Nanof
Interrogatorio en el psiquiátrico de Volterra I
i.- ¿…?
Me arrancaron los ojos aunque las cuencas están llenas del cielo
de Toscana. Espejos azules. Dos gotas suspendidas y móviles
que observan el mismo muro de arcilla cada mañana.
Me desgajaron la visión del mundo, dicen ellos:
La nieve manchada con la eyaculación de nuestros asesinos.
Las colinas minadas con el silencio de nuestros asesinos.
La mar resguarda el peso y el plomo de nuestros asesinos.
La córnea es más ligera y nada acalla la verdad del aire,
el desplazamiento de la nube, las formas de la nube, la fragilidad
flotando sobre nuestras cabezas.
En esta brevedad de Volterra, paraíso de higiene mental,
el mundo posible es el cielo.
ii.- ¿…?
Esa luz aséptica que lastima de tan pulcra. Ese olor a medicina que provoca el vómito. Esta sima del infierno con veinte lavabos y dos letrinas por cada doscientos alienados. Dos mil locos respirando al unísono el excremento científico de la experimentación. Dos mil cabezas afeitadas. Esa intermitencia en los focos de 100 watts por cada descarga eléctrica en nuestros cuerpos.
¿Cuerpo? Una pila, un puente entre protones y electrones. Células nerviosas. Rayo que parte el encéfalo como una nuez. Células muertas.
No, yo no conozco mi cuerpo ni el deseo al inicio del siroco.
No, no reconozco esa fosforescencia en la punta de los dedos.
No, no sé quién es el otro en el espejo con las encías abultadas.
Ese que escribe ecuaciones en el vacío y repite hasta el cansancio, con los testículos al aire: “Lo que no mata, fortalece… Lo que no mata, fortalece… Lo que no mata, fortalece”.
No, yo no conozco mi cuerpo, pero voy hacia mí.
iii.- ¿…?
El expediente 241167 ha capitaneado más de setecientos vuelos con barbitúricos.
Ha visto la diversidad de la luz en el espectro solar. Ha soñado que su madre le sonreía detrás del vidrio que los separa en el pabellón. Con sus manos cubrió las pequeñas cicatrices, las hendiduras de la aguja hipodérmica. No quería perforar el sueño, horadar el cielo.
Madre efedrina, rescátame.
Madre de todas las anfetaminas,
devuélveme la voluntad por un instante.
Escucharé cien gritos y cien gritos
más se anidarán en la cabeza.
Señora adrenalina, devuélveme
la paz alterada de quienes viven
sin saber de estas paredes,
y barrotes que me resguardan.
Lo hallaron colgado en el árbol de olivo, desnudo. Una mosca erraba por sus labios.
iv.- ¿…?
De niño observé un tiburón enorme, medía quizá tres o cuatro metros, debió haber sido apaleado por no menos de cinco hombres en alta mar para que sucumbiera. Yacía en una plancha de concreto; a un costado, un tipo afilaba una cuchilla para reducir al pez en postas. Jamás olvidaré la mirilla extraviada, la mirada vidriosa, muerta del escualo: me persigue en el sueño y en el insomnio.
v.- ¿…?
Escucho caer una por una las gotas sobre la tierra de Etruria. El silbo del cielo es gemido. Lo sé, Dios no es perfecto, ¿puede ser dolado quien arriesga la fe en el sitio de Volterra?
Las cárceles de la razón despojan el alma de sus formas.
Noche ámbar, oscuridad sin reposo donde el relámpago es tortura. Miedo de cerrar los ojos y perderme en la insistencia del agua, en el bautizo secreto del infierno.
Interrogatorio en el psiquiátrico de Volterra V
i.- ¿…?
Dejen que el alma rebote en las corrientes
―entre éstas paredes de goma― y halle
las grafías traslúcidas de la amnesia.
Seré El nacido, trinidad linfática junto con la piedra y la flor.
Caminaré desvertebrado bajo el cielo de Toscana,
como quien busca sus huellas bajo la lluvia, la sombra del pie,
la sorda respuesta en el reflejo del charco.
Seré El resucitado, mi nombre en el eco de otra voz.
No reconoceré la historia de mis manos
porque seré un hombre electrificado, distinto,
que desconoce el hambre y el frío.
Seré otro, seré el mismo, un ser invisible.
ii.- ¿…?
500 miliamperios para el perturbado.110 voltios para el venático. Donde no llega el metrazol, el potencial eléctrico traspasa el pulso del catatónico.
Arden las paredes de las venas.
Arde el saberse vivo, queman las visiones.
En cada tañido me arde el corazón.
En blanco.
Abajo, abajo, cada vez más abajo, un destello en la inmensidad: estático y disperso. Una esfera.
¿Qué resta del árbol tras la furia?
¿Qué escucha el albatros en la holgura del vacío?
¿Qué misterio recogen las vetas del agua en el deshielo?
No, esta no es mi voluntad, pero intuyo el fuego.
iii.- ¿…?
El expediente 100150 ha dado más de trescientos pasos sin dopamina.
Ha escuchado nevar sobre el mar. Ha visto llover en el desierto. Habla con su abuela, le susurra. Oculta el ligero temblor de sus manos entre las piernas. No desea quebrantar el ritmo, forzar el tiempo con gestos reflejos.
—Que no mate el olvido,
que los indiferentes
no dilapiden mi amor
y el mar jamás se evapore,
lleguen olas nuevas;
el llanto libere, me sane.
