Pasa un ángel
Ultramarina
Una nube blanca, una nube azul,
en la nube un sueño y en el sueño, tú.
Gaviotas del norte, luceros del sur,
sobre el mar el cielo y en el cielo, tú.
Música de errantes cítaras de luz,
y luz en el alma y en el alma, tú.
Las ondas me traen cartas del Perú,
y en las cartas besos y en los besos, tú.
Tú en la noche blanca, tú en la noche azul
y en lo misterioso, dulcemente, tú.
Amanecer de mar
Al lápiz rosa
Llueve la aurora miel sobre el aliño
de las cimas en flor, —dulces de bruma—,
y con seda de luz limpia el armiño
de los cándidos lirios de la espuma.
Vuelca el amanecer en la lejana
blancura su florón de resplandores,
y de ópalos y lises. ¡La mañana
es un rosal azul que rompe en flores!
Prende a las aguas mágica guirnalda
de oro y nieve solar la dulce bruma.
¡Sobre la primavera de esmeralda
canta la primavera de la espuma!
Rubia de amanecer es la gloriosa
deshojación del mar, que en sus temblores
hace que todo, —al sol—, se anegue en rosa:
¡armiño, azul, espuma, aguas y flores!
Mar Pacífico, 1908
Tropical
Tiende su palio rosa Primavera
sobre el campo de abril, verde y joyante;
el cielo es como un trozo de diamante
y es un búcaro de oro la pradera.
Luce un verde festón la enredadera
en su limpio follaje deslumbrante,
y en el árbol añoso y susurrante
labra la abeja su panal de cera.
Cantan en la cañada los zorzales
florecen los sonoros cafetales
bajo el dombo de un cielo de violeta.
Y mientras en la selva de capayas
vuela un coro de verdes guacamayas
va rodando en el campo una carreta.
México, D. F., 2 de septiembre de 1909.
Plenilunio
Una benevolencia de frescura
pasa por el silencio, amada mía,
cual si pasarán por la perla pura
de la noche, los ópalos del día.
El plenilunio en su joyel abierto
acicala los tumbos de sus gemas:
es paréntesis de oro en su desierto,
oasis de milagrosas crisantemas.
Sobre el estanque azul, el cisne es una
camelia que se aloja en un zafiro:
dispone de lo blanco de la luna
y de las inconstancias del suspiro…
Y tornasol de buche de paloma
sucede a la esmeralda vespertina:
nos da el viento su música y su aroma,
y el agua su paciencia cristalina…
Junto a la soledad de los senderos
brilla lo que se esmalta y que perfuma:
toda blancura hostial de jazmineros
y victorioso escándalo de espuma…
Todo lo que se embriaga y se deshoja,
hace evocar los júbilos del nido.
Cuando veo al estanque se me antoja
que un pedazo de cielo se ha caído…
Y se prestigia en luna cada trino,
cada fulguración y cada broche;
y el silencio es magnánimo y divino
en la benevolencia de la noche…
Dices que te hayas sola en tu tristeza,
pero en una verdad respuesta fundo:
¡cuando tu boca pálida me besa
pasa la eternidad en un segundo!
Y que te gusta más la noche bruma
porque sus tules cándidos enflora…
¡Cambias por una dádiva la luna
todos los rosedales de la aurora!
Entre la luna y tú, secreto existe.
Ignoro en mi inquietud piadosa y franca,
si por ella al pasar te haces más triste,
o ella al pasar por ti se hace más blanca.
Octubre, 1910
Oda a Juárez
(En la fiesta con que los estudiantes
del Estado de México recordaron
el fallecimiento del Benemérito,
el 18 de Julio de 1911).
I
¡Salve, abuelo de bronce y de oro! Aquí me tienes:
así trepan al monte por besarle, los llanos…
Señor, ¿qué quieres que haga? Señor, ¡aquí me tienes!
¡En este santo instante siento que están tus sienes
coronadas de laurel, temblando entre mis manos!
Tú me has visto en las tardes subir al horizonte,
sin sandalia, vestido con un velo de flores:
tú estás entre la nube; por verte subo al monte
y bajo con la cara llena de resplandores…
¡Oh en el exilio en que ibas repasando las huellas
de huesos diamantinos! ¡Te quisiera cantar
con los alejandrinos que labran las estrellas
o con versos azules como los que hace el mar!
¿Con qué carne más pura amasaron tu rostro?
¿Qué tallador de vidas trasladó tus quimeras
a los nobles basaltos? Padre, ante ti me postro
y clavo aquí mis versos como un haz de banderas!
Médulas de leones y columbinas mieles
en páteras te ofrendan las manos en tus giras:
¡para dormir en mármol, sábanas de laureles!
y en vez de hombros amados, un cabezal de liras!
¡Oh Capitán civil! Tu levita cruzada
sobre el sendero amargo se va haciendo girones:
¡se empolva con los nácares de la noche estrellada
y tiene los remiendos que hay en tus pabellones!
II
Cultivaste en la agraria paz del huerto canoro
naranjas, de las cuales eras el vendedor:
¡Vendedor de naranjas de una hespérides de oro,
que en las ingenuidades de tu huerto canoro
aún nos das infinitos almácigos de amor!
