Adriana Hoyos

Esa que canta hacia adentro:
resuena la música profunda del universo y de la creación

 

Por Luz Mary Giraldo*

 

Las dos primeras maneras de entrar en esta casa de poética están contenidas tanto en la música como en la imagen. Se trata de cantar, lo que significa ofrecer música con palabras, pero hacerlo desde y hacia adentro, es decir profundizar, extraer lo más hondo del pensamiento y la emoción. Ofrecer una vibración. En esta edición de Sílaba, la imagen de una mujer de espaldas mira al infinito, al otro extremo, al otro lado…

Se trata de hablar para adentro como una forma de revelación, hacerlo en el silencio y convocar al lector y a la escritura a lo más íntimo, al susurro que apenas silabea el desasosiego y la incógnita, a la memoria que evoca. Así mismo, llevar al lector a pensar en el poema y en la poesía, en la danza, en los músicos y en “la música que mana del universo”, esa música que es un violín que “suena al fondo enterrado entre telas crudas”. Sí, llevar paulatinamente a las poetas y los creadores entrañables y asumir la obsesión metafísica que se despliega en la escritura cuya antesala es la lectura. De esto trata este conjunto y entramado poético que busca ahondar en la existencia y su sentido.

Como una partitura, todo esto y mucho más anima este conjunto de poemas que hace estaciones en cada una de sus partes: “El pájaro, la memoria, el verbo”; “Amor es el centro del poema”; “El crepúsculo”; “El descenso de las lágrimas” y “Disolución”. El resultado es un verdadero poliedro en el que resuenan “las metáforas sin ánforas llenas de miel”. La totalidad: el movimiento del ser poético que se logra al escarbar y buscar en lo más oscuro, en el fondo, como dice la poeta uruguaya Ida Vitale cuando compara la creación poética con el “pájaro/ que espera para cantar/ a que la luz concluya (…)” y poco a poco se sumerge en el sentido del poema y de la palabra poética al afirmar: “inauguro en lo oscuro, / observo, escarbo en mí/ que soy lo más oscuro…”. No sobra recordar que Ida es una de las poetas con las que Adriana Hoyos establece vínculos creativos.

Precedido por un interesante prólogo analítico de Gabriel Saad, de la Universidad de Paris III, el conjunto asume la escritura desde una perspectiva “cifrada”, en la que refiere analogías y asociaciones sobre el sentido de la escritura poética misma como vuelo, danza y dibujo que recoge estancias de la vida. Es la palabra que nacida como reflexión y meditación teje la música y llena el vacío, la palabra que capta las sensaciones todas y constituye posibilidades de la voz femenina que juega con los mitos, los héroes y los dioses, y se detiene en mujeres que cifran y descifran, construyen y deconstruyen palabras que, como misma la vida, contienen el ser y el sentir poético como un ritmo y una modulación universal.

En una constante epifanía, el yo poético traduce el mundo, la noche, el vuelo de los pájaros que cantan “al unísono”, como dice en el primer poema, y como van a cantar juntas para ayudar a la construcción de un todo, las poetas convocadas en distintos fragmentos. Así mismo traduce la luz, el amor, la memoria, las derivas, los temas universales, y logra que el poema se abisme y sea “clamor y estremecimiento”, meditación y necesidad de asumir lo sagrado que puede revelar el misterio, morada del ser.

