Asuntos interiores
Declaración de un hombre que mató un ángel y vive sin ser juzgado
A mi hijo Christiam, un ángel.
He matado un ángel, lo confieso.
Le arranqué su alma con mis gritos.
Hice sangrar sus ojos con mi cara de odio
hasta que los saqué de su cuenca y quedó ciego…
Ya no puede ver ni presentir el futuro.
Le amputé sus manos sabias, con regaños,
hasta que sus muñones olvidaron la caricia,
atrofié, no conforme, con la ira
sus abrazos
y sus piernas,
hasta que tuvo miedo del intento
y por miedo a fracasar se resignó a la ruina,
y ahora ronda dentro del ataúd
que, para su alma, con mi amor, tuve que forjar.
Le cercené el afecto para que no sufriera,
dejándole enterrado un egoísmo consigo mismo,
obligándolo a olvidar que el amor es esperanza;
hasta que aceptara que el amor no tiene nada bueno.
Inclusive, si viene del padre.
Le escupí la cara con mi irrespeto hasta humillarlo
preparándolo para el odio de los hombres,
para que aceptara con resignación el vejamen de jefes y patrones
en toda empresa,
incluso, en el amor.
Para que no sufriera. Deberá reconocerlo, algún día.
Le inculqué un desagrado por mi especie, por mi estirpe y herencia,
un reniego infinito a la casa
dándole todo a la mano como fuga,
evitando que tuviera sus deseos, incluso, que soñara;
y si soñaba, las veces que soñará, para castigar tal desatino,
le recordé que era un sueño y me burlaba,
y le hundía el dedo en la llaga hasta que lloraba
y sus lágrimas esfumaban todo sueño.
Soñar no deja nada bueno.
Le cerré la boca como esclavo para que no me diera el perdón
mientras yo moría. Para que nunca se quejara, también.
La queja es una culpa que nos mira como un fantasma
que nos clava un remordimiento con su aliento.
Por eso evite que hablara, hasta que olvidó decir te quiero.
He matado un ángel, lo confieso.
Tenía miedo de que sufriera. Aún lo tengo.
Lo he matado porque lo amaba y era mejor que yo.
Lo acepto.
Y así, muerto, y todo eso,
él me mira sin ser yo juzgado,
y él, sigue siendo perfecto.
El amor sado hiperrealista de la víctima
Entierra en mi carne la ira de un rabioso Golden retriever
y llena mis ojos con morados pugilista del Madison Square Garden
o maquilladora de L’Oréa en Tiffany´s…
Lloraré, mi amor, con sangre de Televisa hasta vomitar las mariposas que habitan mi estómago
y no podré blanquear tus pecados con el hipoclorito de sodio de mis lágrimas.
Sufriré como protagonista de bestseller con tantas faltas, con tus faltas, tus faltas.
Luego, ofrendaré mi cuerpo para ti. Perdón entre los orgasmos.
Tírame por el suelo sobre el adoquinado Kirman 55002-012, y arrastra con tu rabia mi cuerpo
hasta rasparme el futuro
que cada pedazo de asfalto sepa que te amo como las Michelin al pavimento.
Mostraré mis cicatrices con orgullo. Mataduras que evidencian mi esfuerzo por salvar tu amor enfermo,
tu querer de guerra y campo de concentración.
Ningún Cicatricure milagroso podrá borrarlas aunque venga con bendiciones de las iglesias
más radicales…
y la mar de mi sangre será tan descomunal como tus faltas, tus faltas, tus faltas
para que una flota entera de cruceros de la Royal Caribean naveguen sin temor a hundirse.
Tu cuerpo será fianza para el perdón de tus faltas en mis orgasmos.
Sé que no podrás cambiar como semáforo, ni ser lucecita de navidad en noche de Torre Effiel…
que no serás un sol de medio día, y pese a mi Sundance de Med Ultra Sensitive UV-50,
quemarás mi alma en ésta y otra vida y otra vida y otra vida;
no cambiarás lo sé.
Tampoco puedo imaginarlo en la cuenca vaciada de mis ojos
ni sentirlo en mi piel estilizada con bótox. Menos aún, en el amor protésico B-lite.
Relame, entonces, con resignación de sombra, el fango de mis besos hasta sentir el salobre sabor
de los canales de Venecia o la desembocadura del Támesis.
Y nuestro cuerpo será hastío entre orgasmos, que recogemos en un Trojan.
Sodomízame con mi aceptación notarial nunca defendida por el buró McKenzie,
mientras, cada gota de mi cuerpo, con la razón absurda de la víctima, grita que te amo por epitafio,
que te amo,
que te amo mientras muero en el ardor de Victorinox, acero de 36cm, entrando 99 veces
a mi carne inútil.
Yo seguiré mi vida con resignado silencio de tumbas en la Recoleta, en el Père Lachaise,
esperando que arrojes mi cadáver desmembrado.
Seré falso positivo de tus faltas, de tus faltas, tus faltas.
Y mi muerte, será tu orgasmo hiperrealista.
