Salto del ángel y otros textos
Rostro olmeca
Mi rostro no es el jaguar (aquél reúne en su piel, sin mezcla, el día y la noche). Observa en mi gesto el estrabismo del que busca más allá de la tristeza: de mí tendrás preguntas que alguien talló en lo duro Soy el punto en que el mar se vuelve tierra, y la tierra mujer: humedad donde se fundan algunas palabras
En suelo de agua me encontraste, mirando: verde cortina el laberinto que con llagas y machete comprendiste hasta mirarme, mas no ves: no es felina mi fiereza, la nostalgia en mi ceño. Insistes en creer que soy débil, que mis manos no nacieron para ordenar las grandes piedras. Me llamas negro, madre: ¿quién el testigo del amor que en mí fraguó la selva, cuerpo adentro? De tanto besar el agua y lo rugoso, mi labio se hinchó hasta ser volumen sagrado: en él los deseos todos y los dioses que desean, pues sólo en mí pueden
Ofidio reposo –no hay sonrisa en mi rostro pues sigo atento: hay el tiempo y su serpiente; espero su siguiente ondulación, el latido que presienta un sutil tamborileo en la lisura de los días
En mi aparente extravío mira, como en un reflejo, al hombre que penetra lo que el ojo alcanza hasta llegar a la otra orilla: allí la luz nace tras la piel que el día muda en su reptar entre la primera y última oscuridad. Atiende el canto del que deja a su paso el dolor de saberse finitud, apenas, brevedad entre los pétalos de una orquídea. Pregunta sin esperar respuesta, he ahí la felicidad del que pasea por los manglares y de pronto encuentra el mar. De mí tendrás sólo eso, la emoción de alguien que talló lo duro
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EL ABANDONO se dice en primera persona: en tu saliva palabras fósiles sobreviven a la desdicha de ser, como cualquier residuo. No sabrás si vienes o vas, si arriba o abajo: la ignominia no es cardinal en el despojo. Verás cómo tu piel es restregada igual que ropa sucia entre las piedras de la noche; bendice ese jirón, esa ceniza, porque será tu única esperanza: solo quien deja de ser, podrá ser de nuevo
El que se va pierde su silla en el banquete prometido. Lo hace con miedo pero fascinado, como quien intuye al dios en los paisajes agrestes Con la resignación de las ballenas que desertan el océano y encallan en su muerte, así la entrega del que se inmola en este designio y se retira
Anda entonces, canta esta consigna como quien frota dos maderos. Será plegaria de nacimiento si el amor permite
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Nosferatu
No por abjurar ante la cruz, ni el sabor de sangre ajena en la boca. No el recuerdo de miradas en el orgasmo del último suspiro, el punzón que recorre la médula hasta el cuello helado. Ni siquiera el sol y su aliento que se presume poderoso: tufillo que desprendería mi carne a su contacto, pero la luz que pretende anclarme a la tiniebla fresca no puede, y camino bajo el arco del día, espectro en pena. Ya no importa. Mirar el tiempo de frente, como a un igual, y con recelo contemplar su caricia en el moho que delinea las piedras del canal, los puentes y las muecas que poco a poco le aparecen al mosaico, al marco del retrato desvaído. A mí no me toca, pasa de largo. Nada palia la tristeza en la que fui bautizado, esas aguas. No es nada de esto. Ni saberse bestia: el hambre que se devora a sí misma sin saciarse: la sangre que no es vino; vino que no es agua; la mirada que no alcanza a penetrar la dura costra de este manantial seco; el calor del cuerpo que arde entre mis manos y no consume este ser lo mismo, carne animada sin propósito que traza unos cuantos signos. Soy lo que soy
dolor vuelto raíz y feroz alimento de una soledad de siglos. Contemplación de la desesperanza sin revés
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EL HAMBRE es demasiada y te encuentras indeciso ante el menú. Una lagaña te molesta, además, como los calambres sin sentido, te recuerda al tiempo que fluye y te desgasta: cínico. “¿Qué va a ordenar?”, dice un eco que se cuela entre la espuma de pensamientos donde chapoteas: “un poema”, te gustaría decir con certeza; un puente que una la soledad de ciudades separadas por el mar; el itinerario de un viaje irrepetible, tal vez; una o dos ideas que enciendan algo: pongan a arder los cadáveres de lo cotidiano, el sedimento de ser todos los días. “Unos camarones al mojo”, balbuceas. Sacas una libreta de papel rayado, cada línea es una posibilidad, crees, donde notas surjan del fondo y armonicen la nada. Pero no eres músico. Acaso el lenguaje intentas: imberbe mueves el hocico buscando mamar algo de la teta del mundo
Los intestinos no mienten, te han dicho: el hambre es siempre una señal
Patético, piensas, guardas la libreta. Una mano sin nombre sirve un plato que exuda un olor extraño. Comes con avidez
El ajo es prueba que entre el placer y lo intolerable hay sólo un diente
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El último tren
Acaso el silencio extendido en la estación, la cantidad inverosímil de adioses acumulados en los ojos, en las arrugas de las manos o la duda que infunden los que dicen entregarse prontos al miedo de no ser más que uno. ¿Cuál es? Escucho el paralelo rumor del hierro que anuncia el peso de la próxima presencia, ¿viene de donde no veo, o aún de la más cercana memoria? Entre la ilusión y el milagro apenas una línea de agua, una poca neblina donde siluetas se insinúan
En mi país los trenes son pocos, como la muerte demasiado largos. Sobre sí llevan el comercio de las cosas que no duran. Como el amor, que a estas alturas es una bestia conocida, bienvenida e impredecible: palabra que alimenta el movimiento del próximo viaje, el ánimo por el que esperan, los que fabulan, el paso de ese vehículo incierto. Si el amor nace de una metáfora, su Big-Bang en ella, también por metáfora el miedo, su raíz obstinada
Destinado a consumirse todo
No hay trenes, sólo cobardes. Últimos o primeros, el viaje continúa
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Salto del ángel (muere Antínoo)
A la entrada un pedazo de madera y un vivo en bronce con la leyenda “Inferi”. Jardín o selva, detrás se extiende lo que se ignora Un nombre en el centro de la frente, estigma y alfiler que todo une, gobierna, ejerce un comercio poderoso entre lo que fue, las grietas en la carne que acusan, y este anhelo en el pobre gesto de los ojos (todavía luz) que no escondo
¿Puede maltratarse la luz?
Me sé ansiedad de ser otra cosa. Una comezón en las piernas, como una luz roja, instintiva, me empuja a atravesar esta puerta sin muros ¿Qué es el descenso sino un difuminarse vapor entre las piedras? ¿Qué es la caída sino agua hecha aire, apenas humedad que el viento sopla? Soy el dios adolescente, bello como la tentación en el filo de un cuchillo: el que en la punta del deseo encontró la muerte y en ella el rostro de lo que no termina Seré por siempre tu amado en el mediodía de un recuerdo/ memoria encarnada en ti, que no perdonas
Hacia el abismo voy, cantando
Blanco en el vuelo, incorpóreo, me recuerdo mineral en la trama de la piedra. Al fin subo hasta el cielo de una mirada (esta que ves), ya cuerpo, mármol caliente: doble faro que recuerda, llama. A veces alguien acude
* Todos los poemas de esta muestra pertenecen al libro Fuego a voluntad (Instituto Municipal de Cultura de Toluca, 2018)- Premio Nacional de Poesía Horacio Zúñiga de los Juegos Florales Nacionales de Toluca 2017