—Ma dove ti sei perduto?
Lo encontraron dormido, abrazado a una piedra. Una hormiga recorría su oreja.
iv.- ¿…?
De niño me tragué a mi padre. Mastiqué las sílabas latinas de su nombre, engullí su ausencia. Sólo heredé su rigidez vertebral, el acompasado enriquecimiento en las junturas. No debí haber nacido con la alucinación constante de su sombra.
El hijo de nadie aprendió a ser el hijo de nadie.
v.- ¿…?
Escucho caer una por una las últimas gotas sobre la tierra de Etruria. La muerte me susurra que viva. Fatigado, observo cómo se alzan las estrellas y descienden en el aire. Implosión, polvo sideral cubre mi rostro. Lo sé, soy el ligero trazo en algún pensamiento, el castigo de la ciencia inútil.
Lo sé, el universo es cuadrado, profundo, como el cielo de Volterra acotado en la ventana.
Groenlandia
[ 1 ]
En los días recientes he pensado en Groenlandia. En los inuit y su lengua, trato inútilmente de pronunciar sus nombres. Leí que las distancias en Groenlandia se miden en sinik, en “sueños”, en el número de pernoctas que dura un viaje.
…por momentos, recuerdo la blancura de Nuuk, como si se pudiera añorar lo que no se conoce.
[ 2 ]
¿Y si Groenlandia no existe?, ¿si en realidad es un sueño?, ¿un pensamiento bajo cero para recordar la alquimia del agua? Entonces, ¿existo o soy parte del hielo?
[ 3 ]
Todas las respuestas están en el hielo, en las vetas del hielo. Eres tan lejana, Groenlandia, dilatada como la noche. Inabarcable y lenta flotas hacia los polos ocultando tus misterios.
¿Qué existe debajo de tu estado sólido, del silencio compacto, de la densidad más ligera que el agua?
Muero en el ardor de tu abrazo, en el deseo helado de tu caricia.
Muero de ti / sin ti.
[ 4 ]
Extraño lo que desconozco y no sé dónde encontrarlo. Las referencias geográficas no me son suficientes, Groenlandia. Si yo pudiera tenerte, asirte, pero tu esencia inasible pesa más que mi nostalgia. Te desvaneces aún sin conocerte.
[ 5 ]
Tu nombre es un continente. Kalaallit Nunaat / Grønland. Tu nombre es una herida, una elipsis. Una isla entre el Atlántico y el Ártico. Tu nombre es el deseo, el olvido. Es la tundra, la corriente del Labrador. Tu nombre es un destello en la nieve. La bahía de Baffin y el estrecho de Davis. Tu nombre, arde.
Postal: Pabellón Ferri, sección 4, 24 de noviembre de 1994
Se fueron Pietro, Silvia, Edoardo, Hilaria,
arrastrados por la melancolía: todos están en el muro.
El hermano de Pietro, el padre de Silvia, la mujer de Edoardo,
la hija de Hilaria, ¿tuvieron un cuerpo qué enterrar?, ¿vieron
las marcas de ligadura y de piquetes en sus brazos?, ¿la tráquea
limada por el paso de píldoras y pastillas?, ¿acariciaron
las huellas de electrochoques y de lobotomías?
Estábamos equivocados en nuestros defectos,
en los estigmas de la esquizofrenia, en nuestras visiones
de cielos púrpuras y santos revolucionarios.
Los errores eran nuestros: la creencia, la fe, era nuestra,
nos acompañaba de día y nos atormentaba de noche.
El deseo que viajaba como tren bala era de Luigi, Filipo,
Pía, Andrea. La exudación y la exactitud del dolor eran de ellos.
¿Alguien tomó las palabras de Luigi?, ¿la piedra
de la extracción de la locura de Filipo?, ¿los gemidos
de Pía?, ¿los cortes en las muñecas de Andrea?
Las conversaciones y la música de la banda desafinada
los sábados en la plaza son nuestras. La plaza
es nuestra, así como el mercado y los aviones
sobrevolando el pueblo con sus vientres cargados
de bombas, los estallidos y los muertos son nuestros.
Las preguntas a las que nadie daba respuesta,
preguntas sin forma ni peso, eran de Piero, Matteo,
Hilaria, Domenico, así como las piedras y la indiferencia.
¿Quién puede explicar la transparente tristeza de Piero?,
¿los temores de Matteo?, ¿las contusiones de Hilaria?,
¿los párpados cansados de Domenico?
Todos se fueron, pero cada expediente lleva sus nombres.
Detrás de cada número y clave, están sus nombres.
Aquí estuvieron, pisaron la tierra húmeda y asistieron
en fila india a la fiesta de san Justo, patrono de Volterra.
Suyas fueron las risas y las cintas de colores en el pelo,
los alumbramientos.
Nuestro el largo pasillo al quirófano, el olor supurante
en la piel, el enjambre de moscas alrededor, el aullido
por la abstinencia y la ceguera. Las costras, los sueños,
los tajos, los errores son nuestros. Nuestros los nombres,
los caminos ceñidos de la colina, las lágrimas,
la torpeza.
Somos “los de adentro”, a un paso de estar
a tres metros bajo tierra dando carcajadas de hiena,
los alienados, los podridos de la mente, los distintos,
los anímicamente desmembrados.
Somos los otros, somos nuestros y sobreviví para contarlo.
-Enzia Verducci
Nanof
Vaso Roto Ediciones
España, 2019