Pier Paolo Pasolini. Nostalgia del tiempo presente

 

Presentamos tres textos del celebrado escritor y cineasta italiano en la versión al español de Carlos Vital.

 

 

 

Pier Paolo Pasolini

 

 

NOSTALGIA DEL TIEMPO PRESENTE

 

Junto a los ríos de Babilonia nos sentamos
a llorar, recordando Sión.
En los sauces de las orillas

colgamos nuestras arpas.
Antiguo Testamento

Celeste error son mis pasos, y oscuro el sentido
de mis palabras, para quien de otros lugares
me conoce. Entre los setos blancos por lejanía
como un fuego intocable arde mi cuerpo
para quien es muchacho y desde lejos me observa.
Y para mí mismo no seré más que un espíritu viviente
bajo las azules vides y las sombras arbóreas
cuando, extrañado y perdido y lejano,
nueva vida y nuevo día me sostengan.

Cuando sea remoto a estos lugares
y al aliento del campo que doloroso
percibo, y remoto a mí mismo
(perdida efigie ahora en este sueño de vida),
sollozará tal vez desde sus chimeneas mi tierra,
suspendida en el azul raso de nieblas, sus amargos
vapores al cielo; y será ya antigua
para su tiempo, que quieto se consuma.

 

 

DESIERTO

Cuando la noche sin dignidad
hace de mi cuerpo una flor lejana,
vosotros, oh Custodios, hacia absurdas ausencias
de espacios sobrevoláis, no sin antes
haber creado en torno un sombrío
desierto desnudo, en el que me quedo solo.

Grupos de estatuas, interiores, secuencias
de rostros, dispersos por aquel suelo
de ultratumba; vestigios elíseos
que incitan en el reo que los visita
terrores equívocos, dulces extensiones.
Libre recorro tal Museo.

Con mi inocencia aplaco los rostros
implacables de los Guardianes y, virgen Orfeo,
río y me aterrorizo como un niño.
En el corazón de este desierto el árido
mármol de la letrina que contemplaba
transformarse en templete en mis viejos sueños

penetré: y había un fuerte torbellino azul
en el pecho ingenuo, la derrotada vergüenza…
No estaba solo, moría de abandono…
Uno se volvió… Siento aún el trueno
de la pistola, el hedor de la cloaca.
La letrina fue templo abierto a vuestras

miradas, que no eran miradas de perdón.

 

 

AL MUCHACHO CODIGNOLA

Querido muchacho, sí, claro, encontrémonos,
pero no esperes nada de este encuentro.
Si acaso, una nueva desilusión, un nuevo
vacío: de aquellos que hacen bien
a la dignidad narcisista, como un dolor.
A los cuarenta años yo estoy como a los diecisiete.
Frustrados, el de cuarenta y el de diecisiete
pueden, claro, encontrarse, balbuceando
ideas convergentes, sobre problemas
entre los que se abren dos décadas, toda una vida,
y que, sin embargo, aparentemente son los mismos.
Hasta que una palabra, salida de las gargantas inseguras,
aridecida de llanto y deseo de estar solos,
revela su irremediable diferencia.
Y, además, tendré que hacer de poeta
padre, y entonces me replegaré sobre la ironía,
que te incomodará: al ser el de cuarenta
más alegre y joven que el de diecisiete,
él, ya dueño de la vida.
Más allá de esta apariencia, de este aspecto,
no tengo nada que decirte.
Soy avaro, lo poco que poseo
me lo guardo apretado en el corazón diabólico.
Y los dos palmos de piel entre pómulo y mentón,
bajo la boca torcida a furia de sonrisas
de timidez, y los ojos que han perdido
su dulzura, como un higo agrio,
te parecerían el retrato
precisamente de esa madurez que te hace daño,
madurez no fraterna. ¿De qué puede servirte
un coetáneo, simplemente entristecido
en la delgadez que le devora la carne?
Cuanto ha dado ya lo ha dado, el resto
es árida piedad.