Olivia Oropeza

El nuevo mundo

 

 

 

 

 

El NUEVO MUNDO

 

A mi generación, a la que fue entregada un mundo en llamas.

 

Me encuentro en la supuesta luz suprema de mis días,

rodeada de un paraíso pretendido que no pedí,

los animales me miran con un recelo viejo.

 

¿Qué puede la culpa con quien nada sabe?

 

Si la culpa es herencia,

habré de compartirla con Adán

que pasa sus días remotos

contando sus costillas

 

frente a la laguna de los peces köi,

infestado de un aire melancólico,

una pérdida desconocida.

 

Distante, viciado entre dos aguas.

 

Me acerco a él, siempre

irremediablemente, me acerco a él

y reconozco esta mudanza

permanente en su mirada.

 

Sus ojos me observan buscando

lunares que no tengo,

cabellos lisos que no hay

y heridas de guerras que no viví.

 

¿Es acaso que soy sólo la que no fui?

 

Debo recordar un mundo

que mis ojos jamás vieron.

 

Cuando uno es nuevo, como niño,

todo lo que se vive es tan intenso que la duda

convierte el pensamiento en fuego:

 

un fuego que, en su afán por entender,

sería capaz de incendiar el mundo.

 

Una voz se cuela en mi cabeza:

 

— ¿Es tuya esa peineta?,

me parece haberla visto en otra mujer

más estrecha y más feroz

que caminó por esta tierra.

 

Y la voz que no se quiebra:

 

— Recuéstate bajo esta sombra.

 

Toda esta tarde hemos pasado recontando,

como Adán, pequeños objetos que desconozco.

 

Y el derecho, esa palabra, distante en el tiempo

se figura entre las posibilidades de mi boca,

se cuela cual deseo entre mis manos.

 

— Pregunta. Ordena.

 

Llegamos sólo para descubrir

que el mundo no nació con nosotros.

 

¿Quién vivió antes aquí?

 

La voz revela mi memoria:

sus palabras se han colado en mi cabeza

como un veneno lleno de luz o de su promesa.

 

No puedo volver a no pensar.

 

Y entonces ¿el silencio?

 

Vivo con este hombre del que soy,

con el cuerpo sé: mi carne está poblada de su carne.

Mi herencia: la vergüenza y el rencor.

 

— ¿Estoy mudando este hogar?

Pregunto a la serpiente convertida

en la única fuente de veracidad.

 

— La mudanza es el único estado permanente de las cosas.

 

Ha susurrado en mis oídos debajo del manzano.

 

 

 

 

VOY BUSCANDO EL MAR

Acapulco, Guerrero, México Poema inédito

 

Voy buscando el mar

ese perpetuo azul retorno

donde soñé de niña.

 

Vuelvo entonces ¿vuelvo?

y no soy niña.

 

Ahora oculto

en mi cuerpo

un cuenco,

 

donde alguna vez vivió

un sueño náufrago

de nuestra carne.

 

He avanzado en esta ilusa tarde,

ni un grano de esta sal me reconoce.

 

Caminé con plantas suaves

por esta orilla

pero era otra,

 

ondeaba entonces una bandera

fulgurante y el mar guardaba

el rencor con que azotó esta playa.

 

Me llamaba entonces

con el nombre de mi madre,

 

era sólo sombra desterrada

al sueño de la muerte.

Me abrasé al tiempo

 

y esta sal curtió otro cuerpo.

Por mi carne viajan versos inservibles

como rezos con que tejí esa herida.

 

¿Acaso, mar, te perdí mientras soñaba?

 

Avanzo por la noche rodeada de fantasmas

y reconozco la añoranza de esta playa

quemando en mi memoria.

 

Tanto quiebra la ola que con ira choca

sobre el litoral que lo transforma.

 

Ya no podrán mis brazos

dibujar siquiera el contorno en que nadaba.

 

 

 

 

ARCANA

 

Sigo este espinoso camino de manzanas,

una atrofiadura nerviosa controla mi esqueleto.

 

Al fondo de este pasillo oscuro en mi memoria

dos niños desnudos se miran de frente: están llorando.

 

Al centro una gran carpa, una iglesia oscura,

pisos de ajedrez y recordatorios como torres

donde se profanaron todas sus promesas.

 

Un ropón lleno de sangre,

un vestido blanco en llamas,

secretos girando en un caldero

 

Una cadena: la herencia que atraviesa esta mirada,

como un rayo poblado de vergüenza,

está sonando, está vibrando

en su atributo de enlace y de condena.

 

En las manos de la niña:

dos argollas, dos gatos negros como presagio

y un ramo de rosas blancas.

 

 

 

 

CANTO A LA LUZ

 

I

 

Y así nada en el universo habrá de encontrarse a solas.

 

Todo está respondiendo

nada es por sí solo,

todo existe por contraste.

 

La convencida imagen:

sólo otra respuesta,

territorios de la luz,

condición de la mirada.

 

Pupila y luz se reconocen

en su eterno espejo de sentido.

 

Todo existe porque se combina.

 

Somos todos

por contacto

con los todos.

 

La misma luz viajando a solas,

sin materia que responda:

territorio virgen que ningunos ojos vieron,

 

fantasma necesario

que ha poblado

nuestros cuerpos

para despertarlos,

 

respuesta condicionada, permanente,

Dios que me diluye y mezcla,

ojo creador que me ha mirado.

 

Agua imprudente que se ha colado

por el universo, pretendiendo hincharlo, para verlo,

 

calor que enciende o incinera,

luz que en su deseo

de observar lo que toca

calcina el cuerpo que ama.

 

Madre de todo lo que veo.

 

Olivia Oropeza (México, 1997). Artista multidisciplinaria. “Nacida Sombra” (2023) es su primera colección de poemas y el resumen de sus preocupacione ... LEER MÁS DEL AUTOR