La mujer de Lot
(Traducción al español de Kyra Galván)
La mujer de Lot
Y el hombre justo acompañó al luminoso agente de Dios
por una montaña negra, siguiendo su huella,
mientras una voz incansable acosaba a la mujer:
—No es demasiado tarde, aun puedes mirar hacia atrás.
Hacia las torres rojas de tu Sodoma nativa,
al patio donde una vez cantaste, al pabellón para hilar,
a las ventanas de la enorme casa
donde la descendencia santificó tu lecho conyugal.
Una sola mirada: súbita punzada de dolor
en sus ojos, antes de poder emitir cualquier sonido.
Su cuerpo se derritió en sal transparente
y sus ligeras piernas claváronse en la tierra.
¿Quién penará por esta mujer? ¿No le resulta
de sobra insignificante a nuestra incumbencia?
Incluso así, nunca la negaré en mi corazón,
ella que murió porque eligió volverse.
Dedicatoria
Un dolor semejante podría mover montañas,
e invertir el curso de las aguas,
pero no puede hacer saltar estos potentes cerrojos
que nos impiden la entrada a las celdas
atestadas de condenados a muerte…
Para algunos puede soplar el viento fresco,
para otros la luz solar se desvanece en el ocio,
pero nosotras, asociadas en nuestro espanto,
sólo escuchamos el chirriar de las llaves
y las pisadas de las recias botas de la soldadesca.
Como si nos levantáramos para misa primera,
día a día recorríamos el desierto,
andando la calle silenciosa y la plaza,
para congregarnos, más muertas que vivas.
El sol había declinado, el Neva se había opacado
y la esperanza cantaba siempre a lo lejos.
¿Qué sentencia se dictó?… Ese gemido,
ese repentino fluir de lágrimas femeninas,
señala a una distinguiéndola del resto,
como si la hubieran derribado,
arrancándole el corazón del pecho.
Entonces déjenla ir, trastabillando, a solas.
¿En dónde estarán ahora mis innombrables amigas
de aquellos dos años de estadía en el infierno?
¿Qué espectros se burlan de ellas ahora, en medio
de la furia de las nieves siberianas,
o en el círculo nublado de la luna?
¡A ellas les lloro, Hola y Adiós!
Cleopatra
Soy aire y fuego…
Shakespeare
Ya ha besado los labios muertos de Antonio,
ha llorado de rodillas ante el César
y sus sirvientes la han traicionado. Cae la oscuridad.
Chillan las trompetas del águila romana.
Por ahí viene el último hombre arrebatado por su belleza,
—galán tan gallardo— con un murmullo vergonzante:
—Deberás caminar ante él, como una esclava, en el triunfo.
Pero la pendiente de su cuello de cisne está más tranquila que nunca.
Mañana encadenarán a sus hijos. Nada le resta
más que enloquecer a ese sujeto
y poner el negro áspid, como separación piadosa,
sobre su oscuro pecho, con mano indiferente.
El sauce
Crecí en medio de un poblado silencio
dentro de la cuna fría del naciente siglo.
Las voces humanas no me tocaban.
Eran las voces del viento lo que oía.
Concedí mis favores a las badanas y a las yerbas malas,
pero lo más preciado, para mí, fue el sauce plateado,
gran compañero a través de los años,
cuyas llorosas ramas
avivaron con sueños mi insomnio.
Increíblemente he sobrevivido:
afuera sólo un tronco cercenado permanece.
Ahora otros sauces
recitan bajo nuestros cielos
con voces alienadas.
En 1940
(Fragmento)
I
Ni un salmo se oye
en el entierro de una época.
Pronto, ortigas y cardos
decorarán la escena.
Las únicas manos diligentes
son las de los sepultureros: ¡rápido! ¡rápido!
Y hay tanto silencio, Señor, tanto,
que puedes oír pasar el tiempo.
Algún día emergerá de nuevo
como un cadáver en un manantial;
pero ninguna madre lo reclamará,
y sus nietos, enfermos del corazón,
volverán la espalda.
Cabezas afligidas…
La luna balanceándose como un péndulo…
Y ahora, sobre el París desahuciado, ese silencio cae.
II
A los londinenses
Hoy el tiempo escribe con mano impasible
la obra negra de Shakespeare, la número cuarenta y cuatro.
¿Qué podremos hacer nosotros aquí, cerca del aletargado río,
los que sabemos del sabor amargo,
sino reinterpretar aquellas trágicas líneas de Hamlet, César o Lear?
O tal vez acompañar como escolta hasta su tumba
a la niña Julieta, pobre paloma, con antorchas y canciones;
o representar al fisgón en las ventanas de Macbeth,
temblando más que el asesino alquilado.
Únicamente esa obra, ésa y sólo ésa,
es la que no tendremos valor de leer.