Volar dentro de tu propio cuerpo
(Versión al español de Sandra Toro)
Muerte de un hijo menor por ahogamiento
Él, que atravesó triunfal
el río peligroso de su nacimiento,
volvió a ponerse en camino
en viaje de exploración
hacia una tierra sobre la que floté
sin poder tocarla para reclamarle.
Sus pies resbalaron en la orilla
y se lo llevó la corriente, girando
en la crecida, mezclándose con el hielo y los árboles;
se zambulló en parajes remotos,
con la cabeza como una batisfera
y los ojos atravesados por burbujitas de vidrio.
Al acecho, aventurero insensato
en un paisaje más extraño que Urano
donde ya estuvimos todos y que algunos recuerdan.
Fue un accidente: el aire se cerró,
y él quedó colgado del río como un corazón.
Me devolvieron su cuerpo embarrado,
túmulo de mis planes y organigramas,
con palos y ganchos,
entre los empujones de los troncos.
Era primavera, el sol seguía brillando,
el pasto nuevo ganaba solidez,
mis manos relucían de detalles.
Después de un viaje tan largo, yo estaba cansada de las olas.
Mi pie tocó la piedra. Las velas soñadas
colapsaron, rotas.
Y lo planté en este país
como una bandera.
Una nena triste
Estás triste porque estás triste.
Es psicológico. Es la edad. Es químico.
Andá a ver a un psiquiatra o tomá una pastilla,
o abrazá tu tristeza como a una muñeca sin ojos
indispensable para dormir.
Y bueno, todos los chicos son tristes
pero algunos lo superan.
Llamate contenta. O, mejor todavía,
comprate un sombrero. Comprate un tapado o una mascota.
Levantate y bailá para olvidar.
¿Olvidar qué?
Tu tristeza, tu sombra
lo que sea que te hicieron
el día de la fiesta en el campo
cuando entraste toda roja de sol,
con la boca enfurruñada de azúcar
y tu vestido nuevo, el de la cinta,
con una mancha de helado
y te dijiste a vos misma en el baño:
no soy la preferida.
Querida, cuando
llegue el momento
y te falte la luz y la niebla irrumpa
y estés presa en tu cuerpo acostado
abajo de una sábana o de un coche que se incendia,
y de vos se escape la llama roja
y encienda el asfalto bajo tu cabeza,
o el suelo o la almohada,
ninguno de nosotros lo será
o lo seremos todos.
Hábitat
El matrimonio no es
una casa, ni siquiera una carpa
es anterior, y más frío:
el límite del bosque, el límite
del desierto
la escalera despintada
en el patio de atrás
donde nos sentábamos
comiendo pochoclo
el límite del glaciar que retrocede
donde con el dolor y el asombro
de haber llegado
tan lejos
estamos aprendiendo a encender la fogata
El resto
El resto de nosotros mira detrás de la valla
mientras la mujer avanza a paso desbocado
hacia su dolor como en una carrera en cámara lenta.
Vemos su cuerpo en movimiento
y no escuchamos sonidos, o los escuchamos
pero el idioma, no; o nos damos cuenta
de que no es un idioma que conozcamos,
por ahora. La podemos ver con claridad
aunque para ella sea correr entre humo negro.
Su racimo de células se inflama
como la avena hirviendo y estalla
como las uvas, pensamos. O pensamos en
las explosiones del barro, pero no sabemos nada.
Alrededor nuestro, los árboles
y la hierba iluminan con clemencia,
tan verdes y tan sanos
en esta época del año.
Quisiéramos gritarle algo.
Alentarla de algún modo.
Hay dolor, pero no se llega a nada.
La voz de la sombra
Mi sombra me preguntó:
¿qué te pasa?
¿La luna no es bastante
tibia para vos?
¿por qué necesitás
el abrigo de otro cuerpo
cuyo beso es moho?
Alrededor de las mesas de picnic
las manos de color rosa vivo sostenían sándwichesdes
migajados por la distancia. Las moscas
se arrastraban sobre la dulzura del instante
Vos sabés lo que hay en esas mantas
Afuera, los árboles se doblan bajo el peso
de los chicos que disparan sus armas.
Dejalos en paz. Juegan
sus propios juegos.
Te doy agua, te doy cortezas limpias
¿No hay suficientes palabras
flotando en tus venas
como para seguir?
Poema de la noche
No hay por qué tener miedo,
es nada más el viento
dando vuelta hacia el Este, nada más
que tu padre el trueno
tu madre la lluvia
en este país de agua
con su luna beige húmeda como un hongo,
sus troncos anegados y los pájaros largos
que nadan, donde el musgo crece
por toda la superficie de los árboles
y tu sombra no es tu sombra
sino tu reflejo,
tus padres verdaderos desaparecen
cuando la cortina se corre sobre tu puerta.
Somos los otros,
los de abajo del lago,
parados en silencio al lado de tu cama
con nuestras cabezas de oscuridad.
Vinimos a cubrirte
con lana roja,
con nuestras lágrimas y susurros distantes.
