El espejo del vestíbulo
(Traducción al español de Cayetano Cant)
Días de 1901
Algo tenía de distinto,
a pesar de su vida disoluta
y su experiencia erótica;
a pesar de la constante armonía
existente entre su actitud y su edad,
había momentos —muy raros momentos—
en que su carne daba una impresión de pureza.
La belleza de sus veintinueve años,
tan experimentada en la sensualidad,
en momentos, paradójicamente, daría la impresión
de ser la de un adolescente que, con timidez,
entrega su virginal cuerpo por vez primera.
No comprendió
En lo que toca a nuestras creencias,
el banal Julián dijo:
“Leí, comprendí, condené.”
Como si ese tonto nos hubiera aniquilado con su “condené”.
Sin embargo, estas trivialidades
no pesan entre nosotros, cristianos.
“Leíste, pero no comprendiste;
porque si hubieras comprendido,
no hubieras condenado”,
contestamos de inmediato.
De vidrio policromo*
Un detalle me conmueve de la coronación,
En Bajaferne, de Juan Cantacuceno e Irene,
hija de Andrónico Assán.
Como teñían pocas gemas
(nuestro estado pasaba por gran pobreza),
usaron piedras falsas;
una gran variedad de vidrio policromo:
pedazos de cristal rojo, verde o azul.
Viéndolo bien, no hay nada indigno
ni humillante en ello; al contrario,
parecía una protesta triste
contra la maldad de los coronados.
Esos vidrios son el símbolo
de lo que se debe poseer;
de lo que es apropiado portar en la coronación
de Juan Cantacuceno e Irene,
hija de Andrónico Assán.
* La coronación de Juan Cantacuceno e Irene Assan, fue en la iglesia del Palacio de Vlaquernai, puesto que la catedral de Santa Sofía estaba parcialmente en ruinas.
El espejo del vestíbulo
En el recibidor de esta mansión
había un gran espejo antiguo,
adquirido por lo menos hace cien años.
Un joven de extremada belleza,
ayudante de sastre
(atleta aficionado los domingos),
estaba frente a él con un paquete
el cual entregó a alguien de la casa,
quien lo tomó y fue a conseguir el recibo.
El ayudante de sastre se quedó solo
por unos momentos; y mientras esperaba,
se acercó al espejo, se arregló la corbata,
observándose de cerca.
Unos minutos después trajeron el recibo;
lo tomó y salió.
Pero el viejo espejo que tantos objetos
y caras había visto durante sus largos años de vida,
esta vez estaba extasiado, se sentía orgulloso
de haber retenido por unos instantes
la imagen de la belleza pura.
Debió de importarles*
Soy casi un vagabundo.
Esta terrible ciudad de Antioquía
ha devorado mi riqueza;
esta ciudad con su cara forma de ser.
Pero soy joven y gozo de buena salud;
hablo perfectamente bien el griego
(conozco a Platón y Aristóteles al revés y al derecho,
a los oradores, a los poetas y a quien deseen saber).
Sé de asuntos militares
y tengo amigos entre los jefes mercenarios;
también estoy dentro de la administración:
pasé seis meses en Alejandría, el año pasado
y tengo conocimiento (lo cual es de utilidad) de las cosas de allí,
las ideas de Kakergetis, sus fechorías, etcétera.
Así que me considero bien capacitado
y justo el hombre para servir a este país,
mi querida patria Siria.
En lo que me pongan trataré de ser útil, es mi intención:
pero si por algún motivo, no me lo permiten
(conozco bien a esos dirigentes, ¿tengo que decirlo ahora?),
si no me lo permiten, no tengo la culpa.
Antes que nada veré a Sabino
y si ese tonto no me pone atención,
iré a su oponente, a Grypos,
y si ese idiota no me toma,
iré directamente a Hercano.
Uno de los tres querrá mis servicios de alguna forma;
en cuanto a mi conciencia, está tranquila
por la indiferencia con que escojo:
los tres son igualmente dañinos para Siria.
Pero, yo arruinado, ¿cuál es mi culpa?,
desgraciado de mí, estoy tratando de ser alguien;
debió de importarles a los dioses
el crear un cuarto hombre, honesto,
y con gusto yo iría con él.
* Cavafis llama kakergetis (malefactor) a Ptolomeo que en vida era llamado el “Benefactor” porque este rey que comandó Egipto de 145 a 116 a.C. es recordado por los historiadores griegos como un ejemplo de maldad y libertinaje. Sabino derrotó a Demetrio Nicator II pero fue derrotado y muerto por Antíoco VIII, llamado Grypos (nariz de gancho), quien reinó en Antioquía de 125 a 96 a.C. Hercano, hijo de Simón Macabeo, reinó de 134 a 104 a.C.