Ana Antillón

Desplegada en el aire

 

 

 

 

 

Dormido el cuerpo

con la boca fría

me entrego a un deambular

 de paso y paso

ritmo de mi sentir

quedo y quebrado

salta por montes de la carne mía

es un ciervo alto

desangrado y graso

con la vena blanca

y el sudor cansado

que atraviesa caminos sin sentido

 

Me acecha el ave

rígida y despierta

las alas tenebrosas desplegadas

ciervo, garra y ave

el cuerpo está herido

el alma triunfante

con la garra abierta

graznando sobre fibras estancadas

 

 

 

 

Si pudieras nacer de mis dos senos

 

Si pudieras nacer de mis dos senos

en vez de dormitar en quieto vientre,

yo iría llevando, amado, entre

dos montes de salud y lumbre llenos.

 

Te encontrarías en vírgenes montañas,

donde sombras en luces se confunden

y saltan turbulentas y se hunden

en la sima veloz de mis entrañas.

 

Tú estarías, alma y cuerpo muy serenos,

reposando sobre híbridas alfombras

-pura esencia de luces y de sombras-

contemplando el misterio de mis senos,

 

que, halcones de la luz, defenderían

con el fuego inconsciente de sus poros

el fruto de sus selvas tan extrañas;

 

y al nacer, dulcemente se abrirían

gimiendo, silenciosos en sus lloros,

como aves que perdieran sus entrañas.

 

 

 

 

Oscilaba eternidad al vaho compacto

 

Oscilaba eternidad al vaho compacto.

Vibración luminosa en aires huellas,

palpa la oscuridad por lo cercado.

Constante turbia; esconden, al frío tacto,

infiltración moliente las estrellas.

En gravedad redonda de embotado

cerco, lava al vacío corrosivos

lechos; el jadear efervescente

pulula solidez llagante, vibra.

Fortaleciendo carne en los activos

fondos, soledad a la corriente,

roe entrañas y amarra con la fibra.

Revienta con las luces de los rastros,

desliza al espesor moviendo bocas.

La descarnaste estanque, descompuesta,

midiendo la lamida hondura de astros,

escarpa adormecer; las ebrias rocas,

gravitan removiendo suave cresta.

 

 

 

 

Turbia en la marcha, el sueño la distancia

 

Turbia en la marcha, el sueño, la distancia

que balancea la sien entre dos aires;

turbia en la longitud del aire negro

que se vacía en el viento con estruendo.

La imagen agotada que se esfuerza

por estar quieta, viva y descubierta,

pierde la consistencia, al soplo vago

se arrastra a las esquinas y se pega.

La colección variada, sucia y vieja

de imágenes que aplastan las paredes,

mira la redondez de informes vueltas;

los ojos que se vidrian ven el polvo,

las hendiduras yertas que revuelan;

y sigue la hediondez de humores negros

que se vuelven con aire tibio, vómitos.

Hurga descongestión el organismo

velado por las fibras que se cruzan

y enturbian la visión de los embriagues;

silba la escalofriante rueda inerte

que aplana por los aires ciegos ruidos.

Y queda mi soledad sin habla y sorda,

murmurando en la enfermedad de horas

que mudan mi destino lentamente.

 

 

 

 

Desplegada en el aire

 

Desplegada en el aire,

colgando de un hilillo

que se alarga y se angosta

mientras escupo o chupo,

yo, araña en las tinieblas

con las patas redondas

de gastar paredes,

con el vientre escaldado

de manejar insectos;

me subo hacia los techos

y me hieren huevillos,

me bajo a los rincones

y me penetro de agua;

vuelvo hacia el aire fresco

y me quedo colgando,

los ojos encogidos

de soledad y viento,

las patas destrozadas

de agitarlas con fuerza.

Rompiendo en la cabeza,

fluyendo en las entrañas,

la baba se me escapa,

me destroza los miembros.

Languidezco vacía

con la cáscara suave

arrugada y desnuda,

colgando aún del aire.

 

 

 

 

Mi cuerpo niño de animal enfermo

 

Mi cuerpo niño de animal enfermo

se asoma, flor de muerte, hacia la tierra.

Las fauces sin canción lo atraen al sueño.

Cabezas erizadas por el yermo

se arrastran contra el pozo que las cierra,

la órbita vacía estirado el ceño;

mi cuerpo triste aún de carne nueva,

se retuerce y se espanta ante su nada.

Se arrastran los demás, muerte dormida.

Es tentáculo oscuro que lo lleva

y es una piedra enorme, muy helada,

que se encuentran, tardando mi caída.

 

 

 

 

Lame mi cuerpo líquida corriente

 

Lame mi cuerpo líquida corriente

erizada y sombría. Silenciosa

me he sumergido en la oquedad del agua

dejándome arrastrar dormidamente.

El fondo verde en la humedad reposa;

a través de las capas ardua fragua

levanta chispas negras: el oleaje

envuelve, abrasa los viajeros leves

que deslizan sus formas en mi hueco.

Oigo flotar en torno a mí el ramaje

de brasilla empapada, ardiendo breve.

La ceniza se cierne: aliento seco

que va enjutando el cuerpo remojado.

Por ampollas abiertas brotan soles:

chispecillas de luz en campos míos,

que ha sacado de carnes tibio arado.

A la rastra de negros girasoles

levanta el agua cascarones fríos.

 

Ana Antillón (1934-2023). Poeta y narradora costarricense, autora de los libros: Antro Fuego (1955), Demonios en Caos (1972), Situaciones (2000) y Corusc ... LEER MÁS DEL AUTOR