Bestiario
…Vázquez nos lleva a un universo donde la mirada de quien cuenta, poéticamente, los acontecimientos, opera un cuestionamiento sobre las nociones esenciales que tradicionalmente dirigieron y continúan dirigiendo la recepción y el consiguiente juicio de valor de determinados sujetos y mundos. —Prisca Agustoni, (Suiza-Brasil)
GATO
Mi vecina hoy me señaló de modo alarmante que mi mirada se asemejaba a la mirada de un gato. “Debo entender que esto es un piropo”, dije. Ella trató de comparar de alguna forma el sigilo de su animal con la soledad de mis pupilas, la esquivez de su felino con mis maneras independientes. Su erudición era inaudita y me habló sobre la superstición medieval.
El gato, acompañante de brujas, fue perseguido considerándose emisario de hechizos y maleficios. Se han encontrado cuerpos de gatos, cuidadosamente momificados en numerosas excavaciones egipcias. Los faraones guardaban una gran admiración por este animal.
Ya me pensaba disecada de innumerables formas, ya mis ojos tendrían la misma pupila contráctil que se dilata y se achica a la menor o mayor intensidad de la luz. “¿Es un piropo?” Le he preguntado nuevamente, y me imaginé todos los gatos de la vecindad descolgándose de los techos, con ese intenso sentido del equilibrio, inmensamente cansados de felicidad.
Escuchaba mi gran repertorio de sonidos. Podía palpar mis bigotes saliendo de ambas comisuras. Me veía caminando elegantemente ataviada de este pelo sedoso color azul. Podría entrar a cualquier casa, sumergirme en cualquier cama, acariciar la cabeza más preciada. ¿Será un piropo? y comencé a maullar tratando de expresar cualquier estado de ánimo. Me moví lentamente, bajé las orejas, sacudí la cola, marqué mi territorio con un intenso chorro de orín. Me sentía gato montés, probable antecesor mío venido directo de cualquier jungla, aunque si lo medito bien en el fondo, no soy más que un felino de pequeña talla y cabeza redondeada. Me enrollé cálido, dichoso, ronroneé y me vi caminando entre naranjos violetas con Marina, cuan larga y cuan sola, mientras un aura tiñosa pulula en el aire en guardia para saborearme.
Pasaron los años. Ya no importaba si maullaba o hablaba, mi vecina y yo nos entendíamos a la perfección. En su cerebro soy una especie rara de gato doméstico, por el tono de mi maullido ella comprende lo que quiero. Me lanza la pelota, doy tres vueltas en el aire, y caigo parada al otro extremo del salón.
De noche, continúo con la costumbre de meterme en cualquier cama, ronroneando al oído de mi preferido. En muchas ocasiones me siento frente a un papel en blanco y escribo esta prosa con la punta de mis dedos; medito largamente sobre los caballitos de mar alrededor de mi casa o sobre los tiburones que merodean la bahía buscando deshechos. Acaricio mis caderas, me embadurno de perfumes, pongo en marcha el carro y salgo a la calle. Es por esto que creo que es un piropo.
BLANCO
Marqué tu número de teléfono y esperé en la quietud del color blanco, el mismo blanco de los glaciares cuando transitan apacibles por el océano también blanco y esperé mientras una nube nívea cubrió las calles, las aceras, la ciudad entera, arropando los cordeles de ropa, las terrazas y todas las ardillas realengas. Y confié en que tomaras el teléfono para decirte que quiero que nos amemos, que nos deseemos furiosamente hasta roncar de felicidad y continué mi espera mientras recordaba las pequeñas iglesias de mi país, siempre blancas, la luna y el huevo inmaculadamente blancos, pero sobre todo recordaba al pájaro de las nieves, una especie que existe en la región transparente, virtual esperador, carente de posibilidades.
BESTIARIO
“¿Que me ha ocurrido?”
La metamorfosis, F. Kafka
Esta es la historia de una mujer en su habitación. De noche un enorme insecto se dedica a vigilarla. La mujer confusa, la mujer irritada por tan insignificante animal. La mujer atemorizada huye de esquina en esquina, más sus sentidos le indican que el animal se encuentra cerca. El insecto que agita sus alas vigorosamente, la mujer fuera de sí. La mujer que conoce el poco espacio que queda entre ambos. El insecto que vuela el vuelo seguro de lo horrible. Ella, ya sin espacio.
SOÑABA
Soñaba, creo que soñaba, con una mujer sollozando. Miré a ambos lados de la larga avenida. Nadie habitaba. Solo una caravana de cebras confundidas en medio del follaje. La mujer en su vocativa continuaba gimiendo y gemía tan cerca que por ratos pensé que podía ser parte de la complejidad del silencio. Y pasó el tiempo y una noche trajo la otra y en cualquier otra habitación los amantes se juran amor eterno, pero en ésta me encuentro yo y este gemido que sigue otro gemido y una luna que ya no se distingue entre tanto gemido ya infinidad.
SUSURRO
Conversación en el tren
Fue vista y desaparecida y de ella no hemos sabido, a excepción del día que repitió al oído “ya no hay hombres” y lo anunció en ese tono abierto que tienen ciertas mujeres cuando quieren ser enfáticas. Fue vista por última vez detrás de los árboles, entre los bancos del parque. Susurraba al oído de aquella mujer con cara arrugada, pero con voz precisa. Le susurraba en un idioma casi elemental. Y yo que me acerco a ellas insistiendo lo vacía que ha quedado mi vida sin los hombres, y los árboles a ambos lados del vagón que se pierden como cuerpos y nosotros ya sin saber de ambas.