José Alfredo Pérez Alencar

Luminarias del génesis

 

 

 

 

 

CONTUNDENCIA Y BARBARIE

 

Este veleidoso arte que,

dando voz a la humanidad,

escribe sobre los estigmas

de los dañados.

 

Siempre presa del tiempo,

aclimata los ambiciosos lapsos

acólitos de la vetusta compañera.

 

Se abstraen, aunque

la moral está más viva que nunca

sorprendiendo, casi con lástima,

a la pleitesía entre Eros y Thanatos.

 

Trazando en los cismas

el insomne pasado,

contundencia y barbarie,

profana religión

regodeada en la indiferencia.

 

Es el viento cobrizo desprendido

por los desgastados estandartes,

paroxismo de la idolatrada abstracción

 

desde la verdad capciosa

recibida en los hogares,

a la más hierática cumbre:

 

donde el eterno señuelo

se llevó los espejos.

 

 

 

 

ÁGUILAS NEGRAS

 

Águilas negras se elevan

alumbrando miles de vacuas basílicas.

 

Una voz cíclica las hace partícipes.

 

Es el credo

convirtiendo a la historia

en un fiel pasaje.

Es la desidia social

paseando por las calles,

sembrando a cada peón de esta hueste

como una legión de estigmas que,

avivados por su exilio, nutren al adalid,

aquel momentáneo obrero de la persuasión.

 

Así, practica la trashumancia con ellos

al formular efímeros cadalsos,

mostrando el poderío

de repentinas sentencias

para exhibir en el lugar elegido

sus mordaces banderas,

elegantes y barrocas enseñas

del ávido olvido.

 

Se alzan las voces aledañas

cuando el fantasma sin rostro,

ladino discurso, ley de la estepa,

se ensaña con sus gargantas,

y la roca desnuda que abrasa en sus pechos

por instantes de furor,

no rebasa los límites de biografías

ni ese velo entre los semejantes.

 

El teñir de campanas ciegas

en las fauces de la ecuménica razón,

siempre será su esporádica zarza.

 

En los años, las mentes y mensajes,

perpetuada la estirpe

de aquel fantasma sin rostro:

tan solo quedarán las águilas negras.

 

 

 

 

AMÉN A LA VORÁGINE

 

La caverna que habla

con las postrimerías

será la sima inquietante,

 

la densidad de estos días

recibiendo el epítome,

clandestino fogonazo,

de la fervorosa virtud.

 

Celebradas en presente,

las injustas deidades

se han lucrado

bajo las imperiosas fragilidades

 

y se niegan a prosternarse,

 

reniegan de la oquedad cavernaria

acérrimas y condenadas,

ante la deseada pólvora humana.

 

Este sol, que muere y orilla

en su invasiva orla,

es el amén a la vorágine.

 

 

 

 

LUMINARIAS DEL GÉNESIS

 

Entre los mausoleos

sonríe la egolatría verde

que se extiende a los antojos.

 

Son Luminarias del génesis

en este mar de fatalidades

donde la Ley del Talión

se torna vida.

 

Al mostrarse con holgura la lucidez,

sus ahora desvalidos brazos

rinden la raigambre,

y ante la cumbre de verdes enrojecidos

este coro de ánimas

desmayándose

 

es un Crisol tan vivo

allende las menciones

de vuestras elegías

pues la penumbra que, despierta,

deja marchar al viajero del alba

 

os ruega profetizar

si los arriates serán apologías

o, si la sinuosa e inefable

letra de la prosapia

es una ternura lamentable.

 

 

 

 

LAS NUEVAS CUNAS DEL INFANTE

 

Otorgados los sucesos,

sentado, escucha pasajes predestinados

portando el ensoñado raciocinio,

celestial, la débil cura

para un sosiego inverosímil.

 

Juegan con el alma fértil

y el infante sin generaciones,

que vela la inercia del tiempo,

palidece con las verdades telúricas,

 

respondiendo al escéptico

con hierática condescendencia

ha bordado el dolor

en sus sentimientos,

 

un mensaje traducido en duelo que,

arrimado al féretro,

rebela la melancolía asonante,

 

y las nuevas cunas del infante,

sus sueños mencionando

la fútil conjura aledaña

 

o al dios que sentencia su devenir,

su cruz en la tierra,

palideciendo en miradas y divinidades

 

cuestiona la pérdida al creador,

pues no habrá cielo,

ni redención albergando

espasmos de madera y abrazos finitos,

clamores que decorarán

con su estirpe

los días de ausencia.

 

 

 

 

TÚ CREAS MI RENACIMIENTO

 

Cuando nos reunimos

en ese pequeño rincón del mundo,

al que llamo hogar,

cambio la meseta por el Olimpo.

 

Recibo la complicidad del saludo

demostrando ser

un consumado perdedor,

porque cuando entusiasmo a tu voluntad

los desenlaces que brinda el placer,

me llevan.

 

Por ello, déjame decirte,

que tu torso habla mi idioma.

Ese bendito portador

de vociferantes atributos,

me augura un presente de experiencias.

 

Siendo conscientes

del inesperado afrodisíaco

ligado a los límites del tiempo,

todo en nosotros es frenético.

 

Entonces comienza,

el esperado destierro

de eufemismos y pudores.

Un despliegue de convulsiones,

sombra de la que no me libero.

 

Pero déjame cambiar el rumbo,

pues quiero y temo ser privado del aliento.

Me niego a caer en la inercia,

ante la gozosa exigencia de honrar,

la sentida devoción por ti.

 

Dame la oportunidad

de enseñarte mis registros,

permitiendo que mi nombre

irradie tu momento.

 

Toda petición,

fruto de un omnubilado juicio,

se une al irrefrenable ímpetu

de negar, junto a ti,

la separación de nuestros cuerpos.

 

Tú creas mi renacimiento.

 

(para Bibi Mori Bardales)

 

 

 

 

POR ESO TE DIGO, AMOR…

 

En el ojalá de la totalidad

una imagen

de realidades propensas,

terreno henchido

atravesando una temerosa fantasía.

 

Por eso te digo, amor,

que el sempiterno idilio

es una cadena vibrante

albergando la caída,

 

amando los lagos de la humanidad

en el valor de tus términos,

ecos del adicto

y, desvelándose en tu ropa,

 

se regodea

la pertinencia de los días

o si remendando la mendicidad,

la partitura frágil

del amor en varias lenguas,

 

la exposición a ese ardiente

y glamuroso esparcir el perfume

en las fantasiosas bocas.

 

Por eso te digo, amor…

 

José Alfredo Pérez Alencar (Salamanca, España, 1994). Poeta, egresado en Derecho por la Universidad de Salamanca y crítico de cine. En poesía ha publicado el libro ... LEER MÁS DEL AUTOR