Mihail Eminescu. Venus y Madona

 

Presentamos tres textos del legendario autor rumano en la versión de Rafael Alberti y María Teresa León.

 

 

 

 

Mihail Eminescu

 

 

 

LA ORACIÓN DE UN DACIO

Cuando aún no existían ni muertos ni inmortales
ni manantial había ni almendra de la luz,
ni nacido mañana, ni hoy ni luego ni siempre,
porque todas las cosas eran tan sólo una;
cuando la tierra, el cielo, el aire y este mundo
estaban en el número de lo que no existía,
entonces Tú eras solo, por eso me pregunto:
¿A qué Dios entregamos, humilde, el corazón?

Él sólo ya existía primero que otros dioses
y del profundo océano dio las fuerzas al rayo,
a los dioses el alma, a los hombres la dicha,
y es para los humanos manantial de salud.
¡Levantad vuestro coro! ¡Glorificadle en cantos
al que es fin de la muerte, resurrección y vida!

Para que la luz viera, Él me ha dado los ojos
y me ha llenado el alma de la suma piedad.
Puedo escuchar su paso entre el clamor del viento
y en una voz que canta reconocer su voz.
Más siempre le mendigo algo de añadidura:
¡Que me permita entrar en el reposo eterno!

Que maldiga a quien piense tener piedad de mí,
que bendiga clemente a quien me está oprimiendo,
que escuche complacido a quien de mí se burle
y dé fuerzas al brazo que querría matarme,
permitiendo que triunfe sobre todos los otros
el malvado que quite hasta el pan de mi boca.

Rechazado por todos atravieso los años,
hasta que ya sin lágrimas vea secos mis ojos.
Cuando todos los hombres se yergan enemigos,
cuando yo no consiga casi reconocerme,
cuando los sufrimientos mi bondad petrifiquen
y llegue a maldecir la madre que he adorado,
cuando la ira cruel me parezca el amor…
el dolor olvidando, ya me podré morir.

Y si extranjero muero fuera de ley, entonces
este indigno cadáver tiradlo en la calleja,
y yo te ruego, Padre, desde el premio más alto
a quien mande a los perros rasgar mi corazón.
Y si alguien me apedrea golpeándome el rostro,
¡dale la vida eterna, Señor, tenle piedad!

Sólo de esta manera, Padre, te daré gracias
por la dicha que tuve de vivir en el mundo.
Para pedirte bienes no doblé la rodilla,
para la maldición quisiera conmoverte
y sentir que a tu soplo mi aliento se evapora
y en la extinción eterna me diluyo sin rastro.

 

 

VENUS Y MADONA

Ideal ido en la noche de un mundo que ya no existe,
mundo que pensaba en cuentos y que hablaba en Poesía
¡oh te veo, pienso y oigo, joven y tierno mensaje
de un cielo con otros astros, paraísos y otros dioses!
Venus, blanco mármol cálido, ojo de piedra que brilla,
blandos brazos como un rey poeta hubiera soñado,
tú divinizaste un día la gracia de la mujer,
de la mujer que yo sigo viendo cada vez más bella.

Rafael, entre los sueños de su noche constelada,
alma ebria de esplendores y de eternas primaveras,
te vio y soñó en paraísos y embalsamados jardines,
te vio reinando sobre ellos, soberana de los ángeles.

Y sobre el lienzo desnudo creó a la Virgen Divina
con su diadema de estrellas, su sonrisa virginal,
pálido rostro cercado de rayos rubios, angélica
imagen, pues la mujer es figura de los ángeles.

Así yo, hundido en la noche de mi vida de poeta,
te he visto, mujer estéril, mujer sin llama ni fuego,
y te he transformado en ángel, dulce como un día claro
de los que oscura vida a nuestra dicha concede.

Yo he visto tu rostro lívido por una embriaguez malsana,
tus labios amoratados por los mordiscos del vicio
y eché en ti, cruel, el velo blanco de la poesía
y presté a tu palidez el rayo de la inocencia.
Te di las pálidas luces que cercan mágicamente
la frente del ángel-genio y del ángel poesía.
De un demonio hice una santa, de una carcajada, música,
y de tus miradas sucias la mirada de la aurora.

Mas hoy, cruel, cayó el velo. Desembriagada de sueños,
mi frente se aclara bajo tus labios fríos, helados
y te contemplo, demonio, y mi amor, ceniza yerta,
me enseña a considerarte con un profundo desprecio.

Ya me apareces como una bacante que hubiera hurtado
de la frente de una virgen el mirto de su martirio,
de una virgen con el alma santa como una plegaria
mientras tiene el corazón lleno de espasmo y locura.

Y así como Rafael creó a la Virgen Divina,
con su diadema de estrellas, su sonrisa virginal,
yo hice para mí una diosa de una mujer ya marchita,
de corazón frío, estéril, de alma llena de veneno,
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿Lloras, niña? ¿Una mirada humedecida de llanto
pretende romper de nuevo un corazón dolorido?
A tus pies caigo y suplico a tus ojos, mar profundo,
y les imploro perdón, mientras te beso la mano.

Enjuga tus ojos, calla. La acusación fue cruel,
fue cruel, injusta, dura, sin causa ni fundamento.
¡Alma!, aunque fueses demonio, eres santa por amor,
y yo adoro a este demonio rubio de los ojos grandes.

 

 

SEPARACIÓN

¿Pedirte yo un recuerdo para que no te olvide?
Sólo a ti te quisiera, mas no te perteneces;
ni esa flor ya sin vida entre tu pelo rubio,
pues que sólo deseo que me eches al olvido.

¿De qué sirve sentir la dicha ya apagada,
que no se extingue y sigue igual eternamente?
El mismo río canta con diferentes ondas:
¿de qué puede servir la persistente pena
si a través de este mundo está escrito pasamos
cual sueño de una sombra y sombra de un ensueño?
¿Para qué preocuparte de mí más adelante?
¿Por qué contar los años que vuelan con los muertos?
Lo mismo da que muera hoy día que mañana,
ya que borrar deseo el rastro de mi paso,
ya que quiero que olvides nuestro sueño feliz.
No vuelvas, vida mía, a los años pasados,
en una sombra negra queda desvanecida,
como si jamás juntos hubiésemos estado,
como si aquellos años de amor se vaciasen.
¿De tanto haberte amado me podrás perdonar?
Déjame entre extranjeros la cara contra el muro,
que en mis ojos se hiele la luz de mis pupilas,
y así, cuando este barro a la tierra retorne,
¿quién sabrá ya quién soy, quién ya de dónde vengo?
y mis lamentaciones, atravesando el muro,
pedirán para mí el eterno reposo.
Sólo desearía que alguien cerca de mí
pronunciase tu nombre sobre mis ojos ciegos,
y después -si así quieren- que me echen al camino…
Más dicha yo tendré que la que tengo ahora.
Del horizonte llega la bandada de cuervos,
oscureciendo el cielo sobre mis turbios ojos;
que la tormenta estalle sobre el haz de la tierra,
mi barro al polvo vuelva, mi corazón, al viento…

Pero tú sigue en flor como luna de abril,
con tus ojos violeta, tu sonrisa de niña,
pues aunque seas joven siempre lo serás más,
pero no me recuerdes, pues de mí yo me olvido.