Notas al pie de página
DIALÉCTICA DEL CUBO RUBIK
Naces, como el cubo Rubik, perfecto.
Los colores pertenecen a una sola cara.
Desde el principio hallaste la respuesta
al enigma de tu vida.
Más te valdría dejarte ahí,
quieto sobre una repisa de la biblioteca,
como un objeto sagrado al cual acudir
cuando se quiera contestar algo,
comprender el vacío, la otredad,
las ansias por quemarse con lo desconocido.
No prestas demasiada atención
y en un abrir y cerrar de ojos
tocas algún lado de ti mismo,
imaginando las múltiples combinaciones
de un color a otro, las posibilidades
de volver a ese estado original,
a aquel momento en el que eras
una cosa uniforme y plana,
una inmaculada forma
que nunca creyó pertenecerle al caos.
Entonces dejas de jugar,
sabes que a lo sumo ordenarás uno
o un par de tus lados primigenios
pero tendrás otros lados cuyos colores
jamás volverán a unificarse.
Así transcurre todo
hasta que un día dejas de intentarlo,
ya no te hace gracia el sueño de la perfección
y abandonas el cubo Rubik adentro de tu pecho
para que vaya empolvándose ahí,
como cualquier objeto sin importancia alguna,
como la fría deidad de la derrota.
EDAD DEL TEMBLOR
Dios mío,
si eres real
haz de esta página una puerta
y dame tus manos para nombrar las cosas.
Hazme saber
que aún por este cuerpo,
cercano a la ceniza,
puede caber tu voz
como una fruta al fin,
perturbadora quizás
pero embriagante,
y que puedo hacer de ti
lo que yo quiera:
bendecirte, matarte,
contemplar el largo sol
que te nace del sexo
o alabarte en un idioma
no creado todavía.
Quiero saber si existes
debajo de la almohada o el camastro,
en los montazales, en la quietud de un árbol,
en la hora que se espera
adentro de una cárcel
para tocar pieles lejanas,
sudores imposibles.
Mira lo que tu tiempo ha hecho con mi cuerpo;
y, aun así, gocé,
pusiste sal en cada carne que comía;
no te importó que fuese infiel conmigo mismo
y que con otros escupiera
sobre el vino y el pan,
que les tirara poemas a los cerdos,
o que con mis manos agarrara la arcilla nuevamente
y construyera un ángel negro
para los días de lluvia.
Nada de esto te importó;
como tampoco hacerte el muerto
el día de mi juicio,
cuando invocaba tu nombre
en los eriales de mis propias batallas.
Ahora solo quiero
caminar desnudo por esta habitación
y llamarte una última vez.
Yo no soy más que un arañazo en tu pensamiento, mi Señor.
Ten piedad de estos huesos que humillaste,
y has que las cosas se manifiesten lánguidas,
puras en su propia humedad,
como en un sueño se disipan
las letras de tu nombre.
MEDITACIÓN DEL CUERVO
A veces me persigue un cuervo.
Como a Poe, en su vuelo me dice nunca más,
toma mi carne por comida y consecuencia
y justo cuando pienso que se fue
lo miro enfrente,
graznando desde el fondo de un violín,
oteando con sus ojos este fuego.
Hay un cuervo en cada paso de mi vida.
Estuvieron ahí la vez que estuve enfermo,
se colaban en la sed de la morfina,
descansaban en los hombros de las monjas.
Estuvieron ahí cuando creí perderme
y la gente en la ciudad vestía con sus plumas,
brillaban contra el sol y me dejaban ciego.
Vi cuervos arrogantes en la tumba de mi madre
y en lugar de piedras,
sólo pude lanzarles
unas míseras palabras
que devoraron sin dejarlas caer.
Hubo cuervos cuando fui
hasta lo alto de una azotea
y pensé en las posibilidades del vacío.
También cuando fui feliz,
cuando reía hasta partirme el cráneo,
cuando dije amarlo todo
y lo escribí sobre la piedra.
Había un cuervo que rondaba en soledad
y sus garras me robaban la voz.
Ahora sé que no se irá
aunque finja dormir en estas horas altas,
en las que escucho sus latidos
más adentro del sueño.
Este cuervo ha envejecido junto a mí
y ya es tiempo de enterrarlo en la nieve;
abrirme con una tijera el corazón
y sacarlo de esta celda en la que ha estado preso,
donde día tras día compartimos agua y pan.
Juntos cantaremos nunca más;
y así la vida cumplirá sus promesas,
y así lo que ahora duele
no habrá dolido en vano.
UNA VOZ EN LAS AFUERAS
A veces quisiera tener una casa para huir de ella.
El hijo pródigo que llevo dentro así lo pide.
Que en el recuerdo no quede piedra sobre piedra
ni la extraña bendición de la tranquilidad.
Que todos nuestros pasos conduzcan a la errancia,
a la fábrica de corazones nómadas
que irá fraguando el tiempo.
