Carlos Alberto Merchán Basabe

Asuntos interiores

 

 

 

 

 

Declaración de un hombre que mató un ángel y vive sin ser juzgado

 

A mi hijo Christiam, un ángel.

 

He matado un ángel, lo confieso.

 

Le arranqué su alma con mis gritos.

Hice sangrar sus ojos con mi cara de odio

hasta que los saqué de su cuenca y quedó ciego…

Ya no puede ver ni presentir el futuro.

 

Le amputé sus manos sabias, con regaños,

hasta que sus muñones olvidaron la caricia,

atrofié, no conforme, con la ira

sus abrazos

y sus piernas,

hasta que tuvo miedo del intento

y por miedo a fracasar se resignó a la ruina,

y ahora ronda dentro del ataúd

que, para su alma, con mi amor, tuve que forjar.

 

Le cercené el afecto para que no sufriera,

dejándole enterrado un egoísmo consigo mismo,

obligándolo a olvidar que el amor es esperanza;

hasta que aceptara que el amor no tiene nada bueno.

Inclusive, si viene del padre.

 

Le escupí la cara con mi irrespeto hasta humillarlo

preparándolo para el odio de los hombres,

para que aceptara con resignación el vejamen de jefes y patrones

en toda empresa,

incluso, en el amor.

Para que no sufriera. Deberá reconocerlo, algún día.

 

Le inculqué un desagrado por mi especie, por mi estirpe y herencia,

un reniego infinito a la casa

dándole todo a la mano como fuga,

evitando que tuviera sus deseos, incluso, que soñara;

y si soñaba, las veces que soñará, para castigar tal desatino,

le recordé que era un sueño y me burlaba,

y le hundía el dedo en la llaga hasta que lloraba

y sus lágrimas esfumaban todo sueño.

Soñar no deja nada bueno.

 

Le cerré la boca como esclavo para que no me diera el perdón

mientras yo moría. Para que nunca se quejara, también.

La queja es una culpa que nos mira como un fantasma

que nos clava un remordimiento con su aliento.

Por eso evite que hablara, hasta que olvidó decir te quiero.

 

He matado un ángel, lo confieso.

Tenía miedo de que sufriera. Aún lo tengo.

Lo he matado porque lo amaba y era mejor que yo.

Lo acepto.

 

Y así, muerto, y todo eso,

él me mira sin ser yo juzgado,

y él, sigue siendo perfecto.

 

 

 

 

El amor sado hiperrealista de la víctima

 

Entierra en mi carne la ira de un rabioso Golden retriever

y llena mis ojos con morados pugilista del Madison Square Garden

o maquilladora de L’Oréa en Tiffany´s

Lloraré, mi amor, con sangre de Televisa hasta vomitar las mariposas que habitan mi estómago

y no podré blanquear tus pecados con el hipoclorito de sodio de mis lágrimas.

Sufriré como protagonista de bestseller con tantas faltas, con tus faltas, tus faltas.

 

Luego, ofrendaré mi cuerpo para ti. Perdón entre los orgasmos.

 

Tírame por el suelo sobre el adoquinado Kirman 55002-012, y arrastra con tu rabia mi cuerpo

hasta rasparme el futuro

que cada pedazo de asfalto sepa que te amo como las Michelin al pavimento.

Mostraré mis cicatrices con orgullo. Mataduras que evidencian mi esfuerzo por salvar tu amor enfermo,

tu querer de guerra y campo de concentración.

Ningún Cicatricure milagroso podrá borrarlas aunque venga con bendiciones de las iglesias

más radicales…

y la mar de mi sangre será tan descomunal como tus faltas, tus faltas, tus faltas

para que una flota entera de cruceros de la Royal Caribean naveguen sin temor a hundirse.

 

Tu cuerpo será fianza para el perdón de tus faltas en mis orgasmos.

 

Sé que no podrás cambiar como semáforo, ni ser lucecita de navidad en noche de Torre Effiel

que no serás un sol de medio día, y pese a mi Sundance de Med Ultra Sensitive UV-50,

quemarás mi alma en ésta y otra vida y otra vida y otra vida;

no cambiarás lo sé.

Tampoco puedo imaginarlo en la cuenca vaciada de mis ojos

ni sentirlo en mi piel estilizada con bótox. Menos aún, en el amor protésico B-lite.

Relame, entonces, con resignación de sombra, el fango de mis besos hasta sentir el salobre sabor

de los canales de Venecia o la desembocadura del Támesis.

 

Y nuestro cuerpo será hastío entre orgasmos, que recogemos en un Trojan.

 

Sodomízame con mi aceptación notarial nunca defendida por el buró McKenzie,

mientras, cada gota de mi cuerpo, con la razón absurda de la víctima, grita que te amo por epitafio,

que te amo,

que te amo mientras muero en el ardor de Victorinox, acero de 36cm, entrando 99 veces

a mi carne inútil.

Yo seguiré mi vida con resignado silencio de tumbas en la Recoleta, en el Père Lachaise,

esperando que arrojes mi cadáver desmembrado.

Seré falso positivo de tus faltas, de tus faltas, tus faltas.

 

Y mi muerte, será tu orgasmo hiperrealista.

