José Luis Ramírez Luengo

Consejos a Helena en su huida de Troya

 

 

 

 

 

CONSEJOS A HELENA EN SU HUIDA DE TROYA

 

Tal vez si pensaras que aquellos muros son otros,

que las llamas se divierten en palacios tan ajenos

y que el mar, por lejano,

es otro mar y no el tuyo.

O tal vez si la culpa no te atravesara el pecho

con la fuerza de un temblor o una tormenta,

y el furor inabarcable de alguna diosa distante

no te siguiera, constante, en esta noche de muerte.

O si el llanto de esos cuerpos que has amado

no te acorralara, al menos, exigiendo

un momento de piedad en tu carrera insaciable

que se extiende, enloquecida y confusa,

por la llanura troyana.

 

Tal vez entonces pudieras, desdichada

-Helena afortunada en tu desdicha-,

mirar hacia atrás un instante, un segundo

tan solo,

y a la luz azulada de tus lágrimas

descubrir que no todo es pesar en estas horas:

que en la tragedia de la ciudad que sucumbe,

en los despojos de un amor que te repugna

y que maldices mil veces, como maldices tu nombre,

también se contiene –suave, delicada, frágil–

la semilla portentosa de los himnos del poeta

que te esperaban gozosos desde el origen del tiempo

y que reclaman

como sonantes mareas,

sin que puedas ni siquiera presentirlo,

tu falla, tu tormento, tu carrera de esta noche

y la pertinaz memoria que eterniza tu destino.

 

 

 

 

CONSEJOS A TIBERIO A LA HORA DE ABANDONAR ROMA

 

No basta dejar Roma: deja todo.

Desdeña, hazme caso, una gloria tan falsa

que apenas se conforma de palabras

y de gestos que nada significan; las proezas

que a tantos otros seducen precipita

al pozo más profundo de tu pecho,

y abandona -mientras puedas- los deleites

que cada noche embriagado devoras

con la furia del volcán y la tormenta,

pero al cabo

estériles se muestran, sin saciarte

ni ese ardor insatisfecho de tu carne

ni ese oscuro crepitar de tu deseo.

 

Busca, mejor, el lugar que corresponde;

la isla, sí, que sin saberlo te espera:

allá donde el olivo nos deslumbra

quebrándose en jazmines y en espuma;

allá donde la luz se hace más sabia,

y el mar es más inmenso y más gozoso,

y el tiempo, con el peso del verano,

se agosta, y entre el calor agoniza;

esos parajes, en fin, donde Roma no se escucha,

y donde todo, Tiberio, se conjuga

para hacerte entender sin que lo sepas

que incluso la muerte, que tanto te asusta,

pudiera ser aquí, más generosa,

merecido descanso.

 

José Luis Ramírez Luengo Bilbao (España), 1977. Doctor en Filología Hispánica, trabaja como científico titular en el Consejo Superior de Investigaciones Científ ... LEER MÁS DEL AUTOR