El nuevo mundo
El NUEVO MUNDO
A mi generación, a la que fue entregada un mundo en llamas.
Me encuentro en la supuesta luz suprema de mis días,
rodeada de un paraíso pretendido que no pedí,
los animales me miran con un recelo viejo.
¿Qué puede la culpa con quien nada sabe?
Si la culpa es herencia,
habré de compartirla con Adán
que pasa sus días remotos
contando sus costillas
frente a la laguna de los peces köi,
infestado de un aire melancólico,
una pérdida desconocida.
Distante, viciado entre dos aguas.
Me acerco a él, siempre
irremediablemente, me acerco a él
y reconozco esta mudanza
permanente en su mirada.
Sus ojos me observan buscando
lunares que no tengo,
cabellos lisos que no hay
y heridas de guerras que no viví.
¿Es acaso que soy sólo la que no fui?
Debo recordar un mundo
que mis ojos jamás vieron.
Cuando uno es nuevo, como niño,
todo lo que se vive es tan intenso que la duda
convierte el pensamiento en fuego:
un fuego que, en su afán por entender,
sería capaz de incendiar el mundo.
Una voz se cuela en mi cabeza:
— ¿Es tuya esa peineta?,
me parece haberla visto en otra mujer
más estrecha y más feroz
que caminó por esta tierra.
Y la voz que no se quiebra:
— Recuéstate bajo esta sombra.
Toda esta tarde hemos pasado recontando,
como Adán, pequeños objetos que desconozco.
Y el derecho, esa palabra, distante en el tiempo
se figura entre las posibilidades de mi boca,
se cuela cual deseo entre mis manos.
— Pregunta. Ordena.
Llegamos sólo para descubrir
que el mundo no nació con nosotros.
¿Quién vivió antes aquí?
La voz revela mi memoria:
sus palabras se han colado en mi cabeza
como un veneno lleno de luz o de su promesa.
No puedo volver a no pensar.
Y entonces ¿el silencio?
Vivo con este hombre del que soy,
con el cuerpo sé: mi carne está poblada de su carne.
Mi herencia: la vergüenza y el rencor.
— ¿Estoy mudando este hogar?
Pregunto a la serpiente convertida
en la única fuente de veracidad.
— La mudanza es el único estado permanente de las cosas.
Ha susurrado en mis oídos debajo del manzano.
VOY BUSCANDO EL MAR
Acapulco, Guerrero, México Poema inédito
Voy buscando el mar
ese perpetuo azul retorno
donde soñé de niña.
Vuelvo entonces ¿vuelvo?
y no soy niña.
Ahora oculto
en mi cuerpo
un cuenco,
donde alguna vez vivió
un sueño náufrago
de nuestra carne.
He avanzado en esta ilusa tarde,
ni un grano de esta sal me reconoce.
Caminé con plantas suaves
por esta orilla
pero era otra,
ondeaba entonces una bandera
fulgurante y el mar guardaba
el rencor con que azotó esta playa.
Me llamaba entonces
con el nombre de mi madre,
era sólo sombra desterrada
al sueño de la muerte.
Me abrasé al tiempo
y esta sal curtió otro cuerpo.
Por mi carne viajan versos inservibles
como rezos con que tejí esa herida.
¿Acaso, mar, te perdí mientras soñaba?
Avanzo por la noche rodeada de fantasmas
y reconozco la añoranza de esta playa
quemando en mi memoria.
Tanto quiebra la ola que con ira choca
sobre el litoral que lo transforma.
Ya no podrán mis brazos
dibujar siquiera el contorno en que nadaba.
ARCANA
Sigo este espinoso camino de manzanas,
una atrofiadura nerviosa controla mi esqueleto.
Al fondo de este pasillo oscuro en mi memoria
dos niños desnudos se miran de frente: están llorando.
Al centro una gran carpa, una iglesia oscura,
pisos de ajedrez y recordatorios como torres
donde se profanaron todas sus promesas.
Un ropón lleno de sangre,
un vestido blanco en llamas,
secretos girando en un caldero
Una cadena: la herencia que atraviesa esta mirada,
como un rayo poblado de vergüenza,
está sonando, está vibrando
en su atributo de enlace y de condena.
En las manos de la niña:
dos argollas, dos gatos negros como presagio
y un ramo de rosas blancas.
CANTO A LA LUZ
I
Y así nada en el universo habrá de encontrarse a solas.
Todo está respondiendo
nada es por sí solo,
todo existe por contraste.
La convencida imagen:
sólo otra respuesta,
territorios de la luz,
condición de la mirada.
Pupila y luz se reconocen
en su eterno espejo de sentido.
Todo existe porque se combina.
Somos todos
por contacto
con los todos.
La misma luz viajando a solas,
sin materia que responda:
territorio virgen que ningunos ojos vieron,
fantasma necesario
que ha poblado
nuestros cuerpos
para despertarlos,
respuesta condicionada, permanente,
Dios que me diluye y mezcla,
ojo creador que me ha mirado.
Agua imprudente que se ha colado
por el universo, pretendiendo hincharlo, para verlo,
calor que enciende o incinera,
luz que en su deseo
de observar lo que toca
calcina el cuerpo que ama.
Madre de todo lo que veo.