Te hamacás en los brazos de la lluvia,
en el arca helada de tu sueño,
mientras esperamos,
padre y madre nocturnos,
con las manos frías y una linterna apagada,
sabiendo que solo somos
las sombras vacilantes que una vela
arroja, en este eco
que treinta años después vas a escuchar.
Febrero*
Invierno. Tiempo de comer grasas
y mirar hockey. En las mañanas de peltre, el gato,
una salchicha de pelo negro con los ojos amarillos
de Houdini, salta a la cama y trata
de llegar hasta mi cabeza. Es su modo
de ver si estoy muerta o no.
Si no estoy muerta, quiere que lo rasque; si lo estoy,
algo se le ocurrirá. Se me instala
encima del pecho, exhalando su aliento
a carne eructada y sofás con moho,
ronroneando como una tabla de lavar. Algún otro gato,
al que todavía no castraron, roció la puerta del frente
y le declaró la guerra. Todo es cuestión de sexo y territorio,
que, a la larga, van a ser lo que
nos extermine. Algunos amos
cortarían uno que otro testículo. Si los sabios
homínidos fuéramos sensatos, lo haríamos también,
o nos comeríamos a los más jóvenes, como los tiburones.
Pero es el amor lo que nos mata. ¡Una y otra
vez, tira, y acierta! y el hambre
se agazapa entre las sábanas, emboscando al edredón
que late, y la sensación térmica abajo
llega a treinta, y la poluciónrebosa de las chimeneas para mantenernos abrigados.
Febrero, mes de la desesperación,
con un corazón ensartado en el medio.
Tengo pensamientos funestos, y lujuria por las papas fritas
rociadas con vinagre.
Gato, basta con tu cantinela insaciable
y el hoyito rosado de tu culo.
¡Sacámelo de la cara! Sos, casi casi,
el principio de la vida,
así que a ponerle
un poquito de optimismo.
Sacate de encima a la muerte. Celebrá el aumento.
Hacé que sea primavera.
* N. de la T.: el mes más frío del invierno en el hemisferio norte.
Volar dentro de tu propio cuerpo
Tus pulmones se llenan & se expanden,
alas de sangre rosa, y tus huesos
se vacían y se vuelven huecos.
Cuando inhalás, subís como un globo
y tu corazón también es liviano & enorme,
bate de puro gozo, de puro helio.
Los vientos blancos del sol soplan a través tuyo,
no hay nada abajo,
mirá el corazón, ahora, una joya ovalada
radiante y azul de amor.
Solamente en sueños podés hacerlo.
Al despertar, tu corazón es un puño que se agita,
un polvo fino bloquea el aire que inspirás;
el sol es un peso de cobre caliente que aplasta
la corteza pensá-en-rosa de tu cráneo.
Siempre es el momento justo antes del disparo.
Tratás & tratás de levantarte, y no podés.
Orfeo
Ibas delante de mí,
arrastrándome de vuelta
a la luz verde que una vez
tuvo colmillos y me mató.
Yo era obediente, pero
insensible, como un brazo
dormido; no fue elección mía
regresar a tiempo.
Para entonces, estaba acostumbrada a callarme.
Sin embargo, algo se tendía entre nosotros
como un susurro, una soga:
mi nombre antiguo, que tiraba fuerte.
Vos llevabas tu vieja correa,
que podría llamarse amor,
y tu voz carnal.
Delante de tus ojos tenías fija
la imagen en la que querías
que me convirtiese: viva otra vez.
Fue esa esperanza tuya lo que me hizo seguirte.
Yo era tu alucinación, oyente
y floral. Me cantabas
y ya se me iba formando una piel nueva
dentro de la mortaja luminosa
de mi otro cuerpo, ya
tenía las manos sucias y sed.
Lo único que podía ver era el contorno
de tu cabeza y tus hombros,
negros, contra la entrada de la cueva,
así que no pude verte la cara
para nada cuando te diste vuelta
a llamarme porque
me habías perdido. Lo último
que vi fue un óvalo oscuro.
Aunque sabía cuánto iba a dolerte
esa falta, tuve que
replegarme como una polilla y dejarte ir.
No podías creer que yo fuera algo más que tu eco.
Historias verdaderas
i
No preguntes por la historia verdadera,
¿Para qué la querés?
No es por donde yo empiezo
ni lo que llevo conmigo.
Ni con lo que navego,
un cuchillo, un fuego azul,
suerte, dos o tres palabras buenas
que todavía funcionan, y la marea.
ii
La historia verdadera se perdió
en el camino a la playa, es algo
que nunca tuve, esa maraña negra
de ramas bajo una luz cambiante,
mis pisadas borrosas
llenándose de agua
salada, este manojo
de huesos diminutos, esta cacería de lechuzas;
una luna, papeles abollados, una moneda,
el resplandor de un picnic viejo,
los huecos que los amantes
dejaron en la arena hace
cien años: ni idea.
iii
La historia verdadera está
entre las otras historias,
un lío de colores, como la ropa revuelta,
tirada o desparramada,
como los corazones sobre el mármol, como las sílabas
como las sobras del carnicero.
La historia verdadera es mezquina
y múltiple y falsa
después de todo. ¿Para qué
la querés? Nunca preguntes
por la historia verdadera.