Una suerte de mística del cuerpo y de experiencia sagrada genera la palabra que logra sosegar el alma. Una mística que se revela en el Amor, con mayúscula, asumido como “luz poderosa”, como motor, pues se conjuga el amor y se convoca para el deseo del náufrago, se manifiesta como entrega, como llamado a esas mismas poetas que nutren y con quienes Adriana Hoyos establece un profundo encuentro, dije antes vínculo, es decir atadura profunda, un estar con la voz de la otra y ser en esa otra voz que es también la propia. Se trata de un diálogo de voces y de almas con las que logra no solo un entrecruce de versos sino de comunicación en ese hablar hondo. Son voces que “riegan el poema” y fortalecen la creación otorgándole un ámbito reflexivo en el que palabra y sonido se amalgama con el tiempo y el espacio. Ajmátova, Tsvetáieva, Pizarnik, Hildegarda von Bingen, Ingeborg Bachman, Santa Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz, Juana de Ibarbourou, Idea Vilariño, Ida Vitale, Blanca Varela, Sylvia Plath… son convocadas en epígrafes, invocadas por sus nombres, referidas en versos que caminan en cursivas entre los poemas, y son citadas en notas al final. Ese cruce intertextual contribuye a señalar el “linaje” de las “hermanas” que al unirse en la luz de la palabra, reflejan una profunda fraternidad: “Nuestro linaje levanta una voz única”, dice. No sólo se trata del juego de entretejerlas y glosarlas sino de conversar con ellas y descifrarlas en el mundo que resulta común, en el de la comunión, en una especie re religare, es decir religión. Desde una mirada borgiana, todas forman parte del Aleph, ese punto que contiene todos los puntos, igualmente, pudiéramos decir, es otra quien escribe el poema, en este caso todas juntas moran en el poema que alguien dirige o escribe.

Este libro que puede leerse no solo como un conjunto de poemas sino como un todo, trae referencias clásicas y bíblicas, lugares y personajes emblemáticos: La mujer de Lot, Alejandro Magno, Orfeo, Hermes, Eco, el Mar Muerto, Alejandría, Jordania… en fin, los que se entrecruzan también arraigadas sentencias con las que se establecen juegos bíblicos o religiosos: “tomad y bebed todos de él”, dice en un poema, en relación con el amor como común/unión y potencia vital: “el amor resucita…”. De esta manera el diálogo se amplía y los tiempos y los espacios incitan a lo universal de la palabra que lleva a sumergirse en el universo entero.

Esa que canta hacia adentro no encaja en la poesía de lirismo emocional ni afectivo, no es de señalamiento a la confusión y la oscuridad de los tiempos actuales. Es otra su búsqueda y su expresión, más metafísica, quizá, ofrece una travesía en la que al hacer estaciones en cada una de las partes se “hilvana la niebla”, mientras se deshace, se desvanece o se percibe “la futilidad de las cosas”, “los pasillos oscuros”. Por supuesto que caben allí espectros de la ciudad: teléfonos que suenan e interrumpen el silencio, luces led que relampaguean, la mirada a Chagall, a Leonardo, el teatro, “la ciudad del amor”, la de las risas, la de “la belleza del ritmo”, la de las pantallas, la de las ventanas… Lo visual mira hacia adentro.

Más allá de las imágenes, es poesía de pensamiento y de exploración de lo visible y lo invisible desde la “médula de las palabras que tejieron la música.” En uno de los poemas finales, la conjugación en pretérito imperfecto del verbo haber, “hubiera”, implica cierta duda, pues la incertidumbre es la marca de la búsqueda y de la necesidad de descifrar la identidad: “Hubiera sabido que me amabas/ Hubiera ardido en deseos impíos/ Hubiera aprendido a tocar jazz/”… y en un paseo o un paneo de posibilidades y deseos se detiene en la afirmación: “Reconstruyo mis fragmentos/ soy la suma de mí misma”, la suma que se asoma al vacío, como Orfeo, diría yo, y explora en las tinieblas, pero también asume la aventura del viaje que atraviesa “todos los mundos”, hasta morir en paz “en una sola y prolongada ola sonora/ Como deben morir los que sueñan con el Eco de la Palabra”. el concierto, entonces, se hace universal.

 

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*Luz Mary Giraldo (Ibagué, Colombia) es una poeta, ensayista, profesora de literatura latinoamericana y colombiana, autora de varias antologías de cuento.

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Adriana Hoyos Escritora, cineasta y gestora cultural colombo-española, nacida en Bogotá. Ha participado en encuentros internacionales de poesía en Colo ... LEER MÁS DEL AUTOR