

Presentamos dos textos del reconocido autor mexicano.
Eduardo Casar
AL MAR SE DEBE
Al mar le debe remorder la conciencia.
No por los náufragos que se embarcan sabiendo,
ni por el juego lubricado entre unas bocas
y otras bocas mayores,
ni por las agotadas gaviotas que renuncian.
Sino que a veces una mirada
se va distraída sobre la superficie
y la tela se rasga aunque no quiera:
la mirada zozobra,
el horizonte restaña y finge
calma eterna.
Algo le duele al mar.
Basta mirarle las orillas.
ESA OLA
Si tomamos una ola, la escogemos con pinzas entre todas
y nos fijamos atentamente en su personalidad de ola,
en su perfil preciso y su manera
de hacer la curva que la vuelca hacia dentro de sí misma,
y le medimos los decibeles que va desenvolviendo
y la cauda de espuma y el diámetro de cada
burbuja que la forma, cada línea de su hidrógeno doble
que se revuelca y juega con pulseras de sal,
con esa gracia exacta y con esos colores, dios, esos colores,
con esa forma suya de rendirse,
esa ola es una vida singular.
Mira cómo se rompe y se va declinando
como la rosa rosa en el latín, cuánto dura,
es como un enunciado que ya
no puede desliarse en los labios,
otra ola la está sustituyendo
y se va levantando de sus cenizas líquidas.
No es la misma, pero es otra ola.
Claro, el mar sigue, impresionante, gastando sus orillas
con ese gesto azul de capital eterno. Pero
esa ola, la nuestra, jamás
volverá a repetirse.