Lo recuerdo, padre
Llegas con tus manos llenas de hambre
Arrastras
el pesado infierno de tu edad
y lágrimas vierten tus ojos
Turbado pides perdón
por aparecerte
así sin avisar
Aún te veo padre:
te marchas lento jadeante
esquivando toda mi ira
Ahora pienso:
venías
por un mendrugo de amor
quizá un poco un solito abrazo
Y yo padre
solo te daba
billetes
Mi torpe forma de odio
Milonga para explicar a qué le llaman distancia
Solo están lejos las cosas
que no sabemos mirar
Atahualpa Yupanqui
Cobijas tu cuerpo en ese vértice abismal de la nada
abandonando mi cuerpo pugilístico a su tristeza en otra esquina
¿a esto llamas amor, Chatica, si estás así de lejos de’ste hambre?
Arrejunta tu carne a mi carne que está que arde
Quítame, Chatica, este antojo, y deja en esa esquina el enojo
y júntate pa’cá que está tu amor que te ama
y seamos, seamos felices los dos
¡seamos felices los dos como merecen las ganas!
Mi ruego es distancia en el tiempo que la muerte separa
Distancia, dicen los físicos, es toda trayectoria entre dos puntos
que un zángano cubre entre una flor y otra flor
Ese espacio que cubres, desde una perspectiva lineal,
entre esta letra A y esta otra, que es Zeta.
Distancia, me dicen, Chatica, cubierta por un objeto móvil
pero ¡yo me muevo, Chatica!, me muevo, lo juro,
y se mueve mi sangre y mi pasión desolada, Chatica,
y parece que soy yo el muerto
que yo soy el muerto, que el muerto soy yo.
Ahora que has muerto, Chatica, cómo cubro yo esta distancia
que hay entre mi yo y tu nada
que hay entre mi yo y tu nada
que nada permite que alcance
que nada permite que alcance
y a mí la vida me cansa
Dígame, Señor físico, cuál es la línea más corta
Ese intervalo de tiempo entre mi Chata y yo
Si el amor es de una misma naturaleza
por qué mi amor no alcanza su esquina que es nada
y está mi esquina solita, solita, solita y vacía en la cama.
Asuntos interiores
¡Ah, me resisto, más me tienes toda,
tú, que nunca serás del todo mío!
Alfonsina Storni
Quítame la piel de cordero con tus ojos
Guíame
Con el ímpetu de tus mordiscos
deja morados en mi cuello
que adivinen tus labios en mi sangre
Jala mi cabello con tus garfios
Asfíxiame
Bebe la sal de mi piel mientras te grito
Corta mi aliento con tu lengua
allí
donde todo parece fuerte
y rasga
con tus uñas mi espíritu
Déjame cicatrices
Quebranta el himen del silencio
al trocar mi nombre por vulgaridades
Que las sábanas se ruboricen de cansancio
y el martilleo en la pared
repita el coro
que inventó del barro al hombre
y todo
y todo, todo, redunde
en formas diferentes
hasta el cansancio de las estrellas.
Surrealismo
Mis vísceras no distinguen,
aman, sin preguntarse qué es el amor
Cristina Peri Rossi
Te soñé
y eras una vaca
blanca de pintas negras
con las tetas llenas de leche
Una leche blanca y llena de nata
pero
no eras dócil. No.
No eras esa vaca tonta y noble
que me da su leche sin decir nada
que se deja arrastrar al matadero
mientras cierra sus ojos grandes
como quien no quiere ver
No
No eras una vaca sosa
Tirabas de la cuerda
con fuerza apenas desmedida
y de pronto ya no eras una vaca
de tetas llenas de leche blanca
sino una fiera con mi sangre
entre los colmillos
y yo
una presa en el circo
triturado en la arena.
Tergiversación del cuervo y su poeta
A mis hijos. Eternidad.
En la biblioteca
al amparo profundo de Morfeo
tras soporífero Scotch malteado
me hundí en lóbrega noche.
Al arrullo de rayos y tormenta
vino El cuervo a hablarme de resabios
una vez más
una vez más
una vez más.
Sobre el blanco busto de Palas
en tono repetido y sin razón ―me dijo:
escribe un poema, un poema
nada más
nada más
nada más.
De ritmo trocaico
octosílabo acataléctico perfecto
alternado con heptámetros y estribillo
una vez más
una vez más
una vez más.
Y no preguntes ―siguió―
las banales cosas de esta y otra vida.
No hay respuesta para tu corazón
ni explicación a la muerte de Leonor
No sé si podrás verla, o reunirte como Orfeo
quizá ella sea como Eurídice y huya, huya
para no verte una vez más
no verte una vez más
una vez más.
Bajo la tenue sobra de luz del candelabro
abatido en el fúnebre sillón morado
consumé mi sopor de whiskey.
Supe: la muerte vino a visitarme insulsa
trocada en ese negro cuervo mojado
una vez más
una vez más
una vez más.
No tuve otra salida:
vertida la botella sobre mi regazo
escribí para exorcizarla. No la escuché
nunca más
nunca más
nunca más.