Los elegidos y otros textos
El peregrino
Y le queda una hoja marchita
que tiembla. Y el viento sopla.
Y el peregrino, encorvado
sobre su vida inmóvil, parece que
ahora se mueva, por su camino.
-Giovanni Pascoli-
Esta mañana
fui a despojarme al río Brenta.
Coloqué cenizas en mis brazos,
me senté en los bordes de las piedras,
recogí peonías,
temores, tormentas.
Recé para aclarar mis penas.
En mis manos crecían
valles de nardos silvestres,
el atardecer en las estacas de San Pedro.
Al fondo escuché
la voz débil de un anciano.
Caminaba con un poco de frío en los pies
en compañía de la muerte.
Veía su casa, el jardín,
se despedía de sus padres todo el tiempo.
El peregrino se sumergió en el río
para contar los peces, la tenue luz,
las plegarias de sus latidos al evaporarse.
Al poco tiempo
el aire se hizo estrecho.
Levedad
Piernas entrelazadas en un sueño.
¿Quién conoce
las sábanas de un muerto,
el alivio del agua,
su mano arrugada en la angustia?
¿Quién siente el escalofrío en su cuello?
Una madrugada de lluvia,
cuando los pájaros cantan despacio
nuestros nombres,
sentimos la seguridad de tocar el vacío,
palpar lo desconocido
bajo el temblor de las horas.
En ese instante,
los fantasmas de Chagall
vuelan por la ciudad.
La boca seca
te anuncia.
Santa María del Lirio
Cubro mi frente
con un pañuelo de seda blanco.
El óleo agrieta el lienzo,
el altar de mármol caliente por la cera.
La levedad de la cúpula en el cielo
dibuja la línea curva e infinita de Dios.
Al regreso, el viento helado
aprisiona las ánimas que reposan
en las lápidas.
Ofrecemos un puñado de azufre
y nos vamos en silencio.
La casa del viento
La casa de mi madre
aún no tiene nombre.
¿Cómo aprenderé a rezar?
¿A quién le ofrezco el dolor de cabeza?
Canto descalza,
repito secretos a los santos,
enciendo velas expuestas al amanecer,
atravieso la humedad de la vigilia,
el olor del milagro.
Coloco una taza de café sobre la mesa.
Observo
cómo la luz de su rostro
mueve las sábanas,
alivia mi cuerpo.
Plaza San Marcos
¿Dónde están la plaza,
el jardín,
los quioscos,
las esquinas en el cielo?
¿Por qué recoges el trigo,
los nardos silvestres,
los hilos dorados,
las estampillas extrañas?
¿Por qué sólo te puedo ver de lado?
A las seis de la tarde
la neblina confunde tu rostro.
Un santo impide el paso a los vivos.
Un hombre de camisa azul
con la mirada fija en la cesta,
intenta respirar la fatiga
en lo hondo de la madrugada.
Retorno
Es el avión de retorno
el que nos acerca al cielo.
Aquí nadamos como los peces:
un grito escucha y ofrece la voz.
Es el latido cómplice
que anula el peso.
La ventanilla ilumina el mundo de los muertos,
las nubes descubren el silencio.
El destino
es una línea recta llena de espuma.
Día de San José
Padre
estoy en el país de tu infancia,
en el frío,
en el idioma de tu niebla
con el vapor de las ráfagas de los trenes.
Camino con las manos arrugadas
cerca del río.
Te escucho
correr en las calles
entre cimientos de oro,
navegar sobre el arroyo,
apartar la nieve de la cima.
Si sólo me pudieras
acompañar en el sofá,
tocar los hombros,
dar una lámpara
para iluminar los rieles de regreso.
Entonces podría cerrar los puños,
y caminar más rápido
hasta entrar en la estación.
Padre
dame un poco de tu trigo,
déjame ver tus pies.
(De CAMPOCROCE, 2008)
Los Elegidos
Los Elegidos
conocen la hora en que danzan las espigas,
el rostro del viento,
el de las fieras.
Hace tiempo descubrieron
el lugar donde reposa la vida,
la música de Vivaldi
durante los días de carnaval.
Ellos van a los circos
pero se protegen de los trapecistas,
de las sombras.
Los ángeles los amparan:
ellos vuelan de noche
nadie los ve.
Cuando están ausentes
una llama blanca los sostiene
y los lleva hasta el cielo.
La muerte es tibia para los Elegidos.
Suben despacio las escaleras
y soplan el vértice de las nubes.
Los Elegidos viajan sin cuerpo.
Alma de fuego
Sólo la luz nos puede dejar ciegos:
es la respiración que nos une
en la gran batalla
donde el único e intocable gesto
enciende el silencio.
Tocar la corriente
entre la distancia y el límite
es la confusión del fuego
es ver caer la fatiga en los brazos.
Sentirte en la otra mitad de la marea
cuando el humo está calmado
es enfrentar cada viaje
con las cenizas que caen
un poco a la vez
en la incisión plateada.
Esta noche
derretidas las velas,
no habrán más sábanas
para cubrirte del frío.
Todo lo he quemado para curar nuestra sed.
Paraíso
Atentos en el agua,
las puertas de bronce se abren
sobre cimientos de oro.
Al entrar
hay una luz menguante,
una fuente de cuarzo
rendijas de plata.
Al fondo del pasillo
esperamos en vigilia
las tres centellas sagradas del horizonte.
En el Paraíso
observamos las dunas del desierto,
la gota a gota
de una cascada.
Ébano
Escucha el cuarteto de ébano,
aspira en el viento,
las semillas que se esparcen
en el amparo de las montañas:
regresa al Monte Bérico
con el gesto incontenible de los mudos.
A través de un instrumento
descifrarás la melodía,
escucharás el ritmo del contrabajo,
las cuerdas gruesas entre los trastes.
Contigo circundaré el lago
y el eco de la luz
en el sueño
que te ayudará a cruzar el infinito.
Vía Appia
Inquiero en los rumores
voces de ángeles…
-Enriqueta Arvelo Larriva-
En la noche un ángel
se apareció en el Foro Romano,
me contaba que la fuerza del viento
traspasaba cada ruina.
Me guio hasta una gruta.
En la roca,
dibujado con el hollín de una vela,
observé su rostro por primera vez
su voz intacta
sola en los siglos.
El ángel
con un fino silencio
no tenía más luz en sus dedos.
Las sombras se acercaban.
Hagit Murat*
La partida es muy larga
cuando se hace por mar.
Un breve sonido despertaba a Hagit Murat.
Eran las olas que combatían
sin ver al enemigo.
La fuerte brisa.
guiará la nave,
la depositará en el coral.
(De LOS ELEGIDOS, 2013)
*Nombre de batalla de mi abuelo, un partisano emigrante.