Mahfud Massís. El rayo trastornado

 

Presentamos tres textos del reconocido poeta chileno pertenecientes a El libro de los astros apagados.

 

 

 

 

Mahfud Massís

 

 

 

El rayo trastornado

 

Este mar, tan duro, que mueve su escoba negra,

mar de peste en la noche. ¡Qué látigo

en las pobres espaldas! Qué rayo trastornado

en la lengua inútil, en el trapo de la muerte sin espaldar,

y la costilla vieja arada hasta el hueso.

Tú giras, giras sin cesar en el molino,

en el gas verde, ave en demolición en la tormenta,

huracanado, febril, alzando tu pierna de gallo,

y la orquesta del mar bajo la pesadumbre, como si nada

en la mirada del cuervo resplandeciera.

Pero estás vivo, como un papiro salvado de las aguas,

encendiéndote entre derrotas, moviéndote en pálidas fulguraciones;

alguien que no conoces,

alguien que no conoces muge en tu corazón

retardando la caída al hoyo negro,

al espanto negro, y una

sangrienta doncellez tiembla, echando saliva sobre esta muerte,

contradictoria, mineral, pero inevitable en su nocturno sentido.

 

 

 

 

Palimpesto del renunciador

 

Como un asno con su oreja de oro,

cae mi conciencia en el orto descabezado,

renunciando a los hilos de este mundo, a los anaqueles del otro,

rendido ya, como barco extranjero.

Con arreos de hierro, como un gladiador herido en la ceja,

con los huevos al sol y el vientre bajo la luna,

adjudico a la eternidad esta epopeya silenciosa,

esta ciencia devorada por las ratas.

Y entrego una rodilla rota, que se arrastró ante ti, tenebrosa poesía,

como flor desgraciada ante el oso salvaje.

Perdonadme, alfareros, los que buscáis los nocturnos soles;

tratantes rudos, perdonad a esta vieja iguana

que gira sobre sí misma en las irisaciones de los helechos,

y vive en el terror de otra luna, con un pie bajo los sicomoros.

 

 

 

 

El desenterrado

 

Ira, ira no más, en el terrible día,

Ni amor, ni la gota fresca en la lengua;

apenas la vejiga rota al atardecer,

y aquella gran mirada inmemorial, amarilla,

todo cayendo detrás, en el desván silencioso.

Desenterrarán tus cartas, tus papiros helados.

Serás como Osiris; se disputarán tu traje desolado.

Sobre tus infolios y tus manchas errantes: la leyenda.

Serás al fin un escriba serio, descomunal, recién afeitado.

Un júbilo de espadas cubrirá la entrada de ese otoño;

pero estarás dormido sobre la delgada alfombra, siempre sonriendo,

estólido, feliz, oyendo otro oleaje.