustang,
en el idioma que inquiere, ¿qué sabes
de este mundo, te acuerdas
de lo salvaje, el idioma olvidado?
¿Puedes invocarlo todavía?
En el agua
¿Y si estuvieras en un lugar donde el fuego no ardiera?
Pez, ésa es tu casa.
Los cuchillos no pueden cortar
el agua ni nadie tiene puños.
Veo los aposentos de ámbar por debajo
donde la luz llega al verde
y las ninfas de efémeras se esconden bajo las conchas enjoyadas
como si el oro del sol no fuera suficiente.
Entre las antiguas hojas te escondes,
astilla de pez, como una pequeña luna sola
donde las corrientes te mueven
ligeramente, y hacen ondear los velos de las aletas.
Pez, ¿no escuchas el río llamarte?
Vives en un lugar donde los cuchillos no cortan.
Pez, con el ojo que nunca se cierra,
quiero seguirte
a las anchurosas, anchurosas aguas.
–En esa redonda nación de sangre
14 poetas indígenas norteamericanos
Traducción al español de Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez
Colección Ladrones del tiempo
Uniediciones