Sólo el que se pierde conoce el valor del camino.
Sólo quien se fue de su casa
luchará con dolor por merecerla.
GARZAS
Las garzas huyen en dirección al sol al caer la tarde.
Pretenden retenerlo para siempre.
Vuelan en multitudes simultáneas
pues las sombras pronto
cubrirán estas praderas.
Persisten.
No preguntan.
Sólo vuelan y son breves.
Y aunque en su quieto tránsito
todo parece inútil
no me burlo de su ingenuidad.
Si yo fuera una garza
también volaría hacia la luz.
NOTAS AL PIE DE PÁGINA
Me siento a la mesa de trabajo.
Releo ciertos libros, me preparó un té
y trato de bosquejar algunas líneas
para finalizar mi más reciente poemario.
Los temas siguen siendo los mismos
de hace más de veinte siglos:
el amor, la muerte y el paso del tiempo;
lo mucho que cuesta hacer poesía
o el compromiso de ésta en el mundo exterior.
Mi editor dice que va bien,
que con suerte hasta podría ganar
un premio literario.
A como está la situación eso sería genial.
La casa necesita una mano de pintura
o quizás con eso podría comprarme
una motocicleta.
Sorbo un trago de té,
y guiándome por las líneas
de un poeta poco conocido en un país también desconocido
empiezo los primeros versos de lo que será
el último poema de mi libro.
La fuente de la pluma se desliza con fuerza.
Se me cae de la mano una metáfora.
Trato de mantener el ritmo
como un esquiador que desciende
en la levedad de la nieve.
Todo fluye hasta acabar el texto
y quedo roto en una esquina del estudio
como la sangre que brilla
en el traje de purísima y oro del torero.
Estoy a punto de llamar a mi editor
y escucho gritos, golpes, madrazos,
el ruido de una turba.
Justo frente a mi casa
el barrio está linchando
a cuatro tipos que asaltaron
a un taxista informal.
No pasa de los dieciocho años el mayor de ellos.
A uno lo dejaron totalmente desnudo,
su espalda es igual a la de un Cristo.
Otro tiene los ojos hinchados
y con su boca llena de sangre pide que lo perdonen.
La turba no da tregua.
Los otros dos se han guarecido en una casa
donde la policía trata de que salgan
pero el miedo a la gente común les sobrepasa.
Todos miran ahí afuera
y heme aquí, en medio de la calle,
con mi manuscrito y mi taza de té.
La poesía también sabe tomar la justicia por sus propias manos.
La gente se dispersa, cada quien, a su casa,
y vuelvo a mi mesa de trabajo.
Dejo el teléfono en su lugar
y pienso nuevamente en el poema,
en el amorlamuerteyelpasodeltiempo
y en lo mucho que diariamente mentimos los poetas,
esos buitres del papel.
Decido entonces comenzar una vez más,
y esta vez el mundo es real,
como el frío en mi taza de té,
como el miedo que se cuela
en las rendijas de mi casa,
como este temblor en las manos
al tratar de escribir sobre la vida.
EN DEFENSA DEL ZAPATO
Barman,
zapatos para todo el mundo
¡Yo pago!
César Young Núñez
Cuando se gasten mis zapatos,
cuando mis dedos se asomen por sus orificios
y las plantas de mis pies se sientan
más cerca de la tierra debido a lo débil de las suelas,
no los regalaré ni los echaré a la basura.
Seguiré usándolos como el primer día
hasta que se tornen grises o yo me torne gris,
y lo único reluciente, casi nuevo, sea el camino.
Juro que no enviudarán jamás estos zapatos;
que no envidiaré el brillo de los mocasines
en las tiendas de los centros comerciales.
Perfectos serán para mi paso
como dos perros fieles disecados,
curtidos por el sol y por la lluvia,
compañeros del barro y de los azulejos
donde un pequeño Dios tatuó sus huellas.
¿Acaso Dios no usó también zapatos?
No me lo imagino haciendo sus milagros,
caminando entre los corales de la playa,
en uno de sus templos,
u orinando junto a mí en el baño del bar
con los pies descalzos.
Ciertamente tuvo que haber tenido zapatos
y estaban más gastados y sucios que los míos.
Dicen que para humillarnos
la muerte nos obliga
a entrar descalzos en su reino.
Sin embargo, los hombres más recios que he conocido
murieron con las botas puestas:
Thoreau, Mandela, mi abuelo Mario
que no sabía escribir, pero hablaba en poesía,
pidió que lo enterraran con zapatos.
A veces tengo la seguridad
de que si salgo a la calle en medio de la noche
me lo encontraré caminando y me dirá:
El día que te sientas cansado
y decidas hacer una casa
hazla en forma de zapato.
-Poemas de El año de la necesidad (Ediciones Diputación de Salamanca; 2018. Nueva York Poetry Press; 2019) Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador 2018.