No soy yo quien grita
Versiones al español del poeta cubano Fayad Jamís (1930-1988)
con la colaboración de András Simor, Mátyás Horányi y György Somlyó
Selección y notas de Albert Lázaro-Tinaut.
Poemas tomados del libro Poesías, de Attila József. Editorial Corvina, Budapest, 1967.
No soy yo quien grita
No soy yo quien grita: es la tierra que ruge.
¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡El diablo ha enloquecido!
Escóndete en el fondo limpio de los manantiales,
fúndete al cristal de la ventana,
ocúltate tras los fuegos de los diamantes,
bajo las piedras, entre los insectos,
escóndete en un pan recién salido del horno.
Oh, tú, pobre, mi pobre.
Con el fresco aguacero fíltrate en la tierra.
En vano hundes tu rostro en ti mismo,
solo podrás lavarlo en otro rostro.
Sé la delgada arista de una brizna
y serás más grande que el eje de este mundo.
Oh, máquinas, pájaros, frondas, estrellas,
nuestra estéril madre pide a gritos parir.
Querido amigo, cariñoso amigo.
ya sea terrible o maravilloso,
no soy yo quien grita, es la tierra que ruge.
Corazón puro
No tengo ni padre ni madre,
no tengo ni patria ni Dios,
no tengo ni cuna ni sudario,
no tengo ni sombra de amor.
Hace tres días que no como
siquiera un grano de frijol.
El poder de mis veinte años
se lo vendo al mejor postor.
Y si nadie quiere comprármelo
al diablo se lo venderé.
Robaré, puro el corazón,
y, si es preciso, mataré.
Seré atrapado y luego ahorcado.
La santa tierra me tendrá
y a mi precioso corazón
yerba fatal le crecerá.
Áron József me engendró
Áron József me engendró,
jabonero que en el mar
un día se fue a segar
yerbabuena, y no volvió.
Borcsa Pőcze me parió,
pero un terrible ciempiés
–el cáncer– vino después
y el vientre le devoró.
A la bella Luca amé
y ella no me respondió.
Ni un amigo me quedó
y en la sombra me alojé.
Desgracias, ¡ya se acabó!,
que dentro de mi alma están.
Solo, estúpido y sin pan
ya siempre viviré yo.
Dios es largo
Dios es largo, Dios es largo
pero muy corto el tocino.
El pobre es tan miserable
como un verdadero rico.
El pobre se inclina como
esos caminos del campo
por donde ruedan las niñas
a buscar leche al establo.
Dios es largo, largo y duro
el dios de los sacerdotes.
Y aun así el pobre quisiera
que atendiera a sus dolores.
Si consiguiera chorizos
y a su mujer darle ropa,
iría a ver muy contento
al dios de misericordia.
Si del cenit Dios mirara
la encrucijada del mundo,
el pobre siempre hallaría
en los terrenos más duros.
Pero si Dios ya ni puede
ayudar con sus ejércitos,
el pobre, aunque moribundo,
no irá a dormir en su seno.
Canción de cuna
El cielo cierra sus ojos azules.
La casa cierra todos sus ojillos.
El prado duerme sobre su edredón.
Ay, duérmete ya, duérmete, mi niño.
Sobre sus patas ponen la cabeza
y se duermen, igual que sus zumbidos,
suavemente, la avispa y el insecto.
Ay, duérmete ya, duérmete, mi niño.
El tranvía dormita dulcemente
con su velocidad, que se ha rendido,
mientras, en sueños, tintinea un poco.
Ay, duérmete ya, duérmete, mi niño.
Sobre la silla, mudo, el saco duerme,
su desgarrón también está dormido,
pero así ya no seguirá creciendo.
Ay, duérmete ya, duérmete, mi niño.
Duermen igual el bosque y la pelota,
duermen en paz los paseos y el pito.
El dulce caramelo también duerme.
Ay, duérmete ya, duérmete, mi niño.
La distancia será un día la tuya
como tus lindas bolitas de vidrio.
Te volverás gigante, pero duerme.
Ay, duérmete ya, duérmete, mi niño.
Llegarás a ser bombero, soldado
y pastor de los más feroces bichos.
Mira, tu mamá ya también se duerme.
Ay, duérmete ya, duérmete, mi niño.
Si tu alma, tu lógica
Si tu alma, tu lógica,
como un arroyo sobre piedras
fluye charlando
entre cosas y cielos,
palpita la vena, te trae la corriente,
entonces sí comprenderás:
ya no necesito la poesía ajena,
¡el poeta soy yo!
En mi jardín maduran
las hojas del tabaco.
La poesía es lógica,
pero no ciencia.
Al fin he encontrado a mi patria
Y bien, al fin he encontrado a mi patria,
a mi tierra en la cual, sin un error,
mi nombre escribiría sobre mí
si me enterrara el enterrador.
La tierra –una alcancía– me recibe.
Ya no se necesitan, ¡ay qué pena!,
aquellos cuatro o cinco centavitos
que nos fueron quedando de la guerra,
ni el anillo de hierro en que grabaron
tanta belleza: Tierra, Mundo Nuevo,
Derecho. Aún es guerrera nuestra ley
y los anillos de oro son más bellos.
Durante mucho tiempo estuve solo
pero después muchos se me acercaron.
“Estás solo”, decían, aunque hubiese
–de corazón– querido acompañarlos.
Así he vivido, vanamente, así.
Yo mismo puedo comprobarlo, pero
ahora sé que también mi mente es vana.
Igual que de un bufón de mí se rieron.
Desde mi nacimiento quise estar
en mi lugar, metido en la tormenta.
Es ridículo que yo no haya hecho
más daño del que a mí mismo me hicieran.
Hermosos son verano, primavera
y otoño, y el invierno es más hermoso
para el que anhela ver hogar, familia,
definitivamente para otros.