Consejos a Helena en su huida de Troya
CONSEJOS A HELENA EN SU HUIDA DE TROYA
Tal vez si pensaras que aquellos muros son otros,
que las llamas se divierten en palacios tan ajenos
y que el mar, por lejano,
es otro mar y no el tuyo.
O tal vez si la culpa no te atravesara el pecho
con la fuerza de un temblor o una tormenta,
y el furor inabarcable de alguna diosa distante
no te siguiera, constante, en esta noche de muerte.
O si el llanto de esos cuerpos que has amado
no te acorralara, al menos, exigiendo
un momento de piedad en tu carrera insaciable
que se extiende, enloquecida y confusa,
por la llanura troyana.
Tal vez entonces pudieras, desdichada
-Helena afortunada en tu desdicha-,
mirar hacia atrás un instante, un segundo
tan solo,
y a la luz azulada de tus lágrimas
descubrir que no todo es pesar en estas horas:
que en la tragedia de la ciudad que sucumbe,
en los despojos de un amor que te repugna
y que maldices mil veces, como maldices tu nombre,
también se contiene –suave, delicada, frágil–
la semilla portentosa de los himnos del poeta
que te esperaban gozosos desde el origen del tiempo
y que reclaman
como sonantes mareas,
sin que puedas ni siquiera presentirlo,
tu falla, tu tormento, tu carrera de esta noche
y la pertinaz memoria que eterniza tu destino.
CONSEJOS A TIBERIO A LA HORA DE ABANDONAR ROMA
No basta dejar Roma: deja todo.
Desdeña, hazme caso, una gloria tan falsa
que apenas se conforma de palabras
y de gestos que nada significan; las proezas
que a tantos otros seducen precipita
al pozo más profundo de tu pecho,
y abandona -mientras puedas- los deleites
que cada noche embriagado devoras
con la furia del volcán y la tormenta,
pero al cabo
estériles se muestran, sin saciarte
ni ese ardor insatisfecho de tu carne
ni ese oscuro crepitar de tu deseo.
Busca, mejor, el lugar que corresponde;
la isla, sí, que sin saberlo te espera:
allá donde el olivo nos deslumbra
quebrándose en jazmines y en espuma;
allá donde la luz se hace más sabia,
y el mar es más inmenso y más gozoso,
y el tiempo, con el peso del verano,
se agosta, y entre el calor agoniza;
esos parajes, en fin, donde Roma no se escucha,
y donde todo, Tiberio, se conjuga
para hacerte entender sin que lo sepas
que incluso la muerte, que tanto te asusta,
pudiera ser aquí, más generosa,
merecido descanso.