 

 

 

 

Lo recuerdo, padre

 

Llegas con tus manos llenas de hambre

 

Arrastras

el pesado infierno de tu edad

y lágrimas      vierten tus ojos

 

Turbado          pides perdón

por aparecerte

así                   sin avisar

 

Aún te veo                  padre:

te marchas                  lento               jadeante

esquivando toda mi ira

 

Ahora pienso:

venías

por un mendrugo de amor

quizá un poco             un solito abrazo

Y yo                 padre

solo te daba

billetes

 

Mi torpe forma de odio

 

 

 

 

Milonga para explicar a qué le llaman distancia

 

Solo están lejos las cosas
que no sabemos mirar
Atahualpa Yupanqui

 

Cobijas tu cuerpo en ese vértice abismal de la nada

abandonando mi cuerpo pugilístico a su tristeza en otra esquina

 

¿a esto llamas amor, Chatica, si estás así de lejos de’ste hambre?

Arrejunta tu carne a mi carne que está que arde

Quítame, Chatica, este antojo, y deja en esa esquina el enojo

y júntate pa’cá            que está tu amor que te ama

y seamos, seamos felices los dos

¡seamos felices los dos como merecen las ganas!

 

Mi ruego es distancia en el tiempo que la muerte separa

Distancia, dicen los físicos, es toda trayectoria entre dos puntos

que un zángano cubre entre una flor                                               y otra flor

Ese espacio que cubres, desde una perspectiva lineal,

entre esta letra A                                                       y esta otra, que es Zeta.

 

Distancia, me dicen, Chatica, cubierta por un objeto móvil

pero ¡yo me muevo, Chatica!, me muevo, lo juro,

y se mueve mi sangre y mi pasión desolada, Chatica,

y parece que soy yo el muerto

que yo soy el muerto, que el muerto soy yo.

 

Ahora que has muerto, Chatica, cómo cubro yo esta distancia

que hay entre mi yo y tu nada

que hay entre mi yo y                                    tu nada

que nada permite que alcance

que nada permite que alcance

y a mí                                                 la vida me cansa

 

Dígame, Señor físico, cuál es la línea más corta

Ese intervalo de tiempo entre mi Chata y yo

Si el amor es de una misma naturaleza

por qué mi amor no alcanza                          su esquina que es nada

y está mi esquina solita,         solita,              solita y vacía en la cama.

 

 

 

 

Asuntos interiores

 

¡Ah, me resisto, más me tienes toda,
tú, que nunca serás del todo mío!
Alfonsina Storni

 

 

Quítame la piel de cordero con tus ojos

 

Guíame

 

Con el ímpetu de tus mordiscos

deja morados en mi cuello

que adivinen tus labios en mi sangre

Jala mi cabello con tus garfios

 

Asfíxiame

 

Bebe la sal de mi piel mientras te grito

Corta mi aliento con tu lengua

allí

donde todo parece fuerte

y rasga

con tus uñas mi espíritu

 

Déjame cicatrices

 

Quebranta el himen del silencio

al trocar mi nombre por vulgaridades

Que las sábanas se ruboricen de cansancio

y el martilleo en la pared

repita el coro

que inventó del barro al hombre

y todo

y todo, todo, redunde

en formas diferentes

hasta el cansancio de las estrellas.

 

 

 

 

Surrealismo

 

Mis vísceras no distinguen,
aman, sin preguntarse qué es el amor
Cristina Peri Rossi

 

Te soñé

y eras una vaca

blanca de pintas negras

con las tetas llenas de leche

Una leche blanca y llena de nata

pero

no eras dócil. No.

No eras esa vaca tonta y noble

que me da su leche sin decir nada

que se deja arrastrar al matadero

mientras cierra sus ojos grandes

como quien no quiere ver

No

No eras una vaca sosa

Tirabas de la cuerda

con fuerza apenas desmedida

y de pronto ya no eras una vaca

de tetas llenas de leche blanca

sino una fiera con mi sangre

entre los colmillos

y yo

una presa en el circo

triturado en la arena.

 

 

 

 

Tergiversación del cuervo y su poeta

 

A mis hijos. Eternidad.

 

En la biblioteca

al amparo profundo de Morfeo

tras soporífero Scotch malteado

me hundí en lóbrega noche.

Al arrullo de rayos y tormenta

vino El cuervo a hablarme de resabios

una vez más

una vez más

una vez más.

Sobre el blanco busto de Palas

en tono repetido y sin razón ―me dijo:

escribe un poema, un poema

nada más

nada más

nada más.

De ritmo trocaico

octosílabo acataléctico perfecto

alternado con heptámetros y estribillo

una vez más

una vez más

una vez más.

Y no preguntes ―siguió―

las banales cosas de esta y otra vida.

No hay respuesta para tu corazón

ni explicación a la muerte de Leonor

No sé si podrás verla, o reunirte como Orfeo

quizá ella sea como Eurídice y huya, huya

para no verte una vez más

no verte una vez más

una vez más.

Bajo la tenue sobra de luz del candelabro

abatido en el fúnebre sillón morado

consumé mi sopor de whiskey.

Supe: la muerte vino a visitarme insulsa

trocada en ese negro cuervo mojado

una vez más

una vez más

una vez más.

No tuve otra salida:

vertida la botella sobre mi regazo

escribí para exorcizarla. No la escuché

nunca más

nunca más

nunca más.

 

Carlos Alberto Merchán Basabe (Bogotá, Colombia, 1972). Profesor de planta de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) (Colombia) en la Licenciatura en Diseño tecno ... LEER MÁS DEL AUTOR