Se ha sentado a tu choza la América Latina,
tu india blanca, que busca tu pomar de zafir:
¡le has dado mientras trina su alondra adamantina,
una enternecedora toronja matutina
con mieles de esperanzas y oros de porvenir!
Al tejer la amorosa tela de su Destino,
con rumor de hilandera penelopiana, son
como un torzal, las blancas canas de Hidalgo el lino,
es tu Simón Bolívar el girar diamantino
y Morazán entero rueca de corazón!
III
La tarde en el barranco siempre te halló de hinojos,
dormido en la blancura de tus ovejas… ¿Algo
te habló su vellocino de las canas de Hidalgo,
el sideral viejito de los azules ojos?
Cuauhtémoc en un árbol, con la lengua de fuera,
te perseguía en sueños, chorreando amargura…
¡La cabeza de un Cura colgaba lastimera
y luz daban sus ojos entre la noche pura!
¿Qué diálogos tendrías allá con tus ideas?
¡Con espinas tu mente! ¡Padre, te reverencio!
La luna de tu alma derramaba mareas
para bañar tus íntimas riberas de silencio…
Pensarías: ―Los cuellos sólo serán cautivos
de las guirnaldas que hago con los brazos abiertos.
¡La Patria no se halla sólo en sus hijos vivos
sino que ha sido hecha también con hijos muertos!
IV
Cuando la vespertina dulzura de los cielos
corre por los torrentes es que Dios se derroca:
entonces, con relámpagos, ¿qué te dijo Morelos?
¿te dio a beber la linfa de su cristal de roca?
¡Oh abuelo de oro y bronce! Tú todavía sueñas:
pasan parejas de águilas arrastrando tus carros…
¡Forraron tu inmutable máscara con cureñas
ya que estaban comidas tus plantas por guijarros!
Todos dudan. Se enfloran los caminos que sellas
con pedregales ásperos, y hasta el Dolor se cansa!
Mas dijiste: ―¡Aún me queda, picado por estrellas,
un rincón azulado y ahí está mi Esperanza!‖
En tus playas de espíritu qué ir y venir de olas
sonando entre las cuencas de acero de tu cráneo:
¡cada suave suspiro que oprimías a solas
era una espuma apenas de tu mediterráneo!
Pero pasó el secreto barco de alborozo
rasgando las neblinas de tu íntimo horizonte,
¡y al llegar a la playa viste un maravilloso
valle de bayonetas que ascendía hasta el monte!
Las llamaradas de oro rayaban las techumbres
del firmamento puro de los cielos de mayo:
¡era porque pasaba alineando montes
y atropellando al viento, Zaragoza a caballo!
¡Mágico Maestro lírico! El jazmín de la aurora
sobre tus huesos vierte rocío y rosicler…
¡Oh Padre, aún no estás muerto! No ha llegado la hora
de que te vayas! ¡Tienes todavía qué hacer!
¡Hosanna! ¡Los volcanes lucen sus charreteras!
¡Pasa el gran Oriflama! ¡Son los libertadores!
¡Delante de tu coche van todas las banderas!
¡Detrás de tu levita llueven todas las flores!
V
¡Salud a tus laureles y a tu manto arrogante!
¡Saben a gratitud los ramos de tu historia!
¡Préstanos tus penachos, Capitán de diamantes!
¡Geómetra de la América, que eres equidistante
de la circunferencia de astros de la gloria!
El mármol? No podría simbolizar tu pena.
La plata? No se presta para la eternidad.
El bronce? Esa es la copia de tu carne morena.
¡Y al viento tu arrogante manto de tempestad!
¡Morazán te saluda sobre la cordillera.
Su corcel bebe alturas antes de cabalgar!
¡Te abraza mentalmente porque hay en su bandera
lo blanco de tus montes y el azul de tu mar!
Avanza a tus espumas mi río de guirnaldas:
miedo le dan tus aguas siempre llenas de bruma,
pero como el Amazonas de esmeraldas
penetra muchas leguas sin revolver su espuma!
VI
¡Gran abuelo de bronce y de oro! De repente
voces de arriba… ¡Lumbre! ¡Lo Azul! ¡El arrebol!
Tu águila, que pasea por el gran Continente
su rosa, se detiene melancólicamente
para mecer sus alas sobre el nido del Sol.
México, D. F., 14 de julio de 1911.
Pasa un ángel
Ángel moreno, rosa morenita,
que tienes la sonrisa tan hermosa:
eres la primavera, la infinita,
la que temblando cabe en una rosa.
Rosa que no presientes a la espina
y eres en tu rosal sólo un diseño,
sólo un botón de rosa parlanchina
que apenas sabe que la vida es sueño.
Las negras nubes y los blancos días
arden en el confín de tus miradas
con la nostalgia de esas lejanías
que se aparecen en los cuentos de hadas.
Hada feliz del cuento que se irisa
en los bosques dorados de la aurora;
el cielo se recrea en tu sonrisa,
la luz te besa y el corazón te adora.
Washington, D. C., 20 de agosto de 1953.