

Presentamos tres textos del destacado autor guatemalteco.
Otto René Castillo
LOS FUSILADOS
Los llevaron lejos de la ciudad
y no volvieron a llorar sus ojos
sobre las grises calles de mi país;
ni volvió más la brisa a disolver
su frente contra los carceleros
ni el luto dobló más su cintura
en las pupilas claras del sol;
ni el andamio biológico del puño
se trepó de sombra.
Las calles, las casas, los sueños
los vieron pasar hacia la muerte
con la ternura flotando alegre
sobre sus sienes de floresta,
pero de cada rostro nacían pájaros
que buscaban el regazo de la aurora
llenándola de un no sé qué de amor
caído desde lo alto de una lágrima…
De pie marchaban, silvestres y humanos.
Amarrados, como el cabello de las mujeres
populares, salían al encuentro de la muerte
con una canción universal en la garganta
poblada de milpales soberbios. ¡Otra vez
la muerte amenazando, subiendo otra vez
las gotas del martirio hasta el aliento…!
Custodiándolos, los verdugos reían. Y bebían
la silenciosa integridad de sus jilgueros
con el mismo rostro de raíces castigadas,
con la misma estatura corta de la brisa,
con el mismo color de río sin afluentes
pero con diferente emoción y pensamiento
sobre el puño oloroso de los jardines…
Salieron de la ciudad a las doce
de la noche. Atrás, las luces decían
adiós con sus pupilas espigadas.
Atrás, la ciudad, sin alas, se quedaba
con los enamorados, su lecho y su sonrisa…
No volvieron más hacia las cárceles
porque hundieron sus raíces biológicas
en el mismísimo corazón del pueblo.
“¡Han matado! ¡Han matado
muchos obreros esta mañana!
-lo dice el pueblo llorando por boca
de sus paredes—.
“Fuera de la ciudad capital
esbirros del gobierno han matado
prisioneros políticos y apolíticos:
albañiles de una primavera que comienza.”
“¡Han matado! ¡Han matado hombres
que solían amar la salida del sol,
besar la semilla de la brisa,
acunar la caída del crepúsculo,
besar la frente de los hijos,
morir por la vida de una rosa,
pelear con la hoz por el pueblo,
levantar el martillo por la vida,
amar al pobre sobre todas las cosas
y pelear por su futuro con los dientes.”
Los llevaron lejos de la ciudad
y dejaron sus sienes floreciendo
orgullosos maizales, eternizados
estarán ahora debajo de la tierra
soportando con sus hombros inmensos
todo el futuro del mundo…
REVOLUCIÓN
Los que no ven
nos dicen ciegos,
pero tú nos has enseñado
a ver el color
del tiempo que viene.
Los que no oyen
nos dicen sordos,
pero tú nos has enseñado
a escuchar en todas partes
el ágil sonido
de la ternura humana.
Los cobardes nos dicen cobardes,
pero contigo nos enfrentamos
a las sombras
y les cambiamos el rostro.
Los criminales nos dicen criminales,
pero contigo revivimos la esperanza,
le marcamos el alto al crimen,
a la prostitución, al hambre.
Y le ponemos ojos,
Voz,
oídos,
alma,
al corazón del hombre.
Los racistas nos dicen antihumanos,
pero contigo le damos al odio
su tumba mundial
en la ciudad de los abrazos.
Nos dicen tantas cosas.
Y los que las pronuncian
olvidan,
estúpidos que son,
que sus nietos amarán mañana jubilosamente
la palabra estrellada
de tu nombre: revolución.
ORACIÓN POR EL ALMA DE LA PATRIA
¡Que los pueblos tengan paz,
mucha paz, y sean felices!
Popol Vuh
Hundo mis manos en la tierra
y las semillas se me escapan
como ágiles lágrimas del campo.
Beso el arcilloso paraninfo
de los surcos hinchados de rocío
y el beso busca el viento floral
para encender su golondrina herida
en la pupila sensual de las estrellas.
Uno mi sangre con la tierra fresca,
para agrupar la resonancia de mi cuerpo
en el futuro azul de las palabras.
Hundo mi corazón en medio de la tierra
y por las milpas despliego sus hazañas
cuando crece pleno de cortesías
cereales, de puras y altas cortesías
cereales sostenidas por el vuelo
que persigo desde siempre, cantando
desde siempre, luchando desde siempre
porque cambie el mundo su tristeza
por una simple cascada de alegría,
por un destello de amor,
por una rosa de palabras
dulces y de dulces pupilas.
Sabemos todos que la tierra
es ancha y eternamente nueva.
Sabemos que es tan ancha
como las caderas
de la cosecha más extensa.
Y sabemos todos
que un sol íntimo
alumbra el nacimiento
de los frutos y las flores.
Y que una fuerza ciega
empuja los colores y las hojas
hacia la mano transparente
de los vientos.
Pero sabed,
sabed bien que nadie ríe
en medio de las flores y los surcos,
sabed bien que ninguno
alza su alegría con las plantas,
sabed bien que nadie apoya el canto de los
pájaros
ni la mirada azul de las mareas.
Pero sabed,
sabed bien que ninguno
cuando canta anda tranquilo,
como el gorrión o como el trino
de los vientos, en la garganta
vegetal y verde de los pinos,
sabed bien que nadie
dialoga ya con el crepúsculo
y con el beso estrellado de la noche.
Sabed bien que ninguno
talla los siglos en la roca dura
ni cuenta más el paso de la luna,
sabed bien que nadie
habla ya con los volcanes y las piedras,
porque sus altos templos
están cayéndoles al alma
sin que los astros lo sepan
sin que lo sepan las montañas
ni el gesto azul de las bahías!
Amemos, sin embargo,
los dulces hombros de la tierra
pongamos nuestro oído milenario
en el pecho de clorofila de la selva
y aprendamos el lenguaje de los árboles,
volvamos nuestros pasos
hasta la primera semilla cultivada
y dejemos impreso nuestro canto
en su cotiledón sonoro.
Amemos, sin embargo,
campesinos callados de mi patria,
dioses multiplicados por el hambre,
vocativos ejemplos de la hoguera maya,
amemos, a pesar de todo,
la redonda emoción de nuestro barro,
porque mañana, campesinos mayas,
nietos del maíz, abuelos de mis manos,
la pureza perfumada de la tierra
será para vosotros
el puñado de polen
que siempre estuvo al acecho
de volcarse en vuestras vidas
y en la celeste huella del viento,
que se levantará del puro amor
para salvar el alma de la tierra!