Fue necesaria la soledad…
XXXVIII
En el jardín se amontonan
como hojas secas los recuerdos.
Al final de la tarde
un suspiro deshace la memoria.
Todo se desmorona
en el concierto de las flores
que incendia el tiempo.
En las ruinas,
un ave picotea el olvido
y su extraviado canto
se alimenta de silencio.
Ahora, eternamente,
escucharás el rocío
que avanza entre las sombras
de los árboles.
En sus húmedas grietas
renace el insecto que teje el abismo
donde brotarán las palabras.
XXXIV
Escribiré un poema
donde pueda escuchar
el eco de tu voz
en la caída de las hojas de un jardín
en el que abandonaste tu cuerpo.
Te buscaré en el verso
donde tejiste tus sueños
y tu savia hizo florecer
mis labios de piedra.
En la desnudez de la flor
escribiré un poema
para que puedas sentir la tormenta
que albergan mis manos.
XXXIII
Déjame leer los poemas
que escribes en la piel de la noche,
mientras la muerte sostiene en sus manos
las palabras desprendidas de tus labios
condenados a la espera.
Ver tu rostro en el pañuelo
con el que limpias el peso del día
y la última sonrisa que tus manos
cosecharon en el bosque
donde habitan tus muertes.
Déjame los pasos de tu sombra
que recorren el abismo
culpando a la noche de tu dolor
y de la soledad que trajo el viento.
A Alejandra Pizarnik, in memoriam
XXVI
Fue necesaria la soledad
para observar tu cuerpo;
para que mis manos se sumergieran
en el río donde reposa el universo.
Para sentir el viento que arrastra mi sombra
que se resiste a caer de tu frente.
Para escuchar el reloj que avanza
y contempla el amanecer
que amordazado habita tus párpados.
Fue necesaria la soledad
para descubrir las palabras
que atan mi piel a tus labios.
XXXI
«Esa ya no es su casa /
sino los altos muros de su tumba».
Hernán Vargas Carreño
Escucho el tiempo
entregarme las estrellas
y convertir en óleos su luz.
Vigilo el caer de la luna
que seducida por el abismo
se desprende de la memoria
y cae en mis manos.
Le quito la oscuridad a la noche
y en ella pinto los pájaros
que alimentados con mis recuerdos
se